por Karen de Villa
Aunque no sentía del todo mi cuerpo y era como si éste anduviera solo, supe que debía ir al baño. Caminé entre los arbustos en esa tarde despejada de nubes ligeras y cielo azul. Abrí la puerta desvencijada del baño y en un segundo se hizo de noche. En esa noche instantánea había pequeñas estrellas en las paredes que titilaban azules verdosos y violetas amarillentos que transportaban partículas de petricor. Una tibieza líquida salía de mi vejiga.
Llegó una figura hecha de círculos (suponiendo que estuviera hecha de algo) que al girar despedían destellos de todos los tonos de azul. En su centro había un fuego rosado. Era una mujer que bailaba. Me hablaba muy claramente, aunque yo no escuchaba ninguna voz. ¿Qué te ha gustado más hasta ahora? Me supe mujer en edad de plenitud terrena y al mismo tiempo una pequeña niña de la existencia, dando apenas sus primeros pasos, emitiendo sus primeros balbuceos. “He de confesar que lo que más me ha gustado hasta ahora son los árboles y los hombres. Los árboles porque me dan paz instantánea y porque me gusta su olor; y los hombres porque, aunque me desconciertan más que nada, cuando dejan salir su ternura parece que la Historia tiene sentido. Y también me gusta el olor de algunos de ellos”.
¿Cómo así? “Los árboles siempre están de pie, ofreciendo su oxígeno, haciendo circular el agua. Con todos los tonos de verde que existen, en sus hojas están las formas del mundo meciéndose con el viento, como abrazando a la tierra para que no se sienta sola, como un abuelo que te deja jugar en sus hombros. Y los hombres… están como dormidos la mayor parte del tiempo, pensando en cómo ser más hombres, más listos, productivos o exitosos… eso no me gusta, pero me da mucha curiosidad.

”Muchos hombres buscan tener la razón, o buscan sexo o drogas o dinero, como si persiguieran algo que no se puede atrapar… como si se les hubiera perdido algo y no supieran dónde lo dejaron; eso me ha inquietado aún más, porque me ha hecho sentir enferma y llena de ansiedad, y al mismo tiempo es como si necesitara entender qué buscan más allá de lo obvio. A veces no lloran, aunque se rompan; no dicen nada, aunque los oídos les revienten; se van corriendo, aunque quieran quedarse. No sé, siento que si un hombre despierta, un pequeño mundo se crea”.
Ella no decía nada. “Me enternece el llanto de los hombres porque viene de muy adentro, de un lugar que ya no puede permanecer más en secreto. Recuerdo cuando mi abuelo me llevó a ver a su madre por última vez: sus ojos estallaron en un llanto contenido. El llanto honesto de un hombre es una victoria para la humanidad; el llanto de una mujer es agua para beber, es un río que sabe seguir su cauce.
”Les han contado la historia de que van por su cuenta, de que pueden solos, de que están casi bien sin casi nadie, con sus deberes, sus intereses, sus sistemas, sus estructuras, sus sueldos o sus premios, incluso con su ansiedad y su neurosis… ¿sabes quién es Woody Allen?” Ella se rio un poco. “Muchos hombres se comportan como huérfanos: sin padres, sin hermanos y sin hijos. No recuerdan que son ancestros”.

Ella seguía sin decir nada. “Pero, con todo y todo, me la paso muy bien. A veces colecciono recuerdos. Por ejemplo, recuerdo al señor que le dio a mi mamá una paleta tutsi pop de chocolate para mí cuando me vio llorar en el metro porque me aplastaron al salir del andén. Le tengo mucho cariño a otro que vende obleas bajo el sol en los cruceros, estoy segura de que tiene una familia que mantener. Y sonrío cuando pienso en otro que preparaba hamburguesas en Chapultepec con una felicidad que ya hubiera querido Djokovic en las Olimpiadas. También he visto algunos hombres más despiertos…” Empecé a contar con los dedos, como cuando un niño aprende a hacer sumas: llegué a nueve. “Me hacen pensar que cualquier cosa puede suceder, que hasta el cambio climático se puede revertir. Me gusta escucharlos, oírlos cantar un son jarocho, hacer un fuego, cuidar a sus hijos o a sus perros, hacer de comer un caldito o trabajar en la tierra”.
¿Qué te gustaría hacer? Ella no dejaba de mover su cadera en círculos.
“Había pensado en la escritura, en puestos culturales de alta responsabilidad, en posgrados en el extranjero, viajes por el mundo o el movimiento antinatalista, pero un día vomité y se me olvidaron mis planes. Me quedé con la agenda vacía por un tiempo hasta que me enseñaron a usar un azadón. Me gustaría ser guardiana de un pedacito de bosque donde llevar niños en sus primeros pasos. Donde mis amigos toquen sus jaranas. Me gustaría comer de lo que sembré. Quizás algún día ser abuela y contar esta historia. No quisiera irme de aquí sin vivir eso. Pero si el colapso se precipitara…”
Luego ella se fue tan rápido como llegó y se hizo nuevamente de día. Me lavé las manos y puse agua en mis párpados. Debía dejar ese baño, me esperaban dos amigos para tomar un bote y después el metro para regresar a nuestras casas. Al salir, los rayos dorados del sol indicaban que estaba cercano el atardecer. Frente a mí, dos árboles bailaban suavemente en esa chinampa de Tláhuac.

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Karen de Villa (Ciudad de México, 1986)
Su quehacer se centra en la escritura, el cine documental, la permacultura, los pueblos originarios de América y el baile afrocubano. Se ha formado en la UNAM, la Cineteca Nacional y el bosque de niebla de Veracruz. Actualmente trabaja en un documental sobre permacultura y cambio climático en México.
Instagram: @kala_de_villa y @otra_tierra
Las imágenes de portada e interiores son cortesía de la autora.