por Karen de Villa
Me quiero explicar a mí misma esta tensión que apareció en mi cuello la primera vez que una figura de autoridad me pidió decir algo que no quería, explicar por qué pasaron tantos años para darme cuenta de dónde proviene este nudo en la garganta que a veces es también rechinar de dientes.
Hemos crecido bajo la máxima de la obediencia. ¿Cuántos de nosotros fuimos a las escuelas modelo pedagógico “cállate y siéntate”? Bastaba una mirada del padre o el profesor para abandonar todo intento de rebelión. La obediencia es la máxima para las religiones, las empresas, las figuras de poder político y, más recientemente, para los algoritmos.
El abuso proviene del adiestramiento que logra la obediencia. Por un lado, le da a la figura de autoridad el delirio de tener razón, el pensamiento demencial de que merece tener lo que se le antoja, mientras que al abusado le ofrece la ilusión de no tener el derecho de expresar inconformidad o incomodidad, de ser simplemente quien es.
Así fue como llegué a los tres años al consultorio de un psiquiatra que se sintió con el derecho de invitarme a elegir entre mi papá y mi mamá a la mitad de su divorcio. Así llegué frente a mi primer novio y simplemente no pude creer que era un chantajeador hasta que habló de suicidio de la forma más melodramática y telenovelesca posible. Así fue como llegué a muchos trabajos en los que no me atreví a contradecir las formas de hacer las cosas, sin importar qué tan desnudo anduviera por ahí el señor secretario emperador. Todas esas veces no ejercí mi propio poder porque no reconocía que lo tenía, nadie me lo había dicho.
Todo el tiempo se toman decisiones y se hacen elecciones sesgadas por una autoridad que privilegia la percepción masculina; no porque ésta tenga algo de malo de manera intrínseca, sino porque deja de lado la perspectiva femenina del asunto, tan importante como la primera. Necesarias ambas como el oxígeno y el dióxido de carbono para entender a los árboles.

Así se ha llenado la academia, por ejemplo, de este arquetipo del emperador investigador, con su visión hiperespecializada del mundo, donde no hace falta unir los puntos, donde los emperadores jurado, para casi cualquier tema, son a menudo hombres desconectados del cuidado, de la comunidad, de la paternidad, del trabajo de la casa o de la tierra, y a veces usan chaleco con rombos, pipa, boina, monóculo, escritores fantasma y amantes casuales jóvenes que no saben que lo son. Su visión de la realidad y los fenómenos es “racional”, “objetiva”, muy profesional Sistema Nacional de Investigadores (SNI) último nivel, mientras que las mujeres que llegan a una posición equivalente a menudo se ven en la necesidad de masculinizarse para caber en el molde, y aun así desean malabarear con todo lo demás.
No quiero caer en la trampa de la dicotomía, no es un problema de hombres contra mujeres, ni de feministas contra el patriarcado, honestamente no lo creo; sostengo la idea de que el melodrama es un género fantástico. Sin embargo, hay un desbalance tan antaño y a la vez tan inmediato que creo todos podemos sentirlo, empieza cada vez que deseamos decir que no a la autoridad, pero obedecemos y vamos en contra de nuestra salud, nuestra tranquilidad o del bienestar emocional. O bien, empieza cada vez que decimos que no al contacto con la vida: un niño, una araña, un árbol, una cascada, un trueno, una ciruela, un día nublado, una pareja… Quizás, sólo quizás, sucede que históricamente las mujeres hemos hecho más lo primero y los hombres lo segundo.
Su majestad, está usted encuerado porque nadie puede saberlo todo, porque es insano otorgar el poder de tantos a uno solo, porque usted también es mortal y vulnerable, porque está muy bien cometer errores honestamente, está muy bien fracasar con conciencia, está muy bien fracasar. Por si no lo sabe, es una convención que le llamen Presidente, CEO, Papa o Doctor. Usted está encuerado, se ponga lo que se ponga. Todos nacemos sin nombre. Ahí van todos los emperadores en fila, a sus cumbres en la ONU, a sus juntas directivas, a sus conferencias matutinas o a sus clases por zoom, a jugarse el destino del resto con nariz de payaso. Y nosotros acá, creyendo casi unánimemente que no podemos hacer nada, sin romper el hechizo todavía, quizás replicándolo con un niño pequeño, con el gato, con el portero del edificio o con Alexa.

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Karen de Villa (Ciudad de México, 1986)
Su quehacer se centra en la escritura, el cine documental, la permacultura, los pueblos originarios de América y el baile afrocubano. Se ha formado en la UNAM, la Cineteca Nacional y el bosque de niebla de Veracruz. Actualmente trabaja en un documental sobre permacultura y cambio climático en México.
Instagram: @kala_de_villa y @otra_tierra
Imagen de portada: El papa Francisco en procesión. Imagen tomada del Twitter del líder religioso.
En todo hay un orden, un orden que permite un «control» claro que todo con medida, sin exagerar, de otra forma todo sería loco, descontrolado, la ley del más fuerte, dentro de nosotros mismos hay un orden, la naturaleza lo tiene, el espacio también ¿entonces por qué no respetar un orden?
Escucho la crítica, pero no propones la solución y te inmiscuyes en temas que son sagrados para muchos.
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