Entre los libros trágicos de la América Latina, uno es particularmente triste. Publicado en febrero de 1973, de alguna manera prefiguró el golpe de Estado que perpetró Estados Unidos contra Chile en septiembre de ese mismo año, además de que no logró hacer realidad su maldición, sino que los hechos ocurrieron en el sentido político contrario al que apuntalaba su autor.
Pablo Neruda, quien recibió dos años antes el premio Nóbel de literatura —»Y si este resplandor se prolonga desde esta sala de fiesta y llega a través de tierra y mar a iluminar mi pasado, está iluminado también el futuro de nuestros pueblos americanos que defienden su derecho a la dignidad, a la libertad y a la vida»—, escribió una provocación contra el imperialismo norteamericano: Incitación al Nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Un repudio explícito a las amenazas con que Washington se cernía contra la Unidad Popular de Salvador Allende y que terminaron por ahogar la vida del poeta y la de miles de chilenos perseguidos por la dictadura de Augusto Pinochet en diferentes dimensiones: la policial, la física, la política, la enunciativa, y sus etcéteras.
La diatriba de Neruda contra Nixon, pues, le salió mal: asesinado resultó él, muerto doce días después del golpe de Estado, mientras que el mandatario gringo falleció todavía 21 años después de aquellos hechos, si bien lo hizo tras ganarse el repudio internacional por escenarios como la guerra de Vietnam o el Watergate.
Sin embargo, aquel poemario urgente, publicado además por la editorial de Estado del proyecto popular allendista, Quimantú, queda como testimonio de un reclamo lúcido contra la política del abuso y la ocupación, como imagen de las resistencias creativas con que Chile se enunció a sí mismo ante el avance del asedio imperial.
Y aquella obra, antes de desbocarse a los versos urgentes del autor de la Residencia en la tierra, se define en una «Explicación perentoria» que reproducimos íntegra a continuación.

Explicación perentoria
por Pablo Neruda
Esta es una incitación a un acto nunca visto: un libro destinado a que los poetas antiguos y modernos, extinguidos o presentes, pongamos frente al paredón de la Historia a un frío y delirante genocida.
En el libro se suceden: su llamamiento, su juicio y su posible desaparición final, causada por la numerosa artillería poética aquí por primera vez puesta en acción.
Ha probado la Historia la capacidad demoledora de la Poesía, y a ella me acojo sin más ni más.
Nixon acumula los pecados de cuantos le precedieron en la alevosía. Llegó a su punto cenital cuando, después de acordados los términos de un cese de fuego, ordenó los bombardeos más cruentos, más destructores y más cobardes en la historia del mundo.
Sólo los poetas son capaces de ponerlo contra la pared y agujerearlo por entero con los más mortíferos tercetos. El deber de la poesía es convertirlo, a fuerzas de descargas rítmicas y rimadas, en un impresentable estropajo.
También ha intervenido en un cerco económico que pretende aislar y aniquilar la revolución chilena. En esta actividad usa diferentes ejecutores, algunos desenmascarados, como la venenosa red de espías de la I.T.T., y otros, solapados, encubiertos y ramificados entre los fascistas de la oposición chilena contra Chile.
Así pues, el largo título de este libro corresponde al estado actual del mundo, al próximo pasado, y a lo que ojalá dejemos atrás como espectáculo de amenaza y dolor.

Imagen tomada del Museo Nacional de Bellas Artes de Vietnam.
Yo soy adversario cerrado del terrorismo. No sólo porque casi siempre se ejerce con irresponsable cobardía y anónima crueldad, sino porque sus consecuencias, como puñales voladores, vuelven a herir al pueblo que no sabía nada de ello.
Sin embargo, las circunstancias de mi país, los actos terribles que enlutaron a veces nuestra paz política, me llegaron al alma. Los asesinos del General Schneider andan por ahí vivitos en cómodos departamentos carcelarios o en suntuosos hoteles extranjeros.
Algunos prevaricadores les rebajaron la pena a menos de lo que en mi país se condena el robo de una gallina. Así pueden ser de sinvergüenzas algunos hombres que se llaman jueces.
Esta frase será motivo también de alharaca, se dirá que yo insulto a la Magistratura. No, señor, cada disciplina humana y entre ellas la delicadísima de juzgar me merece un misterioso respeto. Pero tengo para mí que la Injusticia venida desde los Tribunales de los que deben ser Justos es el desequilibrio más incalculable de la razón.
Hay otras entidades y personas que aquí salen al aire y a la tinta. Con algunos de ellos me unieron los lazos del conocimiento y del respeto. Pero al volver a Chile me di cuenta de que estos fulanos habían trasgredido las leyes del juego. Su fría ambición les llevó a marchar con los feudales y avorazados enemigos del pueblo. Y ahí mi conocimiento de ellos se clausuró: si ellos se faltaron el respeto a sí mismos quemando sus ideas, que pintaban de demócratas y de cristianas, no veo ninguna necesidad de que un poeta se lo restituya.
También debo explicar que este libro, así como Canción de gesta, primer libro poético en castellano dedicado a la Revolución Cubana, no tiene la preocupación ni la ambición de la delicadeza expresiva, ni el hermetismo nupcial de algunos de mis libros metafísicos.
Conservo como un mecánico experimentado mis oficios experimentales: debo ser de cuando en cuando un bardo de utilidad pública, es decir, hacer de palanquero, de rabadán, de alarife, de labrador, de gásfiter o de simple cachafaz de regimiento, capaz de trenzarse a puñete limpio o de echar fuego hasta por las orejas.
Y que los exquisitos estéticos, que los hay todavía, se lleven una indigestión: estos alimentos son explosivos y vinagres para el consumo de algunos. Y buenos tal vez para la salud popular.
No tengo remedio: contra los enemigos de mi pueblo mi canción es ofensiva y dura como piedra araucana.
Esta puede ser una función efímera. Pero la cumplo. Y recurro a las armas más antiguas de la poesía, al canto y al panfleto usados por clásicos y románticos y destinados a la destrucción del enemigo.
Ahora, firmes, que voy a disparar!
Neruda
Isla Negra, enero de 1973

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Pablo Neruda fue un poeta, político y diplomático chileno nacido con el siglo XX, en 1904, y fallecido en 1973, unos días después del golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el gobierno democrático vigente entonces en el país sudamericano. Autor de una abundante obra heterogénea, probablemente la esencia de su trabajo lírico se concentra en unos cuantos títulos; tal vez la Residencia en la tierra, el Canto general, las Odas elementales y el Estravagario. Recibió el Nóbel de literatura en 1971.
Salvo por e caso vietnamita, todas las obras pictóricas que acompañan esta nota fueron tomadas del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. La que figura en la portada se titula Tercer mundo, relativa a 1966 y también elaborada por el artista cubano Wilfredo Lam.
El texto aquí reproducido fue tomado de Incitación al Nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, poemario impreso en Santiago de Chile en febrero de 1973 por la editorial Quimantú.
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