por Cereza Roja
Hace poco dos amigos me comentaron lo felices que se sentían de estar en la Ciudad de México, lejos de ese trash can donde viven, lejos de Los Ángeles. Pero a mí aquí también me parece un basural… como todas las ciudades, incluso aquellas con lugares como Hollywood en donde se gastan millones de dólares para dar la apariencia de no serlo. Pensar en ello me recordó la peli Under the Silver Lake (2018), de David Robert Mitchell, también director de una de mis favoritas de terror: It Follows (2014).
La película es una especie de noir por su foto, montaje y trama, pero está situada en un lugar atemporal, que se acentúa con referencias obvias a la cultura pop de todas las décadas del siglo XX. El personaje principal, de nombre Sam, pareciera estar atrapado en su departamento, dentro de ese limbo miserable construido por el imperialismo norteamericano: Los Ángeles. Esta urbe se caracteriza por tener uno de los peores sistemas de transporte público en Estados Unidos y fue edificada en torno a la industria cinematográfica, luego de que los cineastas huyeran de Nueva Jersey por culpa de T. A. Edison (monstruo de las patentes) alrededor de 1911. Hoy en día la ciudad es un inland empire y cuenta con un mar de almacenes. Los 4,000 warehouses que alberga movilizan el 40 por ciento de los productos del país. De hecho, 40 mil trabajadores de la región están ligados a la distribución de las mercancías consagradas a Amazon. Esto es muy interesante.
Sin embargo, en Under the Silver Lake sale de todo menos obreros. Ni rastro de los 40 mil trabajadores de Amazon. Es más, resulta muy poco común ver a la poderosa clase obrera aparecer en una película que se sitúe en L. A., de ahí que quizás cuando uno piensa en Hollywood se imagina siempre esas letras blancas en la montaña y a un montón de celebridades rubias y bronceadas trepadas en convertibles rosas y muchas palmeras. Ahora, al decir esto, no pretendo acusar a D. R. Mitchell de falta de representación, como harían los defensores de las políticas de identidad; en realidad creo que sería absurdo que apareciera la clase obrera en el filme porque para un personaje pequeñoburgués y superficial como Sam ni siquiera existe. Es un desempleado (que se jacta de serlo porque se cree único y diferente) al que sólo le interesan sus propios pensamientos y quien, antes de relacionar la miseria a la explotación capitalista, prefiere alimentarse de las teorías de la conspiración. De hecho, es la fiel creencia al respecto de que un algo místico nos controla, lo que lo obliga a iniciar sus labores como detective patético luego de la desaparición de su crush, una rubia, popular, fiestera, vecina suya, dueña de un perro blanco y pequeño que a mí me recordó a Laura Palmer, de Twin Peaks (1990), lo cual no es casualidad porque uno de los actores casteados por Mitchell es el loco del sueño del diner en Mulholland Drive (2001).
Hay dos misterios que a Sam le interesa resolver, el paradero de Sara (quien dejó su casa de la noche a la mañana) y la identidad de un asesino serial de perros, pero para resolver estas incógnitas se vale de un cómic de leyendas urbanas, del mensaje oculto en el vinilo de un grupo hípster llamado Jesus & the brides of Dracula y del mapa de una caja de cereal. Yo como treintona que soy me sentí dolorosamente identificada con Sam porque tenemos los mismos recuerdos de infancia de los años 90 (oscuros 90 postsoviéticos, post República Democrática Alemana, atrasados y feos), los cuales están revueltos entre imágenes pop siniestras como las que aparecen en Under the Silver Lake. Y es que en México no aparecía la mujer con cabeza de búho a la que hace referencia la peli, pero teníamos al Chupacabras; no existía el culto de millonarios suicidas new age, tan típico de L. A., pero teníamos a la Paca, esa vidente que había sido encomendada para encontrar el cuerpo de José Francisco Ruiz Massieu, del PRI…, y no sé si les pasa, pero cada vez que oigo ese nombre siento algo raro en el estómago, lo mismo ocurre cuando escucho aaaayyylaculeeeebra y evoco el asesinato de Colosio; además, también tuvimos el mito de los mensajes ocultos en los vinilos, como el que aseguraba que si ponías al revés la canción de brincanlosborregosdentrodeuncorral de Gloria Trevi (castigada en aquella época por desvestirse, por denunciar al Estado burgués ante la masacre de Aguas Blancas, por apoyar la huelga de la UNAM de 1999 y por defender el derecho democrático al aborto ¡en los 90!) escuchabas algún mensaje satánico.

Volviendo a la película de D. R. Mitchell, decía yo que el personaje de Sam retrata a un detective que es un joven promedio que busca grandilocuentes pistas en las fiestas indie, en las galletas mágicas, en los encuentros con celebridades o con amigos de los amigos de los amigos de las celebridades. Sam es quien es, entonces ¿por qué se acordaría de los trabajadores portuarios del complejo de San Pedro en Los Ángeles, el cual contiene dos de los centros de carga más grandes de ese país? Eso no le importa a Sam porque Sam está atrapado en el limbo del cual hablé al inicio. En este sentido, el acierto más grande de Under the Silver Lake es mostrar cómo la creencia de que los búnkers antibombas nucleares (tan populares durante la Guerra Fría) son la salvación es comparable a la creencia de que se puede llegar al destino final gracias al mapa que se encuentra al reverso de una caja de cereal. Los búnkers son limbos, L. A. también.
Apenas hace unos días vi un escalofriante anuncio del New York City Emergency Management que, a través de una presentadora inclusiva, azuzaba la histeria de la población norteamericana al respecto de la guerra entre Rusia y Ucrania provocada por la propia OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y que sugería que ante la nueva amenaza nuclear nadie saliera de sus casas. Como en la época de la Guerra Fría, hoy en día la población estadounidense es advertida a través de los anuncios gubernamentales en contra de una supuesta amenaza nuclear encabezada por China y Corea del Norte. Sin embargo, la realidad es que la escalada bélica alrededor del mundo la lidera Estados Unidos, quien a la fecha ha instalado ya 400 bases militares alrededor de China; Washington no para de enviar armas a Ucrania y el jefe del Pentágono, el general Lloyd Austin, promete debilitar a Rusia en los próximos años. A pesar de todo esto, todos los Sam del mundo suben las banderas de Ucrania en apoyo a la guerra a sus fotos de perfil de facebook, al mismo tiempo que ignoran la posición de los obreros de Si-Cobas que fueron arrestados por oponerse a la guerra interburguesa y por haber preparado una huelga general en mayo pasado contra el suministro de armas militares por parte de Estados Unidos y la OTAN a Ucrania.
A final de cuentas, durante todo el largometraje Sam intenta no sólo descubrir el misterio de Silver Lake sino también de toda la metrópoli, pero no lo consigue porque nunca logra trascender la frivolidad del medio que envuelve a L. A., donde él mismo es un producto de ese trash can.
Gracias por leer, espero que vean la película.

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Cereza Roja (Ciudad de México, 1985)
Se dedica a la docencia, la corrección de estilo, el cine, la ilustración y a hacer juguetes. Es especialista en la obra de la escritora comunista alemana Anna Seghers y recientemente dio una conferencia al respecto en la Semana de Cine Alemán organizada por el Goethe Institut. Como artista de cómic colaboró en el libro Transcómic, editado por Milvoces y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania, y también ha publicado en el proyecto Aurora de artistas urbanas de Gama Crea y Lacustre. Ha sido maestra de historia del cine documental en México a nivel universitario y de literatura a nivel bachillerato. Actualmente realiza la investigación socioeconómica para el desarrollo de la película Edificio rosa con azul, del director Bruno Santamaría, y se desempeña como profesora de español e historia en secundaria.
Instagram: @la.cereza.roja
Imagen de portada: fotograma de la película Under the Silver Lake tomado de IMDB.