Imaginar vidas: particulares retratos de un parisino

por Juan Xulz

Los biógrafos, por desgracia, han creído, generalmente, que eran historiadores y así nos han privado de retratos admirables. Supusieron que sólo la vida de los grandes hombres podía interesarnos.
El arte es ajeno a esas consideraciones.

Marcel Schwob, Vidas imaginarias (1896)

Cien narraciones breves traducidas por Melina Balcázar componen el libro A punta de retratos, del parisino Yves Pagès (1963), recién publicado por la editorial Canta Mares. La primera parte del libro reúne textos breves a caballo entre la microficción y la estampa literaria —o el holograma, si se prefiere. Los textos no están entramados, son fragmentos en los que la totalidad de su universo se construye vertiginosamente, y así mismo desaparece; lo unitario es el sabor particular con que lo insólito ocurre dentro de lo que reconocemos como posible; lo extraño camina con naturalidad sin ninguna pretensión de romper el pacto realista; los personajes, al filo de lo extravagante, nos recuerdan que la vida está llena de oficios y circunstancias que se escapan disimuladamente de lo ordinario. 

Entre los personajes de Pagès nos encontramos a la actriz que sueña con un papel protagónico en el que salga su cara en la pantalla, lamentablemente, para su desgracia, las agencias la tienen catalogada como una doble de acción perfecta para inmolarse o saltar por la ventana. En una página nos cuenta del señor que dedica sus fines de semana a comprar una cantidad exagerada de “rasca y gana”, colocarlos sobre el piso de su departamento y, como placer sagrado, minuciosamente irlos descubriendo; en otra nos cuenta de la chica que le pide a sus amantes que antes de tener sexo le cuenten los lunares de su cuerpo. Son los deseos frustrados o los fetiches y las obsesiones que nos invaden, como el bello relato de un doctor de un pueblo de 10 mil habitantes que cuando se encuentra a una persona no puede dejar de verle sus cicatrices, su ojo le adjunta el historial clínico al transeúnte hallado. 

La portada de una discreción. Imagen tomada del Facebook de la editorial.

Pagès es demasiado serio para ser un humorista, pero es demasiado irónico para coquetear con la solemnidad. Desde ese movedizo umbral, el francés, a punta de retratos, insiste en encontrar un ángulo particular y luego esfumarse, como si a veces sólo quisiera sugerir una posibilidad. Ante esa estrategia narrativa, el lector tiene dos opciones: sentirse estafado como cuando va a un restaurante y el platillo minimalista apenas le sirve para taparse una muela, o aprovechar los particulares ingredientes que nos ofrece el autor para sugerir en nuestra cabeza hipotéticos desdoblamientos de las historias. Por ejemplo, en apenas diez líneas nos cuenta del exeditor de una prestigiosa editorial que ahora trabaja de suicidólogo en el Departamento de Grafología Aplicada de la Prefectura de París. Tenemos la opción frugal de pasar de página o podemos nutrir nuestro imaginario merodeando sobre cómo sería ejercer de perito de la muerte: un lector de cartas suicidas. 

Además, sus retratos arrojan problemas de la Francia contemporánea. Aparecen personajes migrantes —como el que se hace amigo de un policía (el elemento insólito) que le avisa de las redadas contra los clandestinos—, pero también problemas íntimos: la tierna niña de ocho años obstinada en no contarles nada a sus padres del campamento de verano o el niño que miente en el colegio acerca de los oficios de su padre por pena de decir que es un palafrenero. La mirada del escritor más que acercarnos a las emociones nos muestra sus repercusiones; su ironía desarma el mundo muchas veces de manera tragicómica, como el caso de los amantes que han tenido un día perfecto, pero que su disposición a concluirlo con el coito es interrumpida de manera proustiana por la aparición de un recuerdo derivado de un objeto del cuarto. La vida y sus insólitas irrupciones.       

Las misceláneas de la curiosidad en Canta Mares.

En un video que publicó la editorial desde sus redes sociales, Yves Pagès dice que la ficción breve no es bien apreciada en Francia, a diferencia de América Latina. Le creemos. Y en América Latina, es cierto, es amplia nuestra tradición de textos breves, pero en específico A punta de retratos me remite a Ellos eran muchos caballos, del brasileño Luiz Ruffatto, que es casi de la misma edad del parisino: una generación despreocupada por escribir la gran novela, descreyente de la totalidad y que su manera de penetrar la realidad es por fragmentos.  

Si Marcel Schowb fabuló biografías de personajes ilustres, que influenciaron a Borges para que hiciera su Historia universal de la infamia, donde en vez de los prodigios de Schowb nos encontramos a los piratas de la historia, por su parte Pagès reduce —en tamaño y en importancia— todavía más las biografías y en el cúmulo de lo singular encuentra lo que nos une, nos recuerda aquello que en la cotidianidad pasamos por alto.

***  
Juan Xulz (1989)

Escritor nacido en la Ciudad de México. Ha publicado crítica literaria en revistas como Memoria, Mula Blanca, Revista de la Universidad y La Jornada Semanal, entre otras.
Twitter: @JuanXulz

Imagen de portada: Marc Chagall, Le cheval ailé, circa (1887-1895), tomada de la Helene Bailly Gallery.

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