por Aaron Poochigian
Como poeta de tiempo completo, trabajo en mi propia poesía al menos ocho horas diarias. Este trabajo va de la creación en bruto hasta la revisión y la relectura. Antes también incluía la traducción de poesía en este mismo cajón, pero ahora me estoy enfocando en mis propias creaciones. Muchos de mis amigos escritores (y todos los poetas) me preguntan: “¿cómo le haces?” Lo que quieren decir con eso es que cómo le hago económicamente; es decir, “¿cómo pagas la renta?”, pero también están preguntando cómo logro meter la poesía en el burocrático horario de nueve a cinco.
Un día de la semana normal en mi vida como poeta transcurre más o menos así:
Alrededor de las siete de la mañana, camino de mi departamento en el Lower East Side a mi lugar de escritura, Paragraph, en la calle 14. En el trayecto voy recogiendo mis impresiones de la ciudad. Últimamente he estado leyendo traducciones de poesía china clásica, abundante en imágenes. Y lentamente he ido construyendo una colección de poemas propios influidos por la poesía china, basados en imágenes urbanas, para mi próximo libro. La ciudad de Nueva York es el amor de mi vida, y cada día trato de tomar una ruta distinta rumbo a Paragraph.

Abierto las 24 horas, Paragraph es un área de trabajo prediseñada para escritores, al estilo de las oficinas compartidas de la empresa WeWork, pero para literatos. Tiene una sala silenciosa de clima controlado donde novelistas y biógrafos consagrados, aspirantes a escritores y unos cuantos editores picotean sus teclados como pájaros recogiendo alpiste. También hay una cocina con cafeteras y otras fuentes de cafeína, y un refrigerador. Para poder sentirme “legitimado” como escritor y poeta de tiempo completo, necesito este singular espacio fuera de mi departamento al cual ir como a una oficina de las nueve de la mañana a las cinco de la tarde y a veces más.
Cuando llego a Paragraph, le dedico entre media y una hora al “mercadeo y publicidad”, lo que quiere decir, principalmente: contestar emails (de mis seguidores, de mis odiadores, de mis contratadores y de mis promotores) y publicar en Facebook y Twitter.
Para entrar en modalidad creativa, me pierdo un rato en poemas que encuentro estimulantes; seguido leo traducciones de poetas chinos o poemas de Auden. Luego me pongo a trabajar.
Empiezo con fragmentos, frases o líneas que se me hacen provocativas. Las combino de formas distintas en busca de una chispa. ¿Alguna vez han ido a acampar y han tratado de prender una fogata haciendo fricción con dos varas de madera? Esa es la analogía que quiero lograr aquí. Las frases y líneas son esas varitas, y yo froto unas con otras hasta que surge el poema (que es también una fogata).
Algunos días los termino con un poema que quiero conservar; otros días termino sin nada.
Les tengo otra analogía: ir a pescar. A veces los peces muerden el anzuelo, a veces no. Véanlo con filosofía, no se desesperen si escriben por horas y terminan con pura paja. Mañana será otro día.

Cuando necesito un descanso del trabajo crudo y creativo, me pongo a revisar. Imprimo varios poemas que haya escrito recientemente y hago todo lo que puedo con ellos en términos de sustitución de palabras, expansión y contracción, en un intento de empujarlos hasta que lleguen a su más “perfecta” enunciación.
Acuérdense de que la edición no se opone al proceso creativo; al contrario, es una parte muy fecunda del mismo. Cada pequeño problema, cada pequeño bache en un poema necesita ser subsanado antes de publicarlo, y las soluciones que se me ocurren durante la revisión con frecuencia hacen al poema mucho más fuerte de lo que era antes, ya sea que lo empujen hacia un nuevo camino o le den ese clic necesario para convertirlo en un todo satisfactorio.
Crecí como poeta cuando me enamoré del lector. Jonathan Franzen dice que el novelista debe pensar en el lector como un amigo; yo digo que el poeta debe pensar en el lector como alguien a quien se quiere ligar. Un poema es un acto de seducción. Sé que uno de mis poemas está listo cuando me puedo imaginar leyéndoselo a alguien al oído, confiadamente, como preludio al besuqueo.
Supongo que debo contestar la pregunta que todos están pensando: ¿cómo te alcanza para vivir en Nueva York? Algo de dinero llega de mi poesía original en forma de premios o publicaciones, pero, lo confieso, la gran mayoría del dinero que necesito para mi modesta forma de vida sale de traducir y dar clases.

La traducción me parece una buena opción porque, sí, te puedes ganar algo de dinero, pero también porque sirve como una forma de ejercitar el oficio y obliga al escritor a encontrar una voz y un idioma diferentes en sí mismo. Déjenme darles un consejo: si vas a traducir algo, traduce algo de dominio público para que, no sé, Eurípides no ande por ahí listo para cobrar una parte de las regalías.
Consideren también traducir obras de teatro porque en ese caso se pueden vender los derechos de publicación pero conservar los derechos para montar la obra y, así, cada que una compañía teatral quiera representar la obra usando tu traducción tiene que pagarte una cantidad por cada función. Hay que tener varias fuentes de ingresos funcionando simultáneamente.
Para mí, dar clases es algo tan natural como respirar. El truco para tener un “negocio lateral” es que se quede lateral; es decir, asegurarte de que no interfiera con el tiempo designado para escribir. Trato de agendar mis clases para entrada la tarde o la tarde-noche, de modo que mi horario de trabajo creativo quede intacto.
Al final del día, imprimo las creaciones de la jornada para poder seguir jugando con ellas en el camino.
Normalmente, a eso de las seis de la tarde, ahora que la ciudad no está en cuarentena, camino hacia el East Village para tomarme un trago o dos. Me he dado cuenta de que unos tragos me permiten “tomar distancia” y tener “un cerebro nuevo” frente al trabajo de todo el día. Sí, yo soy el tipo ese al que vez garabateando sobre unas hojas de papel en el bar.
Finalmente, regreso caminando a mi casa, y si estoy de humor sigo trabajando en el material que compuse antes; si no estoy de humor hago algunas revisiones ya en cama o releo obras de mis poetas favoritos. Luego me quedo dormido y cuando me levanto lo vuelvo a hacer todo otra vez.

Traducción de Svetlana Garza. Puedes consultar el texto original aquí.
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Aaron Poochigian
Poeta y traductor, se doctoró en literatura clásica por la Universidad de Minnesota. Su primer poemario, El ronroneo del cosmos, fue publicado en 2012, y el segundo, Manhattanite, en 2017. Activo en Twitter, ha publicado en sitios como The Paris Review, Best American Poetry y POETRY.
Arantza Gascón
Nacida bajo el signo de géminis, es una apasionada del universo de Harry Potter. Conduce una comunidad de seguidores del mago en Facebook e Instagram llamada Sangre Potterica. Trabaja en ventas en Apple y tuvo un reciente paseo vacacional en Nueva York.
Todas las imágenes, principal e interiores, son fotografías cortesía de Arantza Gascón.