por Yadir Pérez Trejo
Con rigurosa igualdad, sin la menor diferencia, un grupo de países privilegiados que se autoproclama el Mundo Basado en Reglas aseguró que la agresión israelí a Irán del viernes 13 de junio fue “un ataque preventivo porque la República Islámica de Irán (patrocinador principal del terrorismo mundial) está desarrollando armas nucleares, poniendo así en riesgo a la humanidad”.
Dado que la presunción de inocencia no es regla de uso corriente en el Mundo Basado en Reglas, el grupo dio su venia para convertir al programa nuclear de Irán en competencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (responsable de mantener la paz y la seguridad internacionales conforme al artículo III.B.4 del Estatuto del Organismo Internacional de Energía Atómica), con justa correspondencia y proporción, a partir de la resolución acerca de los acuerdos con Irán GOV/2025/25 del OIEA, desclasificada y publicada el 12 de junio de 2025, en la cual se declara que el director general del mismo, Rafael Mariano Grossi, es incapaz de asegurar que el programa nuclear de Irán sea exclusivamente pacífico.
Consecuentemente, Israel y sus aliados olvidaron que Tel Aviv no participa de la inspección ni del control del OIEA, y que diversos cálculos emitidos por distintas entidades competentes estiman que su arsenal ronda entre las diez y las noventa ojivas, y que atacó emplazamientos nucleares de Irán arguyendo que el peligro era su arsenal —presuntamente inexistente.
Recordemos las reglas: los términos por los cuales se establece que el programa nuclear de Irán es (o no) totalmente pacífico obran en el acuerdo que varias potencias —incluido Estados Unidos— firmaron con el país en 2015, a fin de garantizar la naturaleza pacífica de este programa. De los firmantes, el presidente del Estado con mayor cantidad de armas nucleares en el planeta, Donald Trump, se retiró unilateralmente en mayo de 2018, arguyendo que «el acuerdo fue tan mal negociado que, incluso si Irán cumple con todo, el régimen estaría al borde de conseguir armas nucleares en un corto periodo».
No obstante, el programa nuclear iraní sigue su desarrollo presuntamente pacífico. El 15 de junio, Teherán y Washington celebrarían una reunión —tal vez la última o penúltima— para cerrar las negociaciones en torno al enriquecimiento de uranio iraní con fines pacíficos, así como para la construcción de ocho centrales nucleares nuevas en el país asiático, mediante la cooperación rusa. Hasta hoy, Rusia y Alemania han sido los únicos constructores de centrales nucleares en Irán, y saben que no tiene capacidad para fabricar bombas atómicas.

Quien sí tiene armas nucleares es el que constituye una verdadera amenaza a la vida en el planeta. El presunto arsenal de Israel y el transparentemente probado de Estados Unidos —y del resto de Estados fuertes (dueños de estas armas)— son la condición de posibilidad para que suceda un accidente nuclear. No estamos seguros de que otros las tengan, máxime si se trata de Estados agresores, como Israel o Estados Unidos (el único en la historia que ha lanzado bombas atómicas).
Para muestra, un botón. Permítanme recordar que las resoluciones anteriores de la OIEA afirman que “los ataques armados a instalaciones nucleares nunca deben ocurrir y podrían resultar en liberaciones radiactivas con graves consecuencias dentro y más allá de las fronteras del Estado que ha sido atacado”. Asimismo, las resoluciones GC(XXIX)/RES/444 y GC(XXXIV)/RES/533 establecen que “cualquier ataque armado o amenaza contra instalaciones nucleares dedicadas a fines pacíficos constituye una violación de los principios de la Carta de las Naciones Unidas, del derecho internacional y del Estatuto del Organismo”. ¿Amnesia basada en reglas?
No hay evidencia de que Irán tenga armas nucleares; sin embargo, desde hace décadas el Mundo Basado en Reglas no para de repetir en sus órganos de prensa internacionales, palabras más (mesuradas menos): “El más peligroso de esos regímenes es Irán, que ha unido un despotismo cruel con una militancia fanática. Si este régimen o su despótico vecino, Irak, adquieren armas nucleares, esto podría presagiar consecuencias catastróficas”. Esto se escuchó en el congreso norteamericano en julio de 1996; en septiembre de 2012: “Para la próxima primavera, a más tardar el próximo verano, a los ritmos del enriquecimiento, Irán habrá terminado con el enriquecimiento medio y pasarán a la etapa final”; en marzo de 2015: “El principal patrocinador del terrorismo, Irán, podría estar a semanas de tener suficiente uranio enriquecido para todo un arsenal de armas nucleares”; en octubre de 2015: “Esto colocaría a un régimen terrorista islámico militante a semanas de tener el material fisible para todo un arsenal de bombas nucleares”; en junio de 2025: “Si no se le detiene, Irán podría producir un arma nuclear en un tiempo muy corto. Puede ser en un año. Podría ser dentro de unos meses, menos de un año”; o en septiembre de 2022, en palabras del propio Benjamín Netanyahu: “Las dos naciones que están compitiendo por ser las primeras en lograr armas nucleares son Irak e Irán”, por mencionar las declaraciones más objetivas posibles.
En consecuencia, Israel atacó primero —y de forma ilegal— a Irán, a pesar de que el derecho internacional prohíbe expresamente el uso de la fuerza, y el derecho a la legítima defensa se limita a responder proporcionalmente a la agresión recibida y, sobre todo, declara que es ilegal que un país ataque a otro porque suponga que está pensando en agredirlo. Por supuesto, el Mundo Basado en Reglas las incumple a su antojo, mientras las impone a los demás.
Si bien no han surgido los juicios sobre los sucesos bélicos —para algunos, teatrales— de la unilateralmente denominada Guerra de los Doce Días por el vocero del Mundo Basado en Reglas, después de las agresiones israelíes contra instalaciones nucleares de Irán del 13 de junio de 2025, Estados Unidos se sumó al teatro de operaciones, atacando Fordow, Natanz e Isfahán. Posteriormente, el 22 de junio de 2025, el secretario de Defensa de Trump, Pete Hegseth, afirmó a las audiencias del Mundo Basado en Reglas que el ataque “borró” las capacidades nucleares de Irán, que la operación fue “un éxito rotundo” y, congruente con la civilidad mostrada, que la operación no pretendía un “cambio de régimen”.

El discurso triunfalista se acompañó de numerosas imágenes satelitales superficiales de las instalaciones nucleares antedichas, las cuales son subterráneas y están especialmente situadas a una profundidad incierta en el corazón de montañas muy rocosas. Según Trump, las imágenes muestran que “borraron” por completo los objetivos designados, por lo cual el programa nuclear de Irán fue destruido por completo.
Sin embargo, el 23 de junio de 2025, Israel volvió al ataque contra lo que —a decir de Trump— ya había sido borrado del mapa (el complejo nuclear iraní de Fordoun). Mientras continúa la búsqueda de un arsenal de uranio enriquecido al 60 por ciento de 400 kilogramos, que es propiedad iraní, aunque insuficiente para usos militares —no así para usos civiles—, Trump echaba gas metano sobre la hoguera, al tiempo que aseguraba pretender apagar el incendio, anteponiendo las necesidades de su “sangriento portaviones, Tel Aviv, para mantenerlo a flote en la región”, en lugar de hacer a Estados Unidos grande otra vez (no olvidar que fue el presidente del “no participaremos en más guerras”).
Los aliados de Israel, que no ven lo invisible ni hacen lo imposible, guardan elocuente silencio ante los indicios de que Israel podría poseer hasta noventa ojivas nucleares, aproximadamente, según estima la Federación de Científicos Estadounidenses. Es preocupante cómo ellos no se perturban en lo absoluto por fingir siquiera alguna preocupación o molestia ante la posible existencia del arsenal nuclear de Tel Aviv, quien, por si fuera poco, año tras año se niega a ingresar al Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares por razones de “seguridad nacional”.
Recordemos que el Tratado es la piedra angular de los esfuerzos mundiales para prevenir la propagación de armas nucleares, fomentar la cooperación en los usos pacíficos de la energía nuclear y promover el objetivo del desarme nuclear, así como el desarme general y completo. Actualmente, cuenta con 191 Estados parte, que actualizan y publican el “Listado de potencias nucleares no reconocidas”, en el que figura Israel; la organización especialista en la materia Nuclear Threat Iniciative comparte este señalamiento. Aunque el asunto no es motivo de debate en la Organización de las Naciones Unidas ni en los grandes medios, el consenso es total en los ámbitos especializados.

Tampoco levantan sospechas algunas asombrosas declaraciones, como la que hizo el ministro del patrimonio israelí, Amichai Eliyahu, el 5 de noviembre de 2025: “Lanzar una bomba atómica sobre Gaza es una de las opciones para acabar con Hamás”. Al respecto, ironiza Mirko Casale en su ¡Ahí les va! del 2 de junio: “¿Acaso un alto funcionario de la única democracia de Oriente Medio acaba de proponer un holocausto nuclear contra millones de civiles en su propio territorio porque tienen armas nucleares?”.
Dicho sea de paso, el genocidio en Gaza no ocurre en medio de un trato de paz. Israel ha lanzado una guerra de exterminio contra los palestinos; aprovechó el momentáneo debilitamiento que se presentó en Siria y arrasó con todas sus estructuras militares, mientras bombardeaba, como quería, la resistencia libanesa. En ninguno de esos casos hubo siquiera un alto al fuego promovido por Estados Unidos. Si bien ambos aliados —Tel Aviv y Washington— tienen intereses propios y otros en común, y comparten un apetito mutuo por mantenerse fuertes —aunque Israel depende más de Estados Unidos que a la inversa—, si la Casa Blanca no entraba al conflicto, iba a perder credibilidad internacional; si lo hacía, también iba a perderla: sólo a Netanyahu le conviene la guerra, mientras los aliados occidentales callan.
Al repertorio de declaraciones sin eco sobre la presunta existencia de armas nucleares iraníes podemos sumar la que emitió en 2006 Robert Gates, entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, cuando dijo que Teherán buscaba obtener su bomba atómica porque está rodeado de potencias nucleares: Rusia, Pakistán, la presencia estadounidense en el golfo Pérsico y el Estado de Israel. ¿Epifanía o lapsus? Sin resonancia, eso sí.
Aunque a partir de 2012 la agresión israelí lanzó actos terroristas contra científicos y centros de investigación pacíficos, dirigentes políticos y jefes militares iraníes para impedir su desarrollo y su protagonismo geopolítico, Teherán no permite el genocidio en Gaza, tiene acuerdos militares (hasta por 25 años) con China y Rusia, así como con Pakistán, además de contar con el apoyo de Irak, Líbano y de la mayoría de los pueblos del mundo —al igual que la causa palestina, que recibe el apoyo de gran parte del pueblo norteamericano.
La razón de fondo por la que el Mundo Basado en Reglas ingresó a la zona del silencio (lo que explicaría la forzosa entrada al teatro de operaciones de Trump con la delicadeza mercadotécnica de no provocar un holocausto por respuesta de Irán, que supo encarar ese frente de la misma manera) es que la revolución islámica de Irán (1979) rompió el sistema de alianzas que el Reino Unido —y posteriormente Estados Unidos— mantenía en la región desde finales de la primera guerra mundial (antes de aquel, Irán e Israel eran los aliados de Gran Bretaña en la región). Esto hace de Teherán el único estorbo de peso en la región para los intereses imperialistas y para la expansión de Israel.
En consecuencia, la revolución islámica mantiene su carácter antiimperialista, antisionista (movimiento fundamentalista, montado en colonialismo, que actúa mediante métodos terroristas y genocidas) y de apoyo a la causa palestina (la existencia de un solo Estado donde no haya ningún tipo de supremacismo, ni religioso ni étnico, sino igualdad ante la ley).

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Yadir Pérez Trejo es licenciado en letras hispánicas y maestrante en estudios latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente ejerce como profesor de educación media.
Todas las imágenes que acompañan esta nota fueron tomadas del acervo de la Wellcome Collection y son acuarelas persas anónimas del siglo XIX.
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