«Con dolor, pero luchando»

Reflexión sensible sobre la marcha de madres buscadoras del 10 de mayo de 2025.

por Eber Huitzil

Y en este país donde la rabia y la tristeza desangran el alma, donde se descose a punta de indiferencia e impunidad, hay que salir a la calle a buscar, a mirar detenidamente los rostros, a caminar con las madres y familias que día a día atraviesan lo más profundo y oscuro de este país con el corazón como una potente lámpara que las guía —¿o será el dolor, el dolor que alimenta o se alimenta como un pequeño fuego en el interior?, ¿el dolor que late profundo y que se siente cada vez que uno las abraza hasta estremecerse y comparte el llanto y el gimoteo mientras piensas en mamá y haces promesas como un susurró de que “todo estará bien”, de que el camino es largo pero los pies no se cansarán y sabrás cuidarte, sabremos cómo cuidarnos, sabremos encontrarles?—.

Lucía busca a su hijo Rodrigo.
Una ceremonia en la víspera del arranque de la marcha del 10 de mayo de 2025.

Escuchas los gritos, las consignas, las voces que se entrecortan frente a un micrófono, una a una llegan para contar una historia repetida 120 mil veces: “busco a mi hijx, desaparecido en Reynosa, Jalisco, Chihuahua…”, bajo el sol no hay suficiente espacio para todos los que están ni, especialmente, para todas y todos los que faltan. Te detienes en los rostros congelados, en cada foto. Hoy Rodrigo, hijo de Lucy, debería tener 31, 32 años —y debería haber regresado de Chalma con una bendición—. Sólo los que estamos aquí, con el corazón desquebrajado a media ciudad, envejecemos, especialmente quienes cargan con una ficha de búsqueda a mitad del pecho, porque debajo llevan clavada una herida que arde con cada exhalación. Quienes figuran en los retratos que portan cada madre y padre están en un no-lugar, donde el tiempo dejó de pasar, donde las arrugas, las promesas, los abrazos no suceden hasta que regresen a casa, sólo entonces quedarán desencantados de la impunidad y volverán.

Y aquí adentro algo no deja de vibrar.
Corazón, flor de piel.

Entonces, la promesa es una: buscar. Asomarse al interior de los cerros, bajar por la orilla de las aguas negras de las periferias citadinas, dibujar los desiertos, preguntar a las aves que pueden asomarse a los acantilados, a las serpientes en los pedregales, a la gente que mira desde lejitos, con desconfianza —no sea que esto sea contagioso—, abrir las calles e instituciones y fiscalías a punta de indignación y llanto y más indignación para que cada rostro no se olvide y no sea un montón de papeles atrapados en un archivo que se sedimenta como la indiferencia de la nación. Por sobre todo, la promesa es no dejar de buscar, no parar hasta encontrarles, hasta que todas las personas regresen a casa y con ellas venga la justicia con los ojos desvendados y humedecidos de ver tanto dolor y, llorando, se siente junto a cada madre, a cada familia y les abrace, y nos abrace, y nos diga que la pesadilla acabó, que el dolor no se irá pero que florecerá en algo distinto porque cada promesa hecha, la de traer a cada persona desaparecida, se cumplió.

Gabi busca a su hermana Mariela. Su madre, Herminia, murió sin saber dónde está.
Caro busca a su esposo, el doctor Ignacio.

Y mientras tanto, aquí, un 10 de mayo, bajo las nubes que danzan a destiempo, seguiremos, como cantó Teixeiro, “con dolor, pero luchando”.

Nadie se rinde.
Una promesa.

Posdata. Este Día de la Madre, al sur de la ciudad monstruo, Margarita Cuevas Suárez, quien desapareció en 2022 y cuyo cuerpo fue identificado hace unos tres meses en el servicio forense de Morelos, fue enterrada junto a su madre, doña Lupita.

Doña Lupita murió en un hospital treinta minutos después de que, por los tatuajes, la hermana de Margarita la identificara. El acta dice que fue el cáncer cervicouterino, todxs sabemos que en realidad fue la tristeza enraizada ahí donde Magos empezó su viaje por la tierra, el lugar a donde ahora regresó.

Un 10 de mayo, madre e hija se reunieron: promesa cumplida.

Vero busca a su hijo Diego.
Don Cirilo busca a su hijo Cirilo desde hace 15 años.

***
Eber Huitzil. (Ciudad de México, 1990). Hago un poco de todo, pero con buena ortografía —foto, video, algo de escritura—. Estudié lengua y literaturas hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero terminé haciendo cosas de comunicación en derechos humanos para organizaciones, colectivos y demás. Codirigí Así buscamos, así amamos (2023), un documental sobre la transformación de las madres buscadoras. Ahora soy una promesa chavorruca que nunca aplicó al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), aunque la Fundación para las Letras Mexicanas (FML, 2012), Arca, Agencia Bengala (2014) y la Universidad iberoamericana (2017) me dieron oportunidad de escribir y publicar algunas cosas en el pasado.
Instagram, Twitter y Facebook: @eberhuitzil

Todas las fotografías que acompañan este texto son cortesía del autor.

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