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Paloma blanca, paloma negra: un poemario de Jorge Canese

Reproducción íntegra de un libro de 1982 publicado en Buenos Aires.

Consultado en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno de Buenos Aires, ciudad en la que fue originalmente publicado en marzo de 1982 por la editorial Botella al mar, Paloma blanca, paloma negra es uno de los nodos icónicos de la carrera escritural del paraguayo experimental Jorge Canese, no nada más por su claridad lírica, sino también por su historia viva en relación con el régimen del dictador Alfredo Stroessner, quien asfixió al Paraguay —isla de tierra— entre 1954 y 1989.

Como cuenta el mismo autor en su obra Apología a una silla de ruedas, de 1995, ya escrita en democracia:

«Les confieso: mi intención (po’ëtica) no es nunca deliberada. Me sale naturalmente. Soy el primer sorprendido con los estragos mentales que desata mi poesía.

«Y no puedo menos —a estas alturas de los acontecimientos— que recordar el simpático episodio de Paloma blanca, paloma negra, librito inocente hasta si se quiere, que me catapultó a la pequeña fama literaria que uno puede adquirir en este país de mierda (esas fueron las palabras mágicas en aquella oportunidad).

«Año de 1982.

«El estronismo era aún un gobierno fuerte. El malhadado mamotreto fue sentenciado a la hoguera en vivo y en directo —por televisión—, a través del heraldo oficial de la época: el Subsecretario de Información y Cultura de la Presidencia de la República. Hecho insólito, si los hay.

«El personaje en cuestión leía y tachaba párrafos subrayados o encerrados en círculos rojos. Subversivo. Apátrida. Me trató de todo. Y de paso hizo su antología, que los diarios de la época se encargaron de reproducir in-extenso al día siguiente.

«El librito, secuestrado por la policía y prohibido a través de la cadena nacional de radio y televisión, circuló en infinitas fotocopias, que aún algunos exquisitos conservan».

En su intención por divulgar la maltratada literatura latinoamericana, con tantas de sus voces desoídas por los intereses comerciales de las editoriales trasnacionales estimuladas por el lucro, Altura desprendida reproduce a continuación íntegro el poemario de un Canese que entonces sumaba 35 años.

Irse, otra vez, a volar con un solo paracaidas. Miguel Ángel Rojas, Paloma.

Nota preliminar del autor tratando de cubrir un espacio muerto

En realidad, el prólogo tenía que escribirlo un amigo mío.
Se lo pedí hace más de seis meses y ahora me dice que no pudo,
porque no sé cuántas cosas ocurrieron y otras
tantas dejaron de ocurrir.
En nuestro país las cosas son así,
y no es justamente en este momento cuando debiera lamentarme.

Tengo el drama de la página blanca por delante.
El imprentero dice que tengo que cubrir tres páginas
y que deberían ser más de 300 palabras.
Me parece una enormidad, pero no importa.
Para qué estamos finalmente en esta vida,
si no es para solucionar problemas.
Así decía mi tía y creo que es cierto.

Con estos pequeños trucos voy avanzando lentamente.
Ya deben ser nada más que 200 y pico las que me faltan.
¡Cómo me desespera el resto de la página blanca!
Me viene la misma sensación de vértigo que tengo cuando subo a la calesita o cuando escalo un faro.

Además el imprentero me dijo
que a lo sumo dentro de dos horas tengo que tener esto listo.
Es una injusticia, pero no importa.
Mi amigo tuvo más de seis meses y yo sólo dos horas.
No hay derecho.

A pesar de todo, debo seguir.
No es posible desfallecer en medio del camino.
Qué dirían los amigos.
Hasta los vecinos chismosearían.
Todos verían que uno ha abandonado el camino correcto,
que se ha apartado de la verdad.
El mundo es cruel.

La página blanca sigue estando abajo.
El tecleo de la máquina es insuficiente,
es lamentablemente lento y ya estarán faltando unos pocos minutos.
Así es la cosa, todo se tiene que hacer en unos minutos nada más.
El tiempo vuela y nos ponemos viejos sin darnos cuenta.

No tengo tiempo para pensar ahora en boludeces.
La cuestión es ganar espacio, poner más y más letras.
Esta miserable máquina desgraciadamente no tiene
tipos más grandes y espacios cuádruples,
al menos para engañar la vista y pensar que
ya estoy terminando
que me falta nada más que un jeme.

Pero todo esto es un engaño, un vil engaño.
Me deben faltar todavía toneladas de palabras
y se acaba el tiempo.
Además no me arriesgo a parar
para contar las palabras que me faltan
por temor a que se me acabe definitivamente
el tiempo
y el Gran Inquisidor aparezca con el fuego y
la cruz en la mano
y me dé otra vez con todo.

No.
Otra vez más, no.

UNO

¿Qué será?

¿Qué será de las cucarachas amarillas
las noches de los martes
sin lunas que las consuelen,
sin chocolate,
sin países de mierda como el nuestro
donde vivir,
donde criar a sus hijos?

¿Qué será de los grillos y langostas verdes
cuando se terminen los tanques,
cuando se acabe el chiste
de que los buenos somos
nosotros
y los relojes marquen
nada más
que los minutos de descuento?

¿Qué será de las mariposas sin alas
cuando no existan los rascacielos,
cuando —por esas cosas de esta vida—
se nos ocurra partir el mundo
con un cuchillo de pan
y las lágrimas
se derramen en el infinito
sin remedio?

Yo

Yo soy el que soy. El que es. El que siempre fue.
El que aunque a veces no es sigue siendo.

Yo soy al que escupieron los perros.
El que mendigó el cariño en los charcos.
El que no supo qué hacer cuando tenía la verdad en la mano.
El que resultó jodido desde el principio.
El que se achicó cuando le apuntaron los chacales.
El que se agrandó a la intemperie; al pedo y sin fundamento.

Soy el que procuró ser algo más que yo mismo.
Soy el boludo que se desespera cuando le niegan
una sonrisa o un trago de vino.
Soy el que no supo nunca querer como es debido.
Soy el infeliz que hurga y remueve en el meollo de las cosas.
Soy el que a veces se siente solo cuando está con sus amigos.
Soy el que quiere ser un santo cuando da un beso
y el que se siente un mártir cuando el Espíritu
Santo dice que concederá audiencia recién dentro de 20 años,
o cuando le dicen sencillamente que no, porque ya es tarde.

Demonios

Los demonios se turnaban obedientes.
Subían y bajaban
aparentemente sin lógica.

Demonios precisos y hermosos,
de esos que saben engordar
la esperanza de los pobres.

Demonios blancos,
demonios rojizos
como el fuego eterno
que nos tienta y nos quema.

Demonios espectrales,
demonios carcelarios,
oscuros de amaneceres.
Utopistas al fin
y llenos de buenas intenciones.

Destellos rojos y verdes (1)

El cielo claro
estaba casi al alcance de mi mano.
Temblando trajiné las calles,
los muslos y las matas de pelo
de mis ángeles fríos.

Quilombo de palanganas y luces de colores,
andén oscuro de humores y recuerdos,
olimpo perfecto
tan lejos de este mundo emputecido.

Piel morena bajo la ducha,
la siento y la veo
a la hora de la siesta
en ese paraíso de tufos y temores,
en medio de esos olores fuertes
propios de los seres puros
capaces de vivir más allá del amor
y de las nimiedades de este mundo.

Destellos rojos y verdes (2)

El antiguo portón de dos vientos
era la entrada al paraíso,
las caricias, las luces de colores,
la risa, la suciedad.

Empuñé el arma de la carne
y me zambullí en esa guerra personal,
imperfecta como toda escaramuza en este mundo de mierda
y practiqué el juego,
el combate cuerpo a cuerpo.

No diríamos entonces
la suerte del mundo entre las sábanas.
Eran nada más que unas pocas monedas de más o de menos.
Allí no estaba Beethoven con su quinta sinfonía.
Todo era imperfecto, corrompible,
antisocial, impuro, hermoso;
era el país de la belleza,
el mundo perdido de los sueños,
el paraíso de los viejos profetas.

Amé los vestidos blancos,
la ducha, la grosería,
la enramada de jazmín,
el tufo del verano y las perlas ganadas en combate.

Amé la guerra,
la guerra de las piernas,
la guerra de la carne firme,
las sospechosas luces verdes
y las lujuriantes luces rojas.

La muerte sentada en un rincón
era un pariente más,
un tío bonachón gozando de la vida.

Lo vocinglero. María de la Paz Jaramillo, En negro está Isabel.

Confieso que he pecado

PADRE: he pecado,
he pecado gravemente
contra las leyes de Dios y de los hombres,
he robado a mis vecinos,
les he sacado sus tierras,
les he quitado el pan de la boca
a sus hijos y a sus mujeres encinta.

PADRE: he pecado,
he asesinado a los horneros,
he destruido sus nidos,
he bombardeado canchas de fútbol
y matado innecesariamente
a sus hinchas indefensos.

PADRE: he jugado a tantos
que ya no llevo cuenta,
los he enloquecido poco a poco,
con mucho oficio;
he manchado a sus mujeres
por orden —padre—,
todo ha sido por orden superior.

Bien,
vete en paz, hijo de puta,
ego te absolvo
in nomine patri,
et filli
et spiritu santi,
amén.

Avísame

Cuando te carcoma la duda
y te veas al borde de todo,
y te persigan los monstruos
y los pájaros te picoteen los ojos,
AVÍSAME.

Cuando ya no creas más
en la santa virtud,
en la moral y en la belleza
y te encuentres triste y abandonado,
AVÍSAME.

Cuando te veas solo,
prisionero entre recuerdos, olvidos
y hasta las ganas de hacer el amor
hayas perdido,
AVÍSAME.

Toma el teléfono,
disca mi número
y si no estoy
deja el mensaje
que ya me ocuparé de tus problemas.

In memoriam (Monseñor Romero)

Y se nos fue nomás
sin un adiós
(diciendo misa),
acribillado
al pie del holocausto.

Ya no verá su sangre,
ni el desparramo de hostias
y de monjitas corriendo enloquecidas.

Ni sentirá el terror
de las llamadas anónimas;
ni sentirá el temor
de perder el hilo que nos ata
a tantas cosas
y a la vida.

Será un héroe,
un sacerdote masacrado
cumpliendo con su causa,
celebrando su propio sacrificio.

Su rostro de féretro ejemplar
tendrá la serenidad de los mártires,
la benevolencia de los santos
y el candor de los hombres buenos
que se mueren de pie
peleándole a las injusticias
y a la vida.

Uniforme de la patria

Los excombatientes
se nos fueron muriendo de a poco,
uno a uno
sin olvidar la guerra,
el hambre, la sed,
los mosquitos,
las trincheras y los tiros.

Los veíamos cansados
últimamente,
cuidando coches,
pidiendo limosna en las esquinas,
en la catedral, en los caminos.

Llevaron siempre
el decoroso uniforme de la patria
a pesar de su pobreza,
a pesar del cansancio y de las canas,
a pesar que el tiempo
los dejó inútilmente atrás,
a pesar que la muerte los agarró desprevenidos
y de repente
nos quedamos sin ellos.

Paloma blanca, paloma negra

Símbolo de paz
que habitas las ciudades,
las catedrales, los cementerios,
las plazas,
los grandes rascacielos.

Vives en los mismos aleros,
ensucias las mismas estatuas.
Nadie puede reprochar
tu sana visión cosmopolita,
tu aclimatación al progreso,
a los ómnibus, al cemento.

Nadie podrá decir
que no eres igualmente bella,
igualmente blanca en las alturas,
igualmente negra en los combates.

Un poco de melancólica belleza que recuerda al país más irrigado del mundo. Fúquene, de Javier Sandoval.

Hombre

Lo recogí
y le di un beso cantando.

Nada le faltó.
Puse siempre lo mejor que tuve
para que saliera adelante,
para que fuera un hombre de provecho,
útil a la patria,
cumplidor, amable,
cariñoso con sus hijos.

Hasta que un buen día
llegó al olimpo de los dioses pasajeros,
se corrompió sin causa aparente
y no hubo nada que lo hiciera
comprensivo y tolerante,
ni caramelos que impidieran
su reinado de silencio.

Llegará el final sin que nos demos cuenta

El final te alcanzará como a cualquiera
y tu muerte no será especial,
ni tendrá pompas deslumbrantes,
ni flores, ni vecinos curiosos,
ni velones de incienso,
ni mártires que lloren tu inutilidad, tu ineficacia,
ni siquiera discursos, ni lutos,
ni festejos patronales posteriores.

Volverás al polvo, imperceptiblemente,
sin que nadie lo note,
sin que nadie tome registro de tu último paseo,
sin que nadie caiga en el error
de recordar tu historia.

Primavera de película

Y aunque nadie creía ya en el paraíso
llegó la primavera;
y ese setiembre fue más hermoso
que en las telenovelas,
que en las películas de los años 30.

Cuando al final de la metralla y los aplausos
el señor octubre se puso en los balcones
empalidecieron las langostas,
se consumieron toneladas de pasteles sin relleno,
las plantaciones de flores cubrieron el país, el continente,
y todos nos dejamos morir
—felices de la vida—
en medio del aroma agreste de las rosas.

Trampa

Al bajar los peldaños del infinito
me encontré con un paraíso abandonado,
sin santos y sin vírgenes.

Recién entonces me di cuenta
de la trampa de la historia:
esa que pregonan los tecnócratas
y los lacayos de la mentira hipócrita
de todos los días.

Después de

Nunca le discuto sus sanas intenciones,
su furia aplastante
que nos hace vivir
como vasijas impuras y sedientas
antes que todo sea distinto,
antes que aterricen los serafines con sus trompetas
y el más allá deje de ser una ilusión
y el cielo se encuentre allí nomás
a menos de un palmo,
al indudable alcance de mis manos.

Muy cerca

Me fui perdiendo amarras,
mar adentro,
y me encontré con Dios
que estaba igual que yo,
perdido en la inmensidad celeste
llorando penas de amor,
soñando con el paraíso
que alguna vez habíamos perdido.

Encendí un cigarrillo
y me quedé pensando.

Los momentos de amor;
esos minutos de eternidad
tan cerca del placer,
tan cerca de una felicidad
que se deshace en nuestras manos
cuando ya la estamos tocando.

¿Quién soy yo para decirte tantas cosas?

Yo soy el que pasa,
el que sueña con los tajamares,
con los hipopótamos y con los mineros,
el que se expone al viento
y a los tiroteos.

Yo soy
el que te quiso morena desde un principio.

Yo soy
el que estuvo siempre a tu lado
esperando este momento.

Te pincharé los ojos,
gaviota vagabunda de la noche
para que no me digas adiós,
para que no pases de largo.

Una forma de decir

Ayer soñé con las moléculas,
los rascacielos, el viento norte
y los exquisitos poros de tu piel.

Ayer soñé contigo.
Eran los átomos del infinito
queriéndote decir pequeñas cosas:
como que los besos son eso nada más
y a veces no sabemos qué,
que las sonrisas, los ojos,
los mordiscos
son una forma de querernos,
una forma de decir
que no sabemos lo que va a pasar mañana.

Cuando una gota de lluvia mojó nuestros suspiros

Ayer te vi
radiante y bella como ninguna,
cuando una gota de lluvia
mojó nuestros suspiros.

Yo estaba
esperando el otoño de las flores
cuanto te vi llegar de pronto
con tu cabellera alada,
tu cintura de cometa, tu mirada de ojos claros,
tus caricias de niña hermosa.

Tu belleza
me despertó del cansancio de la muerte
que siempre nos contagia
arrinconándonos entre números,
noticias en los diarios, estadísticas
y represiones fríamente calculadas.

Y despierto,
me quedé parado, mirándote,
esperando el sol o la mañana,
o quizás un gesto tuyo,
una mirada,
un guiño suave de tus ojos,
una gota de lluvia o de sudor,
una lágrima, un suspiro.

No dejes de escribirme

Yo que soy un tonto, amor,
te pido humildemente
que no dejes por eso de escribirme
ni de venir a verme, al menos
los lunes o los martes.

Reconozco ser un flojo
en toda la dimensión de la palabra,
un inútil para recibir los golpes,
para aguantar la soledad,
hasta para quererte
o para decirte que te extraño,
que te extraño terriblemente
los lunes o los martes
cuando miro el maldito reloj
al lado de mi cama
y no te encuentro.

Ciudad pequeña

Simplifiqué los laberintos,
suprimí los giros inútiles
a izquierda y derecha,
descompliqué los crucigramas, el ajedrez,
compacté cariñosamente el mundo entre mis dedos

y en esta pequeña ciudad en que vivo
salí a las calles,
me empapé en la lluvia
y en el rocío de los llantos
transité por los charcos,
por los barrios de hojalata…

¡Ay, Julieta,
qué ganas de morderte,
qué ganas locas de morderte!

Carta

Nunca pensé
que el quilombo de las langostas
sería una cosa tan seria.
El verde
con su agresivo tono impersonal
como si quisiera decirnos:
¡cállense!,
¡cállense!

La calesita
en el sinfín de las miradas,
las locas ruedas del viento
y el encanto de la primavera
a pesar del calor
de este terrible e inmundo tufo húmedo y sangrante.

La verdad es que te quiero
aunque parezca lo contrario.

Familias diversas, nuevas espiritualidades. Juan Camilo Uribe, Mandala mano poderosa.

DOS

Clave

Me reconfortan los ríos
que tienen su fin preciso
en ese milímetro fatal,
ese minuto
en que uno quiso dejar de ser
lo que siempre fue,
y en el que se pierde
lo que más se ama.

Huyendo a 200 kms/h

Reventado, podrido,
harto de naufragios,
hui
a 200 kms/h
hacia donde no existen galas ni T.V.,
ni luz ni asfalto,
ni diarios ni nada,
en donde
sólo el mugido de las vacas pasajeras
nos marque el tiempo
y el deseo.

Desde un dudoso país

Desde un dudoso país,
desde un dudoso continente,
desde la galaxia más inexistente
(entre lacayos y trompetas)
y lejos,
muy lejos del trono de Dios padre,

me siento a veces un simple ser humano
que no sabe llorar,
que no puede reír
porque no nos miran ni los perros,
porque estamos lejos
y casi siempre es muy de noche.

En estas tierras

En estas tierras
nadie sabe si la vida es corta o larga.
Nadie pregunta
si los astronautas
saben hacer arroz con leche
o muñecas de papel para sus hijos.

El miedo corre y se extiende.
Nadie sabe quién es Dios
y quién su padre,
quién podría acuchillarlo
en una mañana de rocío,
quién podría darle un beso,
quién amor,
quién un poco de esperanza.

Ante el miedo las cosas siguen como son.
Uno al final se queda con los mismos muertos,
sigue por las mismas calles,
insiste con el mismo corazón.

Es el progreso
y nadie duda que las cosas son así,
simplemente de ese modo.

Marchitándonos

Perdimos la salud
y nos brotaron granos
grandes como sandías a punto de estallar.

La peste y sus acólitos
nos minaron la sangre,
nos carcomieron los huesos,
nos infectaron irremediablemente el cerebro,
el corazón de buena entraña,
las manos pequeñas-tiernas-suaves.

Perdimos la tierra, el agua,
perdimos el aire, el viento, la alegría.

El fuego se nos fue apagando
poco a poco, marchitándose:
¡y hace tanto tiempo que no llueve!

Aquí los muertos

Aquí los muertos
llevan siempre la misma vestimenta,
caminan por la calle, toman tereré,
pululan, comen pan.

Nadie cree en sí mismo.
Los cementerios son fértiles
como campos abonados con sangre.

Casi siempre es difícil
saber si uno está vivo todavía,
o si la muerte lo agarró desprevenido
en la calle Palma
o a las 3 de la mañana
después del edicto,
después del rastrillaje.

Isla

A pesar de todo
adoro mi isla,
mi prisión primitiva
sin nada que nos obligue a pensar,
sin tradiciones, sin dioses tutelares.

Así, seguramente
moriré feliz en este limbo
sin haber visto el mar,
sin haber respirado nunca hondo,
ni saber
lo que hubiéramos sido
de otro modo.

Dios premia a los buenos y castiga a los malos

Tengo miedo.
Tengo mucho miedo
a caminar solo por la calle, por la vida,
sin poder mirar atrás
por temor a darme cuenta
que no vamos al festín sino al barranco,
que nos mintieron cuando decían
que Dios premia a los buenos y castiga a los malos,
que nos mentían cuando nos prometían un dulce,
que fuimos tontamente engañados
cuando creímos en la virginidad de los santos
y en la valentía
como pasaporte al heroísmo.

Como si las hadas caminaran las calles. Álvaro Barrios, Grabado popular impreso en una hoja volante.

Lo que nos queda

Todos los días
se inauguran cementerios.
Vivimos cavando sepulturas.
El contrabando de lápidas y cajones
está de última moda.

Nadie quiere morirse
sin un rezo,
sin un panteón último modelo.

Todo ingresa en forma clandestina.
Todo es gringo, todo importado,
menos el miedo
que sigue siendo autóctono.

No va más

Las viudas tienen miedo.
Las brujas tienen miedo.
Las lloronas tienen miedo.
Las amantes tienen miedo
que el hotel-alojamiento se encuentre vigilado,
que los besos tengan que pagar impuesto,
que el contrabando de programas amorosos
haga subir el pasaje y no el sueldo,
que suba la carne,
que ya no se pueda coger tan libremente como antes,
que el ministro diga
que la operación rastrillo continúa
y que al final
tengamos que morirnos de miedo sin remedio
porque al país se le acabó la pila
y no va más.

Cambios, transformaciones, acomodos

Cuando nos dimos cuenta
el miedo estaba metido entre nosotros
y, de igual a igual,
nos disputaba los momentos.
Era ya muy tarde.

Así, nos fuimos adecuando, amoldando,
acomodándonos a su estilo,
a sus sanas exigencias.

El político terminó de carpintero,
el escritor de vendedor ambulante,
los teatros se transformaron en quilombos
y la universidad
acabó siendo un gran queso
comido por gusanos.

Tiempo de pensar en los vampiros

No son necesarios los relojes
para que nos demos cuenta
que ya son las 5 de la tarde
y es tiempo nuevamente
de pensar en los vampiros,
en los espíritus malignos,
en la peste que todo lo invade
o en el pora
que nadie sabe dónde está.

Malgastamos la vida,
el tiempo, el amor, el sueño
esquivando el miedo,
tratando de evitarlo,
disfrazándolo,
diciendo que no existe,
inventando mil formas de matarlo,
mil y un modos de huir,
de escapar hacia los vértices,
corriendo desesperadamente,
alejándonos
de un enemigo
que está dentro de nosotros.

¡A callar!

Aprendí a callar,
a sonreír
cuando era absolutamente necesario,
a correr, a no sentir,
a amar sin que se note,
a comer sin placer,
a olvidar pronto,
a vivir solo,
a pensar en los demás
para no pensar en uno mismo
y a rezar para no desesperarme,

porque a veces
(aun a pesar de todo)
a uno le entran ganas de vivir
y como el monstruo sigue firme a nuestro lado
no nos queda más remedio que olvidar
y recurrir a la oración,
al maratonismo y al silencio
para seguir huyendo y temiendo,
para no pensar
que algún día
las cosas puedan ser de otra manera.

Somos a pesar de todo

Somos
los que vivimos a pan y agua
en los calabozos,
entre las cucarachas y los locos
de la cárcel modelo,
en medio de los gritos, los golpes,
los locros de carne podrida,
la mugre, el miedo,
la persecución y el olvido.

Somos
los que alguna vez soñamos
no caer nunca presos,
ni que nos allanen la casa
y nos separen de los hijos
y nos ahuyenten los amigos,
porque el temor
corre más rápido
que reguero de pólvora.

Somos
los que vivimos siempre con terror
a que desentierren nuestra ficha,
nuestro frondoso prontuario policial,
y otra vez
vuelva a empezar la misma joda.

Somos
los que vivimos casi muertos,
por si acaso,
para no hacernos vanas ilusiones,
para no soñar al pedo
pensando
que las cosas algún día cambiarán
y que todo será
aunque sea mínimamente diferente,
y que nosotros
podremos sentirnos seres comunes y corrientes
sin que nuestras puertas estén marcadas
y nuestro nombre
suene siempre
como una mala palabra.

Somos
los que aún estamos vivos,
los que salvamos el pellejo
por suerte o por casualidad
aquel día,
en aquel patio,
donde de todos modos
algo nuestro quedó muerto y sepultado
sin que se sacaran
anuncios en los diarios.

Epílogo

Y así nomás
uno termina siendo el malo,
el asesino en potencia,
un vendepatria asqueroso y vulgar,
un idiota útil
porque no pensó en la sociedad establecida,
un imbécil
porque se alejó de los cauces naturales
y se fue a pensar
a la orilla de un arroyo.

Y, para colmo, al final siempre hay gente que pregunta

Cuando uno se toma un pequeño respiro
en mitad del tiempo
y piensa,
de lo primero que se acuerda
es que el viaje es de ida solamente
y que a lo largo del camino
siempre hay alguien que pregunta:

¿por qué has luchado?,
¿por qué has amado a tus hijos?,
¿por qué has dormido a la sombra de unos mangos?

Me preguntarás
qué fuiste para mí:
y no sé qué contestarte.

Me dirás sin duda
¿dónde quedó el amor de entonces?:
y seguramente
tampoco sabré qué contestarte.

Lo vago es igualmente vivo. Paloma, fotografía de Javier Sandoval.

***
Jorge Canese (1947)
es uno de los poetas paraguayos más importantes del siglo XX. Además del verso multilingüe —desde la opción por el guaraní— o en franco galimatías, ha cultivado el cuento y la novela. El poemario aquí reproducido fue «uno de los pocos que sufrió la censura stronista, que siempre se centró más en las publicaciones periódicas. Gracias a las gestiones de Elvio Romero, Canese había logrado que la obra fuera publicada por una editorial argentina, y presentada en la Feria del Libro de Buenos Aires de 1982. Inmediatamente después, estaba previsto que Augusto Roa Bastos la presentara en Asunción. Con la expulsión de Roa, no se logró frenar el acto, que se llevó a cabo en el Centro Español Juan de Salazar de la capital paraguaya, gracias al apoyo de su director, Paco Corral», señala la ficha biográfica del autor que preparó Mar Langa en la Antología: La poesía del siglo XX en Paraguay. Al día siguiente de la presentación, no obstante, ocurrió el acto de censura desde la presidencia paraguaya que narra el autor y que se reproduce en el prólogo de esta nota de divulgación.

Todas las obras plásticas que acompañan esta entrada forman parte del acervo digital del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) y fueron tomadas de su sitio web. La que funciona como portada se titula Balance, de Hernando del Villar.

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