Fenómeno literario entrañable, divertimento teatral para tratar de desglosar las flagrantes, irreconciliables contradicciones políticas del peronismo, esa fuerza política viva en la Argentina que sigue complicando sus destinos, la novela No habrá más penas ni olvido, de Osvaldo Soriano, no logró el favor automático de los lectores, sino que tuvo que sortear las incertidumbres y accidentes, las vejaciones veladas y los pesos de la industria editorial de la época, finales de una década de 1970 que vio surgir a Manuel Scorza en el Perú o que en el hemisferio norte publicó el Palinuro de México, de Fernando del Paso, por ejemplo.
La novela, que toma su título de Gardel, además, se publicó dos años después del golpe de Estado que perpetró el ejército argentino contra María Estela Martínez de Perón, para luego imponer un régimen de terror en todo el país que conllevó la persecución sistemática de opositores políticos, el exilio de algunas de sus mejores voces (Antonio di Benedetto, Néstor Perlongher, Juan Gelman, Enrique Dussel, Joaquín Salvador Lavado «Quino», Juan José Saer, entre otras conciencias artísticas relevantes), y escribir uno de los episodios más dolorosos de la historia latinoamericana, inscrita además en la estrategia represiva regional del Plan Cóndor, que coordinó la crueldad en Paraguay, Uruguay, Chile, Brasil, Bolivia, Argentina, Perú, México, Guatemala, y sus tristes etcéteras.
No habrá más penas y olvido se publicó originalmente desde el exilio de su autor en Europa, pero tras editarse en suelo argentino en 1982 —un año antes de la restauración de la democracia— convirtió a Soriano en uno de los escritores más leídos de aquellos años.
En ánimo de seguir profundizando el asomo a la historia política y cultural latinoamericana, Altura desprendida reproduce una carta que, tras leer el libro, le envió Julio Cortázar a su colega desde París en 1976, en la víspera de la publicación de la novela y apenas unos meses después del golpe. Un testimonio elocuente sobre cómo la intelectualidad de aquellos años fue concientizando la circunstancia de las víctimas de la dictadura, además de un asomo a los acomodos —no sólo inocentes, no sólo desinteresados y bondadosos— con que se articulaba el mercado editorial de entonces.

Saignon, Francia, agosto de 1976
Querido Osvaldo: tardé en contestarte porque me era imposible leer tu novela; mi vida está estúpidamente llena de prioridades, algunas de ellas importantes, y tengo que someterme a un ritmo que va en contra de mis deseos. Tus comentarios sobre las últimas noticias argentinas contenían aún cierta esperanza con respecto a Paco Urondo. Creo que ya no podemos esperar nada; las versiones difieren pero coinciden en el hecho fatal. En cuanto a Conti, queda una remota duda de que aún esté vivo. Acabo de recibir carta de Daniel Moyano desde Madrid; menos mal que él pudo salir. Parece que Galeano ya está afuera (Le Monde dixit) y que Zito Lema se prepara para irse. Por lo demás, ya sabés las noticias. Control total y absoluto de la mass-media, y como contrapartida de eso y otras cosas 500 millones de dólares dados por los yanquis y 50 por los franceses. El fascismo es un buen negocio, parece; y aunque yo no soy capaz de desesperarme del todo, creo que ni vos ni yo volveremos a la Argentina en mucho tiempo, y que mis amigos chilenos, uruguayos, etc., están en la misma situación. Nuestras eternas vacilaciones sudamericanas cosechan lo que sembraron; los otros no vacilan nunca, y cosechan mucho más.
Leí de un tirón tu novela y eso en mí es siempre un primer balance favorable; sigo creyendo que un libro que agarra da ya la prueba de su calidad. Para un argentino, además, esa calidad es obvia y transparente: en pocas páginas has resumido el drama de estos años, y lo has hecho a tu manera, con esa rapidez que nunca es ligereza sino eliminación de lugares comunes y acotaciones innecesarias. Me sigue gustando más Triste, quizá porque reúne más recuerdos y querencias y nostalgias muy mías. Pero tu nuevo libro es digno del otro, y el único problema es el que vos mismos prevés en tu carta: a un editor francés no le va a gustar, o va a asimilarlo equivocadamente en una novela dura y de acción, cuando es mucho más que eso. Si Triste se publicara en francés, entonces cualquier editor comprendería mejor, pero darle a leer ésta para empujar Triste me parece un sistema condenado a fracasar. Ya ves que te lo digo sin rodeos, porque es lo que siempre hice y haré con vos en cualquier caso. Marie-Claude, a pesar de su buena voluntad, va a caer en la trampa, es decir que no captará el problema del desgarramiento político, la infamia dentro del aparente movimiento único, etc. Y si lo capta, como no es una vivencia para ella, no le interesará demasiado. Yo creo que frente a esto lo que haremos Ugné [Karvelis, segunda esposa de Cortázar y editora de Gallimard en esa época] y yo es insistir para que Marie-Claude siga librando batalla por Triste sin mostrar la otra novela al editor o editores. Sigo creyendo que tu libro se publicará, y echaré mi cuarto a espadas como podés suponer y esperar. Pregunta: ¿la novela termina realmente al pie de la pagina 99? Ese diálogo me da la impresión de quedar trunco, pero como me decís que la versión no es la definitiva, tal vez un día me mostrarás el resultado. Me enamoré de Cerviño y de Juan, por supuesto; qué bien están los dos. En cambio Ignacio, tan presente al principio, desaparece (horriblemente) en forma acaso demasiado rápida; creo que merecía alguna etapa intermedia antes del final. Y comprendo que te preocupe el episodio Juan/mujer; tiene algo de compromiso, de meter el tema erótico un poco a la fuerza, para completar una gama. Hasta pronto, con un gran abrazo.

Esta carta del autor de la Rayuela se reproduce desde la edición de No habrá más penas ni olvido de 2014 en Seix Barral, impresa en Buenos Aires, con prólogo de José Pablo Feinmann y un apéndice de diversas voces comentando la génesis de la obra.
Las obras pictóricas que acompañan esta entrada pertenecen todas a Guillermo Kuitca y fueron tomadas del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). La que trabaja como portada se titula Siete últimas canciones, correspondiente a 1986.
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