Las fuerzas armadas traicionaron al presidente Salvador Allende y depusieron a un gobierno elegido en las urnas para imponer una junta militar al frente del país: una fuerza de violencia política que desde el 11 de septiembre de 1973 impuso su régimen de terror mediante la tortura, el asesinato y la desaparición.
El desierto de Atacama, observatorio astronómico internacional por la claridad de sus aires, se convirtió en una gigantesca fosa común, como acusa Patricio Guzmán en su demoledora película Nostalgia de la luz (2010).
El régimen conformó la violencia y el amedrentamiento contra opositores como una política de Estado, una estrategia sistemática para desmantelar las aspiraciones nacionalizadoras y socializadoras de la Unidad Popular y las organizaciones de izquierda.
Éste es el caso de Chile durante la dictadura del militar traidor, Augusto Pinochet, pero la historia se repitió en prácticamente todo el Cono Sur con golpes de Estado auspiciados por los Estados Unidos para desmantelar cualquier viraje hacia la izquierda y cualquier articulación de unidad política en la región que buscara resistir el influjo del capitalismo, neoliberal desde la década de 1980, y el dominio colonialista en América Latina.
Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos, cantaron con ironía y rabia Los Prisioneros.
De acuerdo con el llamado Informe Rettig, presentado en 1991 tras la salida de Pinochet de la presidencia de Chile, al menos 2 mil 279 personas sufrieron violencia política durante la dictadura militar.
«En el informe se redactaron relatos sobre violaciones a los derechos humanos, en los que se señalan los métodos empleados en dichas violaciones, la selección de las víctimas, los métodos de represión, la forma de garantizar la impunidad y las instituciones responsables», revela la entrada de acceso al documento en el sitio Memoria Chilena, biblioteca digital que fotografía el devenir cultural y político del país sudamericano.

Y en ese marco de dolor, con miles de víctimas de violaciones de derechos humanos, el poeta Raúl Zurita compuso un Canto a su amor desaparecido, publicado en 1985 en Santiago de Chile por la Editorial Universitaria, durante los años de la dictadura.
Sueño doloroso de amor desgarrado por el autoritarismo donde la tipografía imita los rincones del confinamiento de detenidos arbitrarios, entiende la violencia política como un problema generalizado en el tercer mundo e invoca al amor como fuerza liberadora en la búsqueda persistente de los que se fueron, los que levantó el ejército y no volvieron.
Escribe Zurita:
— Cantando, cantando a su amor desaparecido.
— Cantando, cantando a su amor desaparecido.
— Sí, hermosa chica mía, lindo chico mío, es mi karma ¿no?
— Todos los países míos natales se llaman del amor mío, es mi lindo y
— caído. Oh sí, oh sí.
— Todos están allí, en los nichos flotan.
— Todos los muchachos míos están destrozados, es mi karma ¿no?
— Me empapo mucho y te quiero todo digo.
— Cantando, oh sí, cantando a su amor desaparecido.
— Cantando, oh sí sí, cantando a su amor desaparecido.

Imágenes de portada e interiores: tomadas del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
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