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El doctor Luis Hernández y la risa fresca de Bach

Apreciación lírica de los requisitos de juego de un poeta en el Perú.

por Jorge Isaac Aróstegui

so much depends upon
a red wheel barrow
glazed with rain water
beside the white chickens

William Carlos Williams (un médico feliz)

Entre el atardecer limeño y las vías solitarias del tren, solamente un detalle: Veronica Lake.

Tan solo tengo que caminar de un extremo al otro por esta superficie vacía, junto a los rieles, con la hierba tan alta. Pienso que nunca se acabará. El carril se extiende más allá del último lugar en la Tierra. Pájaros y zarzas ardientes desaparecen. Las campanas hacen silencio. Celebración cuántica.

LUIS HERNÁNDEZ CAMARERO (LIMA, 1941 – BUENOS AIRES, 1977)

Primer paréntesis: convexo como un vientre. Guion dador de vida. Luego, la concavidad del cielo.

Canción de amor irracional.

“Hermanito, miles de estrellas y Perú perdió ante Brasil en México 70”, le dice a Nicolás Yerovi. Como casi todos los domingos, “Luchito” pasa revisión médica a algunos de sus pacientes. Gente que no siente el geniecillo dominical. Pues primero Luis es psiquiatra (humano), luego poeta (sinsabor divino). Para él todo es relativo, relativo es todo: un políglota de música estelar.

Dueño de una obra singularísima (y un Chevy rojo).

Junto con César Calvo, Javier Heraud y otros buenos amigos (también Nico “Voz agridulce” Yerovi), conformó la Generación del 60. Todos ellos entusiastas de las venideras revoluciones armadas, las guerrillas con sabor a ron o a China maoísta, la marihuana, el amor por la palabra y las patillas aturdidas, entre otras cosas. En aquella Lima —aquel monstruo colonial moribundo— se hizo médico, excelente cosmopolita y poeta.

«SI SUPIERAS LO SIMPLE QUE ES HABLAR CONMIGO»

Cuadernos escolares regalados, cuadernos llenos de caligramas y constelaciones. De una belleza única, cuadernos para sus amigos. Auténticos manuscritos llenos de hermosos plagios: la fugacidad de los días.

Anotar lo que silba.

Hernández es también uno de los responsables de la incorporación en la poesía peruana de la astronomía y de las ciencias en general. No es infrecuente hallar en los originales de su obra «pentagramas espaciales» o la forma como el astrónomo alemán Johannes Kepler graficó la llamada «música de las estrellas”.

El verso identitario: como un globo caprichoso por volar (la gravedad, ese extraño dios).

Nicolás Yerovi será quien reúna la obra entera de Luis Hernández. 1978. Otro año de Mundial. Con el detalle de que Luis Hernández está muerto.

Poeta sin necesidad de escribir: la pena máxima o el honor absoluto de la perturbación espiritual.

¿EN EL CORAZÓN DE QUIÉN VIVIMOS LOS PERUANOS?

Analizar tan jocosa obra sería como juzgar a la tortuga ecuestre de Moro o polemizar si le debemos a la señora del opio el Altazor de Huidobro.

Quizás baste con reírse de la poesía, reírse de la vida y sus dilemas (con diluvio elegante), sus atroces realidades.

¿Quién, con un tanto de pasión y entendimiento, puede objetar en el artista este risueño desdén por la seriedad de un mundo demasiado serio?

Es pregunta.

AUSENCIA (ANTAÑO BOLERO)

“Yo hubiera sido premio Nobel de física, pero el sol, la cerveza, la playa, la coca cola, los parques y un amor me lo impidieron”.

El sensual del sudor de una botella helada apoyada contra la frente de un hombre, quien vislumbra el instante previo a la soledad. Sí. Él supo entender casi todo.

La poesía de Luchito: acariciar el animal de la ternura. Ese que acicalamos en su lenta agonía, un espejo, o un verso que rebalsa el mar y el abismo.

Risus deorum: Las bodas de Cadmo y Harmonía.

El Árbol de la Vida está en todos los parques de la capital.

Luchito lee con la calma de un ruiseñor. Dibuja poemas. Sí: dibuja, no escribe. Escribir enferma, dibujar le hace olvidar la fatalidad original.

Y es que sus dientes eran el piano.

VIDA. COHERENCIA SOÑADA

Año 56. El barrio de Jesús María. La decadencia del apellido compuesto se confunde con la sal del mar y la música emergente. En los parques, las niñas salen de los cines. Aquellos sábados que no pudieron ser eternos. Ahí comenzó todo.

La música de las estrellas de Kepler, caligramas extraídos de la pena.

Singularidades o el inocente intento de contar las estrellas. Cervezas vienen, cervezas van, escribe en la pared del vacío con su mano sanadora y su sonrisa. Habrá de apagarse todo.

Nostalgia, ternura. Admiración por la astronomía.

No hay mejor despedida que ver el brillo de una piscina, rodeado de amigos, la noche es otra historia.

Entre los sinsabores de la muela penúltima
Van rodando los tácitos y los gloriosos
Los partos, pero no los armenios
Limones y fémures
Macabros y dulces
La espesura del pasto
La evacuación de las aldeas
No entenderían.

El imaginario infame se arrodilla
Abluciones en esa masa llamada Océano Pacífico.
Voz imaginaria
El mundo bidimensional
Describir esa luz,
Amar.

Postales por los traviesos.

Al final, las palabras también le estorbaban. Las publicaciones, las lecturas, las firmas. Borges diría: «la entraña de mi alma»; Hernández es mundano. Borges es dios; Hernández secciona con la precisión humana de un pelícano. Las gaviotas están sobrevaloradas.

Hay versos rusos en cuadernos peruanos.
Cuadernos que hablan al espacio deshabitado.

Chocolate, pisco, felicidad, lecciones de anatomía, Bob Dylan o Mozart. Un radar muy sensible para un mundo imperfecto. Tan imperfecto.

CLÍNICA GARCÍA BADARACCO: SE ADMITEN POETAS Y PIANOS DEL SIGLO XIX (VISTO EN UN SUEÑO RECIENTE)

Su tristeza pudo más.

De ser médico tratante pasó a ser paciente en una clínica privada en Buenos Aires. Evitó la existencia en 1977: Santos Lugares (cartografiar el recuerdo). El hiato temporal entre su defunción y la muerte de una lejana estrella.

SOY LUISITO Hernández
CMP 8977
Ex campeón de peso welter
Interbarriοs; soy Billy
The Kid, también,
Υ la exuberancia
De mi amor
Hace que se me haga
Un nudo en el pulmón

Un paciente suyo sigue internado en Larco Herrera. No es Martín Adán. Tampoco Charlie Melnick. Es tan viejo que su diagnóstico en latín se ha ido borrando lentamente. La terapia de choque le dejaba el aturdimiento de la inocencia. Siempre rehusó la escuela francesa y su lobotomía: la cirugía es el fracaso de la medicina —dice un heleno frente al Mediterráneo. El paciente pregunta por el doctor Hernández. Su voz es tan débil que no atraviesa el aire. Su piel comenzó a transparentarse con los años. Luego los músculos, luego las hermosas vísceras: como bañadas en cristal. Salió del áspero edificio. Caminó por la costa verde. Trató de comprar un helado. Los D’Onofrio aún siguen en el sur de Italia. En la curva de Miraflores los nuevos edificios dan sombra y enfrían la sangre (los camaleones aún viven). Se sienta en la arena. Observa la espalda del poeta que se confunde con el brillo de las olas y el sonido sagrado. Se pierde entre la azul masa.

From days gone by
His mansion in the sky
Ay, si supieras lo fácil
Que es hablar conmigo.

Testimonios quedan de que alguna vez fuimos.

***
Jorge Isaac Aróstegui
 (Abancay, Perú) estudió la licenciatura en dirección cinematográfica en la Fundación Universidad del Cine. Cursa actualmente la maestría en escritura creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina, a cargo de la escritora María Negroni. Escribe guiones cinematográficos y ficción. Estudia y admira a José María Arguedas.
Instagram: @jorgeisaacarostegui

Todas las imágenes, en portada e interiores, fueron tomadas de las redes sociales de la editorial peruana Peso Pluma, que distribuye al autor.

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Respuesta a “El doctor Luis Hernández y la risa fresca de Bach”

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