Jorge Orlando Correa
I.
La escritura de Samanta Galán Villa, en Amorfismos, su primer libro de cuentos, es de una estética compuesta por lo deforme y lo mutilado. Es decir, por la distorsión. No sólo en la estructura de las historias, en la piscología y en los aspectos físicos de los personajes: la distorsión también se encuentra en la factura prosística. Por eso es que también se puede decir que los cuentos en Amorfismos implican una lectura vertiginosa: piezas que aparecen y desaparecen, orden interrumpido por caos, caos interrumpido por orden y una mezcla, a momentos, de ambos. Esto último me hace pensar, como lector de a pie, que Samanta no escribió estos cuentos para una lectura cómoda, ni para encajar en la mesa de novedades; más bien para representar una apuesta narrativa con sus posibilidades y consecuencias.

II.
Tenemos a un niño que mata a su hermano de una de las formas más desesperantes en las que pueda morir una persona, ahogándolo. Un cuento claustrofóbico no sólo por la asfixia que padece quien se ahoga, sino por la desesperación del que ejecutó el acto. Todo ocurre, hace falta decir, accidentalmente.
Un hermano pierde al otro, una unidad se rompe y, ante la ausencia, nace la desesperación, el anhelo de que el daño se revierta; que las dos partes vuelvan a ser una, pero ante el imposible reparo viene la distorsión, el mundo que comienza a perder suelo y motivo; los colores, el tiempo, las palabras ya no representan un orden, sino algo que hay que soportar y que no se puede detener.
Esta historia lleva el nombre de «La noche del niño» y, además de ser un posible guiño a los cuentos de terror de Francisco Tario, es una radiografía estética del resto de las historias del libro: alguien resulta mutilado física o espiritualmente; o bien, a alguien se le arrebata algo y ese mismo alguien se ve ante una tragedia irreparable. Entonces la vida, a su alrededor, se rebela en lo que es: una fuerza incontenible, inentendible y desesperante.
En este sentido, también puede hablarse de Amorfismos como un libro de cuentos que reflejan un aspecto de la condición humana en occidente: la necesidad. Los personajes de Samanta no sólo pierden y en el fallido intento por recuperarse caminan hacia la locura, también les hace falta, desde siempre, otro algo que no los deja en paz. Hay, pues, dos necesidades para saciar un vacío.

III.
También tenemos a una mujer que vive las típicas violencias dentro de una sociedad, no sólo la mexicana, diría. El hombre llega todos los días borracho a casa, la insulta, la golpea y ella sólo encuentra contención en el amor que despliega hacia un erizo de tierra, su mascota. Lo alimenta, lo procura, lo ama. El eje que ayuda a esta personaje a soportar una realidad intolerable es un animal que no es recíproco con ella en cariños, por su condición. Pero ella, sin que lo sepa, crea en torno al erizo una ficción, un pequeño mundo que le resulta un búnker.
Y es esta otra de las historias que da luz a una posible interpretación del libro: cuentos que hablan de lo frágiles que resultamos los seres humanos ante esta vida que aterra, pero también de la fuerza vital, la capacidad de crear, donde no existe, un refugio contra el asedio diario.
VI
La prosa de Samanta, comencé exponiendo, es una apuesta narrativa; jugada en la que se configura el delirio de los personajes, la mutilación mental o física, y la realidad que no se tolera.
Otro ejemplo es la historia del hombre que se transforma en planta. En un primer momento podría creerse que se trata de un cuento fantástico, pero yo lo considero más uno onírico. ¿Los sueños son parte de la “realidad”?, trazo esta pregunta no para contestarla ahora, pero sí como muestra de las dudas que pueden surgir a partir de este libro.
Y bien, en el cuento del sujeto que deviene planta la transformación es gradual, pero no lógica, comienza a ocurrir no por un motivo que responde a las leyes de la naturaleza, ni a un hechizo, sino, como considero, a las leyes del sueño. La autora no avisa, las hojas, las ramas, comienzan a surgir, la historia no avanza, más bien crece, se hace densa, extraña, como una visión desde el corazón de un árbol, con sus ranuras y contraluces, con lo que los tallos y el mismo ramaje dejan ver.
Aquí el personaje, al no poder recuperar su lugar en el mundo, un tiempo que ha quedado atrás, se transforma en parte de él, se integra. Algo (como ocurre en los diez cuentos de este libro) falta y fue arrebatado, algo tiembla y se hace extraño, y ese mismo algo construye y destruye un momento crucial en la vida que, si prestamos atención, nos ha ocurrido y nos está ocurriendo: nos estamos transformando.

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Jorge Orlando Correa (Chetumal, Quintana Roo, 1992).
Textos suyos aparecen publicados en medios como Revista El Septentrión, Plástico, Cinosargo, Neotraba, entre otros. Autor de Ya no hay fechas importantes (Pinos Alados Ediciones, 2020).
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Todas las imágenes, interiores y portada, fueron tomadas de las redes sociales y la página web de La tinta del silencio.