por Fernando Arrabal
París, 18 de marzo de 1971
Don Francisco Franco
Palacio de El Pardo
España
Excelentísimo Señor:
Le escribo esta carta con amor.
Sin el más mínimo odio o rencor, tengo que decirle que es Vd. el hombre que más daño me ha causado.
Tengo mucho miedo al comenzar a escribirle:
temo que esta modesta carta (que me conmueve de pies a cabeza) sea demasiado frágil para llegar hasta Vd.;
que no llegue a sus manos.
Creo que Vd. sufre infinitamente;
sólo un ser que tanto sufre puede imponer tanto dolor en torno suyo;
el dolor preside, no sólo su vida de hombre político y de militar, sino incluso sus distracciones;
Vd. pinta naufragios y su juego favorito es matar conejos, palomas o atunes.
En su biografía, ¡cuántos cadáveres!: en África, en Asturias, en la guerra civil, en la postguerra…
Toda su vida cubierta por el moho del luto. Le imagino rodeado de palomas sin patas, de guirnaldas negras, de sueños que rechinan la sangre y la muerte.
Deseo que Vd. se transforme, cambie,
que se salve, sí,
es decir, que sea feliz por fin,
que abandone el mundo de represión, odio, cárcel, buenos y malos que hoy le rodea.
Quizás haya una remota esperanza de que me oiga: siendo niño me llevaron a un acto oficial que Vd. presidía.
Al llegar Vd., entre ovaciones, las autoridades le agasajaron.
Entonces una niña, preparada para ello, se acercó a Vd. y le tendió un ramo de flores. Luego comenzó a recitar un poema (mil veces ensayado)… Pero de pronto, presa de emoción, se puso a llorar. Vd. le dijo, acariciándole la mejilla:
—“No llores, yo soy un hombre como los demás”.
¿Es posible que hubiera en sus palabras algo más que el cinismo?
***
Yo no formo parte de esa legión de españoles que al finalizar la guerra civil cruzaron los Pirineos cubiertos de nieve.
Como mi amigo Enrique que tenía entonces once meses.
Las barrigas secas, el espanto a borbotones buscaban la cima y huían del fondo de la furia.
¡Cuánto heroísmo anónimo!
¡Cuántas madres, a pie, con sus hijos en brazos!
Luego, a lo largo de estos años, de estos últimos lustros, ¿cuántos huyeron?
¿Cuántos emigraron?
***
Hace siglos, en tiempos de la Inquisición, vivía en Ávila una niña de ocho años.
Un día tomó a su hermanito por la mano y se escapó de su casa.
Recorrieron campos y montañas.
Por fin su padre consiguió dar con ella. Le preguntó:
—¿Por qué te has escapado?
—Quería irme de España.
—Pero ¿por qué?
—¡Para conquistar la gloria!
Lo mismo que dijo esta niña —Santa Teresa— hubieran podido decir tantos que se fueron: cientos de miles.
Y también los Goyas, los Picassos, los Buñuel…
Lo mismo hubiéramos podido decir los que en 1955 salimos de su España negra.
Para conquistar gloria, en el sentido más fascinante de la palabra.
Esa niña que se escapaba en busca de la apoteosis, más tarde iba a sufrir en su carne y en su alma los golpes de la intolerancia de entonces: la Inquisición.
***
No vea en mí ningún orgullo.
No me siento de ninguna manera superior a nadie y menos que nadie a Vd.: Todos somos los mismos.
Vd. debe escuchar esta voz que le viene volando por encima de media Europa, bañada de emoción.
Lo que le voy a escribir en esta carta podrían decírselo la mayoría de los hombres de España si no tuvieran sus bocas lacradas,
es lo que dicen en privado los poetas.
Pero no pueden proclamar en voz alta lo que les grita el corazón.
Arriesgan la cárcel.
Por eso tantos se fueron.
***
Su régimen es un eslabón más dentro de una cadena de intolerancias que comenzaron en España hace siglos.
Quisiera que Vd. tomara conciencia de esta situación.
Y, gracias a ello, quitara las mordazas y las esposas que encarcelan a la mayoría de los españoles.
Este es el propósito de mi carta:
Que Vd. cambie.
Vd. merece salvarse como todos los hombres: desde Stalin hasta Gandhi.
Vd. merece ser feliz: ¿cómo puede serlo sabiendo el terror que su régimen ha impuesto e impone?
Mucho tiene Vd. que sufrir para crear en torno a Vd. la intolerancia y el castigo.
Vd. también merece salvarse, ser feliz.
España tiene por fin que cesar de emponzoñar a su pueblo.
¡Cuánta ceniza, cuántas lágrimas, cuánta muerte lenta entre funerales de chatarra al son de campanas podridas!
***
Hace siglos había un país en el que los filósofos árabes construían el pensamiento más original de su raza;
mientras que unas calles más allá los judíos creaban el monumento de la Kábala
y los cristianos la maravilla de la Biblia políglota.
Este país era España.
Sus reyes se llamaban, por ejemplo, Alfonso X el Sabio o Fernando III el Santo.
Este monarca se proclamó el “Rey de las tres religiones”.
(Me siento orgulloso de llevar su nombre.)
Imagínese la España de hoy aceptando las tres corrientes de pensamiento más populares en el país y apadrinándolas en toda libertad: la democracia, el marxismo y la religiosidad.
Si Vd. delegara su poder al pueblo, ¡qué felicidad!
Qué felicidad para Vd.
Qué felicidad para todos los españoles.
Pero la tolerancia constructiva que impregnó la Edad Media iba a cesar brutalmente.
Los Reyes Católicos llegaron,
expulsaron dos de las tres religiones,
proclamaron el cristianismo religión obligatoria,
por la sangre y por el fuego intentaron exterminar al judaísmo y al mahometanismo.
La noche más negra de la historia comenzaba en España, los quemaderos de la Inquisición se encendieron y sus intolerancias siniestras aún no se han extinguido.
Y hasta hoy reina un silencio de flores calcinadas, de interminables rejas, como un sordo enjambre de arañas en nuestros sesos.
Aun en la España de hoy se sigue pudriendo en las mazmorras por delitos de opinión.
Por proclamar en alta voz el idealismo que abrasa el corazón,
por pedir de la forma más sincera y pura un sistema diferente al que rige al país.
***
Cuando alguien habla de estas verdades dolorosas que tanto daño hacen a mi alma, sus órganos de prensa proclaman que esto no es sino la leyenda negra.
Gracias a la etiqueta… todo se arregló.
En España desde hace siglos se ha querido esconder montañas de excrementos con un diminuto abanico de encaje.
Como la Reina Juana que loca de amor escondía el cadáver descompuesto de Felipe el Hermoso, su idolatrado esposo.
Los Reyes Católicos en su escudo colocaron el yugo y las flechas.
Siglos después el partido único,
el partido en que Vd. se apoyaría durante años,
iba a llevar el mismo escudo.
El yugo y las flechas.
Unidos esta vez: ese es el escudo de la Falange.
Esto me da esperanzas.
¿Y si la Historia diera signos para mejor comprenderla?
¿Y si ese escudo, ese yugo y esas flechas, sólo fueran el paréntesis que ha encerrado a España en su noche de dogmatismo?
¿Es el fin?
¿Comienza el renacimiento?
***
Le voy a contar una biografía:
la de un hombre que sólo ha conocido la España gobernada por Vd.
Podría tomar mil casos.
Por ejemplo, cualquiera de mis cuatro amigos con los que creé la “Academia”,
una Academia nuestra que en el Madrid de los años 50, a nuestros veinte años, nos permitía dar un sentido exaltante a la vida.
Con aquellos amigos con los que iba a poner laurel (que comprábamos en una tienda de ultramarinos) en la tumba semiabandonada de Velázquez y con los que me reunía para leer poemas de Lorca o Miguel Hernández, con los que discutía hasta el amanecer para saber cómo el país llegaría a la igualdad y a la justicia.
He aquí los cuatro:
José Luis salió de la guerra civil huérfano: su padre y su madre sucumbieron víctimas del ejército de Vd.
El padre y el abuelo de Eduardo fueron condenados a muerte y fusilados por los correligionarios de Vd.
El padre de Luis fue cogido prisionero, como oficial del ejército republicano a la caída de Madrid y a pesar de las promesas dadas a su superior el General republicano Casado, fue condenado a muerte y asesinado.
Los padres de José, como los de su mujer, a duras penas, tras años de cárcel y campos de concentración, lograron salvarse.
En mi familia inmediata, es Vd., o su régimen, el responsable de la condenación y la desaparición tan misteriosa de mi padre
y de la ejecución en Palma de Mallorca de su hermano.
Las familias de mis vecinos,
de mis compañeros,
todas las familias que conozco,
todas
fueron diezmadas de la misma manera.
Cuando hoy el mundo se escandaliza por diez o veinte ejecuciones por motivos políticos en tal o cual país “subdesarrollado”,
¿qué piensa Vd.?
Durante semanas
y meses
y años
y ya sin la excusa de la guerra,
en plena paz,
el aparato represivo a sus órdenes siguió condenando y matando a miles de españoles.
Reclamando, como si los paredones aún necesitaran más ración de sangre, incluso a aquellos que se refugiaban en el extranjero y que los nazis le entregaban;
un luto espeso de hienas roncas, de chatarra y de pus cayó de bruces sobre los hombres de España.
Vd. mismo declaró en aquellos años:
“si es necesario mataremos a la mitad del país.”
Léame.
Nada de esto se lo digo con saña.
Le digo lo que creo ser la verdad.
Le escribo con amor, se lo repito.
¿Qué odio podría tenerle?:
Vd. no es sino un tigre de papel, el poderoso es el pueblo.
Pero debe ser consciente, pienso yo, de dónde viene,
del daño que hizo,
del dolor que causan sus instituciones.
Sus razones son conocidas:
“La República resbalaba, en medio del mayor caos, hacia la anarquía y el marxismo ateo. Los derechos humanos no estaban garantizados. Las ‘gentes de bien’ no podían vivir tranquilas. Las detenciones arbitrarias se multiplicaban, los atentados, las huelgas revolucionarias. El tiro en la nuca, como en el caso de Calvo Sotelo, ilustra perfectamente la situación. Un clima de inseguridad y de anarquía enloquecía a España, que iba a llevar a su pérdida.”
Es esto lo que Vd. ha dicho para justificar el golpe de Estado.
España estaba en plena barbarie, dice Vd…
…Mi opinión es que fue Vd. el que instaló una barbarie incomparable…
la de los Reyes Católicos,
la de la Inquisición.
No creo que, por un lado, estén los buenos y, por el otro, los malos.
Existe la violencia ciega y las víctimas bañadas en ceniza.
En España sobran los justicieros armados hasta los dientes,
los inquisidores,
los jefes implacables llenos de autoridad
y, sobre todo, los hombres que tienen razón y quieren imponerla a los demás, si es necesario, por el fuego y por la sangre.
Si hubiera sido un joven alemán de los años 30, una carta como esta hubiera escrito a Hitler.
Y hoy a Vd. le escribo sin soberbia.

***
Le voy a contar, como le decía, una biografía,
la que mejor conozco:
la mía.
Cuando comenzó el ataque contra la República Española aún no tenía cuatro años:
durante toda mi vida consciente, Vd. siempre ha dirigido España.
¡Qué país tan desierto, qué hombres tan solitarios, qué pesadilla tan larga! 35 años sepultados entre bocinazos.
El golpe de Estado militar (el alzamiento) comenzó el día 18 de julio de 1936.
Pero en Melilla, donde mi familia y yo vivíamos, se avanzó el día 17 en medio de la sorpresa más absoluta.
Mi familia iba a vivir la tragedia de la guerra civil y el drama de los años que la siguieron, a modo de resumen, al nivel de la pobre gente.
Cuando mi padre fue arrestado,
como todos los que en Melilla (en España) tenían fama de liberales o republicanos o marxistas,
nada pudo hacer por defender sus ideas:
la sorpresa del golpe de Estado le impidió tomar cualquier decisión.
No importa.
Los sublevados le detuvieron e, inmediatamente, le condenaron a muerte
bajo la acusación extravagante de “rebelión militar”.
Fue un caso entre miles y centenares de miles.
¡Cuántos hombres sorprendidos en la cama, en el trabajo, en la mesa comiendo, fueron detenidos!
Muchos fueron asesinados sin otra forma de proceso.
Recuerdo al más ilustre: el poeta Federico García Lorca.
La mayoría fue ejecutada sin proceso alguno:
hombres,
mujeres,
niños,
niñas.
(Lea el testimonio de un soldado de su tropa: Villalonga en “Fiesta”.)
A los más afortunados se les hacía una parodia de proceso
que concluía, la mayoría de las veces, con la pena de muerte del acusado.
Como en tiempos de la Inquisición, la muerte sancionaba un delito de opinión.
En la pequeña ciudad de Melilla fueron así muchos los que fueron asesinados.
En España entera cuántos les seguirían,
cuando había juicio el proceso duraba unos minutos,
defendidos por un enemigo de sus ideas que no tenía ningún conocimiento jurídico
al que se le comunicaba el acta de acusación, horas antes del desenlace,
que en el mismo juicio tenía que defender, a veces, hasta treinta hombres que se jugaban su vida
y que, por toda defensa, en el mejor de los casos, reconocía los “gravísimos crímenes” del acusado y solicitaba indulgencia; pero cuántas veces la “defensa” era aún más hostil que la propia acusación.
Así fueron “Juzgados” cientos de hombres en Melilla,
centenares de miles en España.
Hombres que tantas veces fueron condenados a muerte y asesinados (¿cabe otro nombre?)
contra la pared de un cementerio.
Un caso entre otros:
Un hombre fue condenado a muerte por un Tribunal Militar pocos días después de la guerra
bajo la acusación de haber matado al párroco de su pueblo.
El brevísimo proceso acababa de terminar cuando irrumpió en la sala un sacerdote que declaró a los jueces que él era el párroco y que no había sido ejecutado en zona roja precisamente gracias a la intervención del condenado.
El Tribunal se reunió a deliberar de nuevo e instantes después dio el nuevo veredicto:
al acusado se le conmutaba la pena de muerte por la de prisión perpetua estimando que un hombre que en zona roja podía salvar a un párroco era lo suficientemente importante como para merecer que pasara el resto de su vida en prisión.
En efecto este pobre hombre murió en la cárcel de Burgos muchos años después.
Cuántos hombres que han desaparecido para siempre, de los que ninguna huella queda del sacrificio, involuntario, que hicieron de su vida.
Cuántos dieron su vida en un silencio de cerrojos y el olvido les aplastó como una locomotora sin memoria.
Hombres que se los tragó la tierra para siempre.
Hombres de los que no queda traza en ningún arco de triunfo,
en ningún libro de historia,
en nuestras memorias.
Hombres que, en su mayoría, murieron gritando “Viva la libertad”…
y de los que ya nadie nunca jamás hablará.
Cuyo “martirio” fue escondido por sus familias durante años…
por temor a la represión hasta desaparecer del recuerdo.
Esos son los padres de tantos hombres de mi generación.
De nosotros, que somos el
postfranquismo.
Sí, todo esto hay que olvidarlo como ahora se dice y yo lo olvido.
Hay que mirar hacia el porvenir y no podemos anclar nuestra vida en el rencor.
Sus correligionarios han afirmado que la violencia creada por el “alzamiento” y toda la barbarie que trajo consigo provocó injustificables excesos en el sector rojo.
Lo que todos sabemos es que no castigaron tras vencer.
El salvajismo de sus procedimientos no ha cesado ni 32 años después de la victoria.
En Burgos hace unos meses hemos visto hombres torturados y encadenados en pleno proceso a los que sus jueces no les permitían defenderse.
Todo esto, se dice y se repite, se puede y se debe olvidar, con una condición:
que ese combate no sea considerado como una cruzada; sus seguidores, como héroes o mártires; y los republicanos como bandidos. Que se olvide todo: Sí: tras condenar esa guerra (nuestra lacra).
Que Vd. reconozca, pública y solemnemente, que fueron inmensos los crímenes que se cometieron y se cometen en su nombre.
El idealismo de muchos de los combatientes está reconocido… la barbarie que utilizaron debe, asimismo, reconocerse y proscribirse para siempre.
***
Cuando hablo a mis amigos de la necesidad de escribirle una carta, me dicen que soy demasiado optimista y que… “genio y figura hasta la sepultura”.
Todos opinan que un hombre que, como Vd., ha presidido tanto horror, es incapaz de volverse atrás, de reconocer los crímenes que, en su nombre, se han perpetrado y se perpetran.
Todo hombre puede ser llamado por la gracia.
Y por qué no Vd. que tanto sufre.
Vd. que tanto dolor ha derramado en torno suyo.
***
Le hablaba de mi padre,
de cómo fue condenado a muerte.
¡Como tantos otros!
Pero él tuvo la suerte de ver su pena conmutada al cabo de ocho meses de antesala de la muerte por la de treinta años y un día.
¿Sabe que en el Peñón del Hacho, donde estuvo encarcelado, a los presos les encerraban en diminutas jaulas de hierro?
Mientras tanto, yo tenía cuatro años… y, al finalizar la guerra, siete.
Yo sólo era el testigo infantil de una hoguera y de un frenesí de muerte que no podía analizar y que se marcaba en mi carne y en mi alma como un hierro ardiente.
¡Tantos niños como yo vieron los mismos espectáculos!
Niños que soñaban con sonajeros de dinamita y fusilamientos al borde de la cuna.
En mi memoria quedan recuerdos precisos e inolvidables de la guerra… de la represión,
de temores,
de pánicos,
de delaciones,
de hijos que denunciaban a sus padres,
de hermanos que peleaban contra sus hermanos,
de fanatismo,
de censuras (de cartas siempre abiertas, de conversaciones cautelosas, de pasos amedrentados),
de fanatismo;
se hablaba de soldados que llevaban la cintura cubierta de orejas de milicianos republicanos que colgaban de sus correas como trofeos de guerra,
llegaban ecos deformados de la matanza de Badajoz en plena plaza de toros, donde la sangre formó torrentes de vida muerta,
de prisioneros que se golpeaban la cabeza contra los muros para escapar a la tortura gracias a la muerte,
de mujeres y niños que recorrieron a pie 400 km. para escapar, atemorizados, a la vanguardia de su ejército.
La vida cotidiana estaba ilustrada por el mismo clima: en las Iglesias, las mujeres devotas se arrastraban de rodillas hacia el altar y terminaban con las piernas ensangrentadas,
en las procesiones, frágiles mujerucas arrastraban cadenas que terminaban en voluminosas bolas de acero que les arrancaban la piel de los tobillos;
sus periódicos nos relataban, con detalles espeluznantes, las atrocidades, ciertas o no, pero creadoras del mismo traumatismo en nuestros cerebros infantiles, de los “rojos”,
la radio difundía la voz de generales de su Ejército que proclamaban que no sólo iban a liquidar a todos los republicanos, sino que incluso todas sus mujeres serían violadas.
Hasta las fiestas estaban impregnadas de sangre y de muerte:
en las procesiones, a las Vírgenes, para dar la ilusión que hacían un milagro constante, se les ponían a sus pies palomas que no se volaban porque “tal era el poder espiritual de la Virgen”.
En realidad a los pobres pájaros les atravesaban los ojos con alfileres y les cortaban los nervios de las alas, y, así, temblorosas y ciegas, permanecían aterradas con sus patitas crispadas a los pies de la imagen.
Eran los tiempos (nunca desmentidos) en los que sus órganos de información proclamaban que la Virgen había cubierto con su manto milagroso la travesía del estrecho de Gibraltar por el ejército rebelde… cuando en realidad eran los Junkers de Hitler los que habían protegido el desembarco.
En ese clima de odio, temor y mentira vivimos los tres años de la guerra.
Y la victoria perpetua aumentó las alambradas hiriendo con sus cuchillos sin eco la soledad de España.
El día que terminó la contienda unos centenares de personas se reunieron en la plaza mayor de Ciudad Rodrigo, el pueblo en donde entonces vivía;
escuchamos, en silencio, el último parte de la guerra.
Vd. lo leyó, creo recordar,
con una voz clara, sin emoción particular,
proclamó que la guerra había terminado,
que el Ejército rojo había sido desarmado.
Hubo, tras el parte, unos instantes de recogimiento;
pero pronto sus incondicionales aplaudieron muy fuerte,
como sabían hacerlo,
es decir: dando la orden tácita, a los presentes, de imitarles.
Toda la plaza aplaudió, pues;
luego cantaron el Himno nacional, con el brazo en alto.
Me pareció que muchos miraban hacia la prisión.
Tuve incluso la impresión de que dirigían su vista hacia aquella cárcel, con ternura y connivencia; hacia aquellos hombres que abarrotaban el presidio de Ciudad Rodrigo y que, a menudo, oíamos gritar desde el foso.
Un día que jugábamos en las troneras próximas al presidio, preguntamos a uno de los guardias:
¿Por qué chillan los prisioneros?
Y el guardia, como avergonzado, lanzó una broma:
“Porque no quieren subir las escaleras de tres en tres”.
En aquellos tiempos en todas las cárceles se chillaba.
Y esos gritos eran el tam-tam sordo del quehacer cotidiano.
Las condiciones de encarcelamiento eran dantescas.
Y si bien algo han mejorado, siguen siendo, a ojos de un ser civilizado, intolerables.
He conversado con exprisioneros políticos y comunes que me han hablado de los campos y de las cárceles de aquellos tiempos.
Mientras, el mundo, preocupado por la guerra mundial, olvidaba a España y su dolor en las cárceles y en los campos, sin control alguno, el hombre era tratado de forma infrahumana.
Eran tiempos en los que las cárceles recibían cincuenta veces más reclusos de los normales.
Cada preso tenía apenas treinta centímetros para dormir:
por centenares, en los pasillos, los condenados, pegados los unos a los otros, dormían;
darse vuelta era un problema: significaba despertar a sus dos vecinos que, a su vez, despertaban… etc. Por ello, de vez en cuando, en la noche, toda la galería cambiaba de posición tras el grito de uno de los presos: “Dirección Ventas”.
***
A nuestros oídos de niños y, luego, de jóvenes, llegaban ecos de castigos medievales,
de venganzas,
de hombres humillados,
heridos,
torturados.
A pesar del silencio total de la prensa, sabíamos que, en tal cementerio, habían matado tantos presos, tal noche, o que, en tal otro, habían enterrado a otro grupo.
Se escupía sobre los fusilados.
Sabíamos que los presos debían comer y hacer sus necesidades en la misma lata de pescado;
que muchos morían de hambre;
que otros perecían extenuados en los campos.
En Madrid, donde fui a vivir a los nueve años, hasta los Colegios se habían transformado en prisiones.
Los Escolapios de San Antón y Porlier, por ejemplo.
España no era sino una cárcel compuesta de pequeñas cárceles que se precipitaban hacia el infierno.
Sabíamos que durante los inviernos, durísimos,
particularmente severos en Teruel y Burgos, donde, durante meses, la temperatura baja a varios grados bajo cero,
los prisioneros, sin ninguna posibilidad de calefacción
(como actualmente me dicen que es España, la única nación de Europa donde los presidios no tienen calefacción)
y sin más abrigo que un par de mantas, morían literalmente de frío.
***
¡Cómo me gustaría que todo esto fuera falso!
Que Vd. pudiera demostrarme que todos los ecos que espantaron mi infancia y mi juventud (y que fueron confirmados posteriormente por los libros que leí fuera) son pura invención.

***
A los niños que entonces (1944-45) teníamos diez, doce años, se nos enrolaba en las formaciones paramilitares de la Falange.
Allí aprendimos a cantar:
“Viva, viva la revolución
viva, viva la Falange de las J.O.N.S.”,
a llamar camarada a los demás
y a odiar el Arte, Inglaterra, Rusia.
Nos colocaban una camisa azul
para que recordara el mono de trabajo de lo sobreros,
ya que los señoritos de la Falange, que se decían obreristas, iban a hacer la revolución sindicalista.
Y nos enseñaban a delatar y nos pedían que delatáramos.
Como el Inquisidor de Toledo, que los viernes por la noche observaba, desde lo alto de las colinas, las chimeneas de la ciudad para saber quiénes seguían practicando el sabat, de la misma manera los miembros de la Falange vigilaban y sospechaban.
Cuántas veces he visto arrastrar a una pobre mujeruca al cuartel de una centuria donde la rapaban al cero porque no sabía cantar el Himno fascista Cara al Sol.
A cuántos niños de mi edad les encerraban en las perreras de la Falange, tras darles medio litro de aceite de ricino, porque habían sonreído durante una de las ceremonias oficiales.
Cuántos golpeados salvajemente porque no levantaban el brazo con suficiente convicción.
Sin contar los que, denunciados por motivos “más serios”, iban directamente a prisión. Cuántas cosas que quisiera poder olvidar.
***
Hay algo que quiero contarle con algún detalle:
vivía en Madrid. Era en 1946.
Tenía catorce años.
Un buen día, en el Colegio de San Antón, donde estudiaba quinto de Bachillerato, el profesor de Educación Política (obligatoria), es decir, la persona que intentaba hacer, de nosotros, fascistas
nos dijo que teníamos que ir a una manifestación para “sostener a España” contra la ONU, que pedía el boicot del país;
iríamos con “todo el pueblo de Madrid” a la plaza de Oriente.
Clase por clase y, bajo pena de castigos severos, nos pusieron a todos en formación hacia la plaza.
En vez de ir directamente, los que nos dirigían y nos custodiaban, nos hicieron pasar por la plaza de Colón, la Cibeles, calle de Alcalá, etc.
Más tarde, comprendí por qué teníamos que dar tan extraordinaria vuelta para ir de la calle de Hortaleza (Colegio de San Antón) a la plaza de Oriente:
para que todo Madrid estuviera inundado de desfiles “espontáneos”.
Nos hicieron gritar slogans que la mayoría de las veces no comprendíamos en absoluto.
Algunos mi memoria milagrosamente los guarda:
“Si ellos tienen UNO nosotros tenemos dos”.
UNO: ONU; DOS: los testículos.
“Thorez es un toro”.
Sólo años más tarde iba a saber quién era el Thorez que tanto furor provocaba a nuestros educadores.
Al llegar a la plaza de Oriente éramos, parece ser y no me extraña, más de medio millón.
En las fábricas y en las oficinas los manifestantes fueron enrolados de la misma manera.
Así mismo, con idénticas amenazas, fue conducido a la plaza el viejo dramaturgo Jacinto Benavente; el autor anciano y el autor que nacía (yo) quizás chocaron en el barullo de la plaza como para transmitirse en su dominio, en nuestro dominio, el teatro, la repulsión de la intolerancia que nos rodeaba.
Entre las uñas, los puñales y las botas de cuero donde no cabían ni los ríos ni las estrellas, el anciano encadenado y el muchacho se miraron como dos ovejas de invierno.
***
Meses más tarde iba a suceder otro acontecimiento político, del que me acuerdo con mucha emoción.
Se había organizado un referéndum; debía ser en 1946.
No me acuerdo por qué.
Toda propaganda a favor de la abstención o del NO encadenaba la cárcel.
Durante semanas, todo el país estuvo invadido por la propaganda oficial: “Vota Sí”.
Naturalmente nadie se atrevía a sugerir (incluso en privado) abstenerse o votar No.
Junto a mi casa de la calle de la Madera había una oficina de voto:
exactamente en la calle la Luna casi enfrente de la bocacalle que sigue.
La mañana del referéndum, en la oficina y en la calle, se formó una cola impresionante para votar.
Todos aquellos hombres y mujeres de las populares calles del Pez, San Roque, etc. hacían cola con la papeleta bien visible que decía Sí.
¡Cómo olvidar aquellos rostros temblorosos de mis vecinos que temían no poder llegar a votar!
Qué pánico en sus caras. Qué emoción al verlos tan frágiles, tan humillados.
Todos querían escapar a las represalias que recibirían, según información oficiosa que corría de boca en boca, los que no votarían.
¡Pobres gentes pobres tan grandes como la tierra y tan amenazadas!
Así se hacía la política en España, en su nombre.
***
Todo tomaba un carácter grotesco y trágico. Los discursos, hablando de la confabulación masónico-liberal, judeo-democrática-marxista,
los ataques xenófobos contra la pérfida Albión,
contra la Rusia atea,
etc.
En aquel clima de venganzas, temores, mentiras, fuimos emergiendo a la vida.
Toda crítica estaba prohibida.
Dudar de la existencia de Dios hubiera significado perder los estudios.
Condenar el catolicismo hubiera acarreado los peores peligros.
La menor crítica contra su persona o su gobierno, la cárcel.
Los libros nos enseñaban errores
o silenciaban todo sistema que no cuadrara con su forma de gobierno.
La censura se ejercía en todos los dominios.
Su gobierno lo temía todo.
En mi libro de Literatura, los escritores más importantes tenían derecho a breves líneas difamatorias.
Sobre Voltaire, por ejemplo, el libro decía textualmente: “Monstruo satánico que soñó con destruir a la Iglesia. Todas sus obras están en el Índice”.
Los mayores poetas franceses (Baudelaire y Rimbaud) estaban citados dentro de una lista de facinerosos.
Toda teoría filosófica, política, literaria o científica, que no cuadraba con el dogma oficial, era condenada en cuatro letras.
La enseñanza tenía una doble misión:
—no informarnos,
—condenar.
Así se formó una generación de estudiantes, la mía.
Imagínese lo que sucedía en otras clases menos favorecidas.
En aquellas épocas en que la miseria era tan grande que no era raro ver desmayarse a la gente en la calle, de hambre.
Qué tiempos tan trágicos… y a veces tan tragicómicos.
Por aquellos años, el estreno de la película Gilda fue interrumpido en el Palacio de la Música de Madrid a gritos de “Viva Cristo Rey” porque la película —cortada por los censores— era considerada atea.

***
Entonces había una fórmula siniestra y, al mismo tiempo, llena de ternura que se lanzaba ante la menor discusión con un franquista oficial o un policía:
“No, señor, yo soy de derechas de toda la vida”.
Es decir que no bastaba con ser simplemente de derechas, sino que casi había que demostrar que se había sido así desde el nacimiento.
La cosa era más seria de lo que parece.
23 años después del final de la guerra, fue
condenado a muerte
y ejecutado
Julián Grimau, por delitos (imaginarios) que fueron cometidos (según sus asesinos) hacía cinco lustros.
Es decir, a Julián Grimau se le reprochaba no haber sido de derechas de toda su vida: eso sí que estuvo claro en su brevísimo proceso; eso fue lo único evidente.
Toda España era “de derechas de toda la vida”,
o se hacía pasar por tal,
o estaba en la cárcel,
o en el exilio.
Puedo establecer un nuevo paralelo con la época de la Inquisición y de Torquemada, en que, tras una orden gubernamental, todos los españoles tuvieron que ser cristianos,
“cristianos de toda la vida”… entonces se llamaban “cristianos viejos”… ¡qué ironía de la historia!: luego aparecería el título de “camisa vieja” para designar a los de derechas.
Los judíos y los mahometanos tuvieron que camuflarse en cristianos,
o afrontar los quemaderos de la Inquisición,
o exiliarse para siempre.
Este sistema que Vd. impone, acarrea un dolor (un crimen, ¡ay!) suplementario:
crea la hipocresía y la mentira,
crea hipócritas y mentirosos por la fuerza de las bayonetas.
¿Cómo es posible que estas conversiones que su régimen impone a la pobre gente puedan colmarle?
¿Quién puede creer que, por arte de birlibirloque, toda España que en su mayoría era favorable a la democracia republicana o a la monarquía liberal o al marxismo, de pronto abrazara con tanta unanimidad y calor la dictadura militar?
¿Sus colaboradores lo creen?
¿O piensan, quizás, que tras varios lustros de totalitarismo político, se puede extirpar del país el pensar libremente?
Fuimos niños manipulados y hombres buscando la palabra.
¡Cuánto silencio bajo el tejado!
***
Muchos me dicen que es inútil escribirle:
otros opinan que, al dirigirme a Vd., doy a entender que Vd. puede ignorar lo que sabemos todos los españoles.
No importa.
Sólo deseo que lea esta carta sincera —que quisiera que fuera constructiva— y que llegue a oírla aunque sólo sea por la generosidad con que le hablo.
Otros me afirman que la policía a su servicio tratará de vengarse o de hacerme aún la vida más imposible de lo que ya me la hacen.
Que tomarán represalias.
¡Qué importa!
¿Qué, o quién, puede impedir que le envíe este testimonio que creo necesario que llegue hasta Vd.?
***
La ausencia de crítica, el dogmatismo ambiente, creaba en nuestra juventud una situación irreal y de pesadilla.
Nadie, nunca, hacía (ni ha hecho) públicamente la más anodina declaración desfavorable a la situación.
Contrariamente a lo que se puede creer, este lavado de cerebro producía reacciones totalmente opuestas a las esperadas.
A escondidas, todos estábamos
convencidos
de que toda proclamación oficial, o toda información gubernamental, era siempre absolutamente falsa.
Y es así que pudimos negar verdades evidentes porque venían manchadas por el sello oficial.
Desconfiamos de todo;
somos una generación de descreídos.
Y, paralelamente,
estuvimos dispuestos a “reconocer” públicamente las mayores aberraciones, ya que este reconocimiento nos era necesario para ganar el pan de cada día.
Para todo eran necesarios dos certificados:
—uno, de lealtad al régimen, que lo daban los funcionarios de la Falange;
—otro, de buena conducta; (es decir, de ser católico y practicar esta religión), que daba el párroco.
Cuántas veces hemos jurado lealtad y catolicidad, sin creer ni una sola palabra, porque este juramento era una barrera que había que franquear para, simplemente, tener un modesto empleo, o hacer estudios.
En 1949, cuando quise entrar como empleado en una empresa privada (La Papelera Española), ambos certificados me fueron exigidos, como a todos los españoles que intentaban, simplemente, comer con el sudor de su frente.
Tenazmente marcados para entrar sometidos y marchitos en el laberinto de acero.
***
Este clima estéril de “amén”, sin ningún género de crítica, llevaba a los extremos más cómicos e inesperados.
En plena campaña de nacionalismo exacerbado en que todos los órganos de opinión proclamaban
que España era el mejor país del mundo
y lo español lo más maravilloso,
sucedió un acontecimiento que quizás haya olvidado pero que me parece ejemplar de la situación de cretinización a la que lleva la ausencia de crítica.
De pronto, las altas esferas decidieron que el “Coñac español” era el mejor del mundo
y que era una vergüenza nacional que llevara un nombre francés,
que se llamara coñac.
Se decidió un concurso nacional para encontrar una apelación al incomparable coñac español.
Durante semanas, las fuerzas vivas movieron el asunto para intentar galvanizar al país.
En medio de “la mayor expectación” se reunió un jurado, en el que estaban presentes las figuras máximas de la cultura española franquista y que debía coronar al ganador.
Cuál no sería la consternación del sufrido pueblo cuando supo que el nombre elegido era Jeriñac. Nombre grotesco que sonaba aún más francés que el precedente.
“Camarero, un jeriñac”.
Durante meses, hubiera sido peligroso no emplear tan absurdo nombre al pedir un coñac en un café.
“Camarero, un jeriñac”.
***
Era la época en que Vd. publicaba “la mejor novela del Occidente cristiano”: Raza
que dio origen a una película del mismo título “que iba a marcar una fecha en la historia del cine”.
Y en que paralelamente Picasso, Buñuel, Alberti, etc. eran considerados como farsantes criminales.
***
Yo pasé aquellos años de postguerra en diversos Colegios de Padres Escolapios:
cada una de las clases comenzaba por una oración, como en todos los colegios públicos o privados,
en todas las aulas había su retrato y el de José Antonio, y, entre ambos, un Cristo.
Todas las mañanas, con todos los alumnos del Colegio en formación, se cantaban, brazo en alto, himnos patrióticos que finalizaban con Vivas a Vd. y Arribas a España.
Funcionarios del gobierno o del partido único (la Falange) nos daban clases de educación política, religiosa y física.
Asignaturas que figuraban en los libros de escolaridad, como las matemáticas o la gramática;
gracias a ellas se intentaba suprimirnos todo espíritu crítico,
inculcarnos el dogmatismo.
Y esas tres asignaturas nos perseguían durante todos nuestros estudios,
no sólo en los institutos y Colegios, sino también en la Universidad.
En 1955, estando terminando la carrera de Derecho en Madrid, hube de presentarme a esos exámenes-lavados de cerebro.
Esto creaba una situación de hipocresía.
Y crea: puesto que nada ha cambiado.
Todos los alumnos,
que hoy son ingenieros, abogados, médicos,
y que en su inmensa mayoría se oponían a su régimen,
se veían obligados a enterrar sus ideas, sus creencias más sinceras y nobles y a proclamar durante esos exámenes su “amor al franquismo y al catolicismo” para poder terminar sus estudios.
¿A quién podía satisfacer esta “conversión” que duraba el tiempo de un examen?
Estábamos tan acostumbrados a este desafuero, que sólo manifestábamos nuestro odio o nuestro desprecio a este procedimiento con bromas sobre estas “tres Marías” que, como tres prostitutas, nos seguían durante toda nuestra vida de estudiantes.
***
En aquella época ¿era huérfano?
¿Qué pasó con mi padre?
Creo que tengo derecho a pedir explicaciones a Vd. y a sus ministros.
Un hombre enterraba mis pies en la arena. Era la playa de Melilla. Recuerdo sus manos sobre mis piernas. Tenía tres años. Mientras que el sol brillaba, el corazón y el diamante estallaban en infinitas gotas de agua.
Cuando me preguntan quién es el ser que más me ha influido, respondo que fue un ser del que sólo llego a recordar sus manos junto a mis pies: mi padre.
Durante años, he recorrido España buscando sus cartas, sus cuadros, sus dibujos. Cada una de sus obras despierta en mí universos de silencio y de gritos atravesados de lágrimas.
Tras su condenación a muerte en Melilla y la conmutación en treinta años y un día, pasó por las cárceles de Ceuta, Ciudad Rodrigo y Burgos.
En Ceuta intentó suicidarse abriéndose las venas; hoy aún siento su sangre mojada resbalar por mi espalda desnuda.
El 4 de noviembre de 1941, aquejado de “trastorno mental”, según dicen, se trasladó de la Prisión Central al manicomio del Hospital Provincial de Burgos.
Cincuenta y cuatro días más tarde se escapó… y desapareció… para siempre.
En mis peregrinaciones he encontrado a sus carceleros, a sus enfermeros, a su médico… pero ni su voz ni la expresión de su cara puedo imaginarlas.
El día en que desapareció había un metro de nieve en Burgos y los archivos indican que no tenía ningún papel de identidad; sólo iba vestido con un pijama.
Mi padre había nacido en Córdoba en 1903. Su vida, hasta el día de su desaparición, es una de las más dolorosas que conozco.
La calumnia, el silencio y el fuego no han apagado la voz de la sangre que cruza las montañas y me baña de luz.
Al parecer, algunos quieren hacernos pagar el no haber renegado de mi padre. Mal haya a aquellos en cuyo corazón sólo hay violencia.
Por mi parte, yo tiendo una mano fraterna a todos aquellos, cualesquiera que sean sus ideas, que se oponen a la injusticia. Lo mismo habría dicho aquel hombre del que sólo recuerdo sus manos mientras enterraba mis pies en la arena de la playa de Melilla.
Mi padre ¿desapareció para siempre?
¿Se lo tragó la tierra?
Vd. es el culpable y Vd. tiene que responder.
¡Tantos desaparecieron como él!
***
Y cuántos también se volvieron locos.
Incluso en la Universidad, en que la mayoría pertenecía a familias acomodadas.
Cuántos estudiantes se volvían raros;
otros deliraban,
como aquel que imaginaba que en su pecho se había instalado un aparato de radio que retransmitía marchas militares;
como aquel otro, brillante alumno de Medicina, que, de pronto, abandonó todo estudio para leer “tebeos”. Y cuando alguien le aconsejaba que siguiera estudiando, él decía como un autómata:
“Estudiar… ¿para qué?: a mí lo que me van son los tebeos”;
como el alumno de Derecho, que tal un Quijote enajenado, partió en cruzada dentro del Ateneo para hacernos comprender que nuestro cerebro estaba cercado por alambradas y que era sumamente peligroso adoptar ciertas posturas con la cabeza.
Me acuerdo de una muchachita cuyo trabajo de modista apenas le permitía comer; se refugiaba en un libro de gastronomía que leía y releía para calmar su hambre, como otros pueden utilizar una novela pornográfica para apagar sus apetitos sexuales.
Todo era tan loco en torno nuestro ¡y de una manera oficial!
Los espectáculos terminaban, por orden gubernativa, con el Himno nacional y los gritos consabidos de Viva Franco y Arriba España.
Un día en el cine Carlos III de Madrid, al terminar la película, los espectadores con prisas sin ningún propósito subversivo, intentamos eludir el ejercicio.
La policía inmediatamente informada
nos encerró en el local
y, brazo en alto, nos obligó a cantar el Cara al Sol una y mil veces.

***
Era una época de terror en todos los órdenes,
hasta la histeria:
terror político, naturalmente,
pero también terror religioso y sexual.
Por ejemplo, el Hogar del Empleado, centro católico madrileño, se dedicaba a sorprender a los novios que se retiraban en los alrededores ensombrecidos del Cuartel de la Montaña para darles una soberana paliza o bien para regarles con cubos de agua fría.
“…Y aún pueden sentirse contentos los muy cochinos de que no les denunciamos a la policía.”
Estos años, estos lustros en los que se desarrolló nuestra infancia y nuestra juventud… ¿cuántos han podido escapar a ellos sin daño?
Infancia con una herida en el corazón bañada de agua podrida.
Me acuerdo que
todo el mundo
iba a Misa
por la cuenta que les tenía, como se decía entonces.
¡Eso sí que es una blasfemia!
Los blasfemos son los que obligaban a la mayoría a comulgar con ruedas de molino.
Por una palabrota dirigida hacia ese Dios (que estaba entre las manos de los poderosos) se iba a la cárcel, o, en el mejor de los casos, se recibía una paliza.
Continuamente le hablo de cosas que he visto,
que he oído.
Por ejemplo:
un grupo de jóvenes borrachos que entraban en quintas, tuvieron la pésima idea de cagar en el hueco del trono donde se hincaba la gran cruz de la iglesia…
fueron condenados a doce años de cárcel.
El Dios del Amor se transformaba entre las manos de sus secuaces (perdone la expresión) en Dios de Venganza y de odio.
Los republicanos y demócratas de corazón (por idealismo, por amor a España, a su manera) se veían obligados a inscribirse en Falange, a ir a Misa o a colocar emblemas y banderas, si no querían perder sus modestísimos puestos, gracias a los cuales daban de comer a sus hijos.
¡Hombres humillados para siempre!
Había que mentir,
que vivir en el engaño,
había que rezar y comulgar para conseguir una plaza de portero en un Ministerio
o dar vivas a la Revolución Nacional Sindicalista para poder vender cigarrillos en un carrito de mutilado de una plaza de Madrid.
Tantos pobres hombres degradados, machacados, obligados a decir que era negro lo que estaban archiconvencidos de que era blanco.
Y estos hombres fueron condenados a sentirse avergonzados ante su conciencia para siempre.
Cuántos hombres mostrándose y remostrándose en manifestaciones, mítines, reuniones en centurias o iglesias porque temían que un día se supiera que habían pertenecido a un sindicato obrero o a un partido democrático.
Hombres acongojados que preguntaban a sus amigos “bien relacionados”:
¿Verdad que no tengo ficha?
Qué miedo pánico a tener una ficha en la policía.
Todos estábamos fichados.
Los mártires,
los héroes
estaban en el exilio y en las prisiones.
Como en tiempos de la Inquisición.
Pero yo quisiera hablarle de estos otros mártires,
los mártires del silencio:
hombres modestos, abochornados en su fuero interno,
que se consideraban culpables por haber traicionado sus ideas.
Y que no eran lo bastante lúcidos para comprender que no eran hipócritas.
Porque no eligieron traicionar ni ser hipócritas.
Les obligaban a traicionar sus ideas,
a manifestarse de una manera diferente a la que ellos pensaban bajo riesgo de perder o
la vida
o el pan de cada día.
Entre sombras, espuelas y amenazas, reteniendo la respiración y la furia, todo un pueblo marchitaba sus ideales y sus margaritas rojas.
***
Hace pocos años, tres o cuatro,
vivía en Madrid un dramaturgo demócrata.
Como aún su teatro ni en España ni fuera de ella había conseguido una audiencia importante, se veía obligado a trabajar en la Televisión para alimentar a su familia; su mujer en aquellos momentos se encontraba encinta.
Se supo en Madrid que, en Asturias, con un carácter más sistemático que de costumbre, la tortura reinaba en las comisarías y en las minas.
Llegaron ecos atroces;
ni siquiera las mujeres escaparon a la ferocidad de ciertos policías.
Un grupo de intelectuales escribió una carta
muy respetuosa hacia Vd.
tomando toda clase de precauciones para que no transgrediera ninguna de las normas de la ley franquista ni del Fuero de los Españoles,
señalando los hechos
y sugiriendo medidas.
El dramaturgo madrileño firmó el texto (carta privada nunca publicada en España).
Inmediatamente, un funcionario de la Televisión le dijo que, si no retiraba su firma del escrito, perdería su puesto o iría a la cárcel. Heroico, respondió que si era necesario moriría de hambre.
Cuando comunicó a su mujer la noticia de su expulsión de la Televisión, ella, traumatizada por la noticia, tuvo una hemorragia.
Los médicos certificaron que una segunda hemorragia ocasionaría el aborto.
El dramaturgo madrileño humillado volvió a la oficina de su superior.
Al día siguiente la prensa oficial comunicó que al escritor le habían hecho firmar los rojos sin su consentimiento, ya que él era leal al régimen.
Fue restablecido en su puesto,
tuvo su hijo
y, para mayor humillación, fue obligado a formar parte de la comisión de censura teatral.
¿Quién se atrevería a tirar una piedra contra él?
***
¿Qué ocurre con los que no se someten?
Ingresan en el anónimo pelotón de los que se oponen al régimen.
¿Quién se acuerda de tal funcionario que dimitió de su puesto al negarse a avalar con su firma un crimen?
Nadie: hoy vegeta haciendo por las noches la contabilidad de una pequeña empresa.
¿Y de tal periodista, redactor en jefe de un diario que dimitió para no pasar informaciones truncadas?
Nadie: hoy para vivir hace copias a máquina.
¿De tal cónsul que “eligió la libertad” durante un proceso?
Nadie: hoy en el extranjero vive sin pena ni gloria esperando un hipotético cambio en España.
Ni la Historia con una gran H, ni la pequeña historia se acuerda de ellos.
El artista que ha elegido el exilio
para no conformarse con su sistema
verá sus obras y su vida como tragadas por la tierra.
La España oficial les perseguirá sin tregua dentro del país.
Y en el extranjero los “agregados culturales” inventan toda clase de calumnias para aplastarle.
***
Nuestros mejores profesores estaban en el exilio,
o imposibilitados para enseñar,
las ideas nuevas estaban prohibidas
la educación de nuestra generación no pudo ser peor.
Niños dirigidos por bueyes, castigados por espadas ciegas, encerrados en iglesias putrefactas. La luz encarcelada y la ilusión destruida.
Los métodos de educación eran sobrecogedores.
En todos los Colegios de Escolapios por los que pasé (San Antón, Getafe, Tolosa) se sometía a los alumnos a castigos corporales.
La paliza era el arma pedagógica.
Palizas épicas.
No era raro ver a un profesor (un sacerdote) golpear a patadas y puñetazos a un alumno hasta hacerle sangrar.
Era una educación a la imagen y semejanza del ambiente que reinaba.
Incluso, nosotros mismos, los niños, en nuestros juegos, repetíamos la violencia que percibíamos.
Juegos salvajes en los que la tortura o el martirio de los condiscípulos tomaba una gran importancia
como asimismo la mutilación o ejecución de animales.

***
Nos llegaban ecos de las prisiones
en las que a los condenados, para impedirles que lanzaran gritos subversivos como “Viva la Libertad”, se les ponían
bozales
que les impedían hablar en el paredón frente a las balas.
Y esos bozales, aún mojados por los estertores y las babas, eran empleados 24 horas más tarde,
en las mismas tapias del mismo cementerio
para el nuevo grupo de condenados.
Prisioneros a los que se obligaba a confesarse antes de morir.
Aquella ceremonia secreta que duraba unos instantes entre el condenado y el sacerdote (la mayoría de las veces fanatizado con tanta sangre y tanto odio) terminaba dramáticamente:
fue en la cárcel de Burgos donde uno de los condenados fue rematado a cristazo limpio sobre la cabeza,
sin que nunca nadie haya sabido lo que aquel hombre pudo haber dicho a su confesor para provocar semejante cólera.
Así se nos intentó educar:
a cristazo limpio.
Así se nos quiso meter en la cabeza:
la religión,
la patria,
el franquismo: a cristazo limpio.
A muchos, como al prisionero de que le hablo, la cabeza se le estalló con relámpagos de sangre goteando desde los cascabeles.
Era (¡y es, por desgracia!) una España presidida y dominada por la parte podrida del Ejército.
Después de la batalla de Rocroy, 1643,
el Ejército español ha perdido todas sus batallas:
en España, en Europa, en América, en el Pacífico, en África.
Los hechos “gloriosos” fueron realizados por grupos de guerrilleros con frente a Napoleón.
Un grupo de marroquíes mal armados tuvieron en jaque al Ejército español durante años y años.
Cuántas batallas del Ejército español han pasado a la historia bajo el nombre de “desastres”.
¡Cuántos ejércitos y armadas invencibles destrozados!
Incapaz ante el exterior, la parte gangrenada del Ejército sólo ha tenido un enemigo a su talla: el pueblo español.
Qué gran revancha para esos militares felones esas guerras intestinas en las que por fin sus medallas no coronaban derrotas.
Y qué gran tristeza, qué dolor tan grande: el vencido fue el pueblo armado como cazadores de conejos.
Y digo “la parte podrida o gangrenada del Ejército”.
Porque hay una mentira que los suyos han instaurado en dogma: “el Ejército español en su totalidad se levantó contra la República”. Por el contrario, la verdad fue que la mayor parte de los oficiales (y no digamos de la tropa) sostuvo a la República contra la rebelión de Vds.
Sus aliados fueron: la Legión Extranjera, las tropas mercenarias marroquíes, los fascistas italianos, los nazis alemanes… y una pequeña parte del Ejército español.
Por ello la represión fue tan dura contra los militares:
—D. Domingo Batet Mestre, general en jefe de la VI Región Militar, fue asesinado por Mola, que se apropió su cargo.
—D. Nicolás Molero Lobo, general en jefe de la VII Región, fue asesinado por su “sucesor”.
—El capitán general de la II Región Militar D. José Fernández Villa fue fusilado por Queipo de Llano.
—En Granada no sólo fue ejecutado García Lorca sino también el gobernador militar D. Miguel Campins.
Asimismo fueron asesinados:
—el capitán general D. Enrique Salcedo
—el general Núñez Prado en Zaragoza
—el inspector de la legión D. Luis Molina Galano en Ceuta
—el general Romerales en Melilla
—el general Caridad Pita en La Coruña
—el general Mena Zueco en Burgos
—el alto comisario en Marruecos D. Arturo Álvarez Buylla en Tetuán
—el general Gómez Caminero en Salamanca
—el general López Viota en Sevilla
—el director de la fábrica de armas D. José Franco Mussio en Asturias
—etc.
Tan sólo uno de los generales sobre los ocho comandantes en jefe de las ocho regiones militares se unió a los sublevados.
Sobre los 21 oficiales generales (grado más alto del Ejército español) 17 permanecieron fieles a la República.
Sobre los 59 generales de brigada fueron 42 los que optaron por la República.
Así como abrazaron la causa de la legalidad republicana todos los generales de la Guardia Civil y el general en jefe de Aviación.
¡Cuántos militares dieron su sangre por la República!
Jamás en la Historia ha habido tal baño de sangre militar en defensa de la República.
***
Actualmente la situación, dicen sus amigos, no es tan dramática como al final de la guerra.
Pero no obstante:
la intolerancia permanece.
La ausencia de crítica es la ley.
Durante los treinta y cinco años que Vd. lleva en el poder nunca se ha hecho la más mínima crítica contra su persona o contra su forma de gobierno.
Lea y relea esta frase que parece imposible:
ni directa, ni indirectamente la más mínima crítica.
Cuando hace un par de años un periódico pidió que dimitiera De Gaulle, el diario fue suspendido porque sus censores estimaron que semejante artículo se podía considerar como una llamada para que Vd. cediera el puesto de mando.
Todos los comentarios de la radio, prensa y televisión son siempre favorables a “su cruzada” y al régimen que esta instauró.
Todo son elogios, adulaciones, bravos.
Trenzas de miel amarga cubriendo España de silencio baboso.
Si nadie critica ¿cómo se puede progresar?
¿Cómo corregir los defectos siempre posibles?
¿Puede existir un hombre infalible?
Los mejores españoles (y ahora hablo de los que no eligieron el exilio o la cárcel) siguen fuera de la organización del país.
¡Pobre España! Bodega con olor de orines donde se come con alambradas de luto y donde el perro rabioso hinca sus colmillos en el corazón.
***
La censura impone su veto a la prensa, al arte.
El pueblo no tiene ningún medio para expresarse
para manifestar sus dolencias
o para sugerir reformas.
Por ejemplo:
los sindicatos no sirven para defender a los trabajadores sino para encausarles u obligarles a aceptar las órdenes del gobierno.
En mi gremio: el del espectáculo;
los funcionarios de este sindicato nunca han hecho nada para que concluya el escándalo de que los escritores antifranquistas no puedan ejercer su profesión en España (y sin embargo este derecho está amparado por todas las leyes y fueros)
sino que por el contrario este sindicato (destinado a defenderles) es el que dirige la campaña para que por ejemplo sus piezas de teatro no se representen en España.
No son los defensores de los escritores, sino sus perros lobos dispuestos a mordernos si no permanecemos obedientes en el centro del rebaño.
***
Los que deberían ser los representantes de la nación, en las Cortes, están elegidos a dedo por Vd. mismo o bien a través de sistemas tan particulares
que
jamás (digo jamás)
una persona opuesta al gobierno ha podido entrar en las Cortes.
Los alcaldes, los gobernadores, los directores de periódicos, los jefes de sindicato…
toda persona que tiene la menor parcela de autoridad en España ha tenido que garantizar su lealtad a la doctrina oficial y en cuanto cesa de serlo ipso facto es destituido.
La ausencia de crítica puede conducir a las mayores catástrofes, a perder todo contacto con la realidad para el hombre que halagado por todos gobierna.
Un ejemplo:
Albert Speer, el ministro de Hitler, cuenta en sus Memorias que el Führer había exigido que todo fuera destruido y quemado en Europa ante el avance de las tropas aliadas. Speer, por fortuna, no cumplió la orden. Cuando, semanas después, va a visitarle, sucede la siguiente escena increíble:
“Perdiendo todo control sobre mí mismo (cuenta Speer en sus Memorias) le confesé a Hitler en voz baja que no sólo no había destruido nada sino que incluso había impedido toda destrucción.”
“Durante unos instantes los ojos del Führer se llenaron de lágrimas.”
Como un niño sádico al que le han quitado un juguete, el monstruo lloraba al saber que Europa no había sucumbido por el fuego.
Rodeado de lameculos, no podía imaginar que no se le obedeciera una sola vez.
¡Qué obscenas cortes de los milagros con sus trágicos bufones-víboras presididas por un águila herrumbrosa y destartalada!
En España el pueblo nunca ha sido consultado.
Nadie sabe lo que opina.
Y cuando se realiza un referéndum se celebra en tales condiciones el pucherazo que
hasta los muertos votan por el gobierno.
¡Cuánto temor a la opinión del pueblo!
El miedo a pensar, hablar, votar libremente impregna la vida del país.
Cuando en 1954 en la oficina privada con un centenar de empleados en que trabajaba se convocaron elecciones para enlace sindical, sin ningún significado político, sin que el resultado pudiera ni poco ni nada hacer temblar al orden ambiente,
la consulta se desarrolló en medio de tales presiones tan ridículas como severas que la mayoría de los empleados (para no meterse en líos) se adelantaban a la urna con el nombre bien visible, en la mano en alto, del candidato oficial.
Las amenazas fueron globales (supresión de la paga extraordinaria) e individuales (expulsiones, cambio de destino, cárcel).
Da la impresión de que la injusticia que rige al país en sus grandes opciones gubernamentales informa asimismo la nación hasta en sus actos más microscópicos.
Es lógico que allí donde en las cárceles se tortura, los niños maltraten animales;
no sorprende que a la imagen de los pucherazos refrendarios se truquen las más insípidas elecciones locales.
***
En este clima de opresión yo me ahogaba literalmente.
Como no podía respirar espiritualmente
terminé por tener dificultades pulmonares y por fin caí tuberculoso.
Nuestros pulmones se poblaban de ropa vieja y de excavadoras sedientas.
Por aquellos años tomé la quijotesca decisión
de ser escritor
en España
sin renunciar a mi independencia, a mi libertad.
Empresa que jamás conseguiría.
Tras veinte años escribiendo… nunca he podido ser escritor en mi país.
¡Y sólo soy un ejemplo entre tantos!
Su gobierno, sus censores, que me habían podrido los pulmones, que me habían quitado a mi padre
me impedían aquello
a lo que creía tener más derecho que un árbol a la tierra:
escribir en mi propia lengua.
Al que quiere escribir no le queda más remedio que
o claudicar
o luchar heroicamente arriesgando cada día su vida o su libertad
o huir.
Como Santa Teresa de Ávila cuántos salimos de España para conquistar gloria.
Como tantos cientos de miles de emigrantes.
***
Durante años sus fanáticos nacional-sindicalistas entre gritos de “Viva la Revolución” proclamaban que había que acabar con el arte “instrumento del complot demócrata-anarco-marxista-liberal”.
Este recuerdo provoca un estimulante suplementario a los escritores para ejercer esta profesión.
Y, como es una profesión que bien vale las otras,
sin darle mayor importancia pero también sin degradarla,
quiero explicarle cómo vive en la España de hoy un escritor que entiende sobre todo permanecer incorruptible.
El artista o escritor libre no “existe” para sus secuaces.
Cuando alguien en una entrevista cita el nombre de uno de ellos, la censura le techa,
en una lista de escritores su nombre será substituido por etc.,
en la radio o la televisión se informa a los que pueden citarle que la emisión será interrumpida si esto ocurre, ipso facto.
No existen.
Mejor dicho, sí, cuando se trata de difamarles.
Sus obras serán censuradas, prohibidas.
La injuria les seguirá sin poder nunca defenderse o protestar.
De la repercusión de la obra del escritor libre en el extranjero es el propio Ministerio de Información quien mejor enterado está:
un enorme fichero con recortes sobre él venidos del mundo entero le estarán consagrados.
Recortes que son utilizados contra él.
Porque en España, hoy, las autoridades no sólo no ayudan al escritor incorruptible sino que están al acecho,
tomando datos,
llamando a todas las embajadas,
para mejor poderle atacar.
Entre estos artistas están los Cervantes, los Velázquez, los Picassos.
Así van segando el porvenir sus gusanos, extirpando la luz, la música, el color, la palabra, arrasándolo todo como una plaga de langostas.
***
Durante mi visita a Madrid —1967— su “justicia” me encarceló.
Esto me permitió tomar contacto con la realidad del sistema penitenciario actual.
Quizás le sorprenda cuando le diga que lo que más me indignó fue aprender que los pequeños delincuentes son torturados casi sistemáticamente en las comisarías.
¿Por qué?
Por eficacia burocrática.
El comisario que ha recibido un cierto número de denuncias intenta cargar al primero venido todos los delitos.
Para ello un sistema: la tortura.
Si bien este método no funciona con los verdaderos profesionales delincuentes, que resisten horas y días de suplicio, marcha bien con los delincuentes debutantes, por ejemplo con los jóvenes que roban coches.
Cuántos entre ellos acumulan décadas de años de cárcel tras haber robado un solo coche, delito al que se unió toda una serie de robos imaginarios que confesaron tras la tortura.
Esos chavales del reformatorio de Carabanchel jugando a los bandoleros porque tenían 80, 120, 140 años de cárcel cuando en realidad todo su crimen consistía en haber tomado un coche para dar una vuelta con la novia.
Las torturas a que son sometidos sistemáticamente los prisioneros políticos llegarse a saber… pero ¿y de los comunes?, ¿quién se acuerda?¡Cuántos amigos fueron heridos, torturados!
Comunes, políticos,
como mi condiscípulo de Derecho que casi perdió la vista en un interrogatorio,
como aquel ladronzuelo de Carabanchel que llevara toda su vida sobre su cara las huellas que le hizo a puñetazos la famosa sortija de un comisario madrileño.
Hombres con ojos de goma, corazones de mecano y manos de chatarra reparten los martirios en su nombre. Pobres raterillos españoles.
El ambiente de hipocresía que reina en el país está institucionalizado en las cárceles.
Las cárceles están
administradas
vigiladas
por un tercio de los propios prisioneros,
que se llaman destinos.
Obligados a delatar.
Cuya misión es informar, vigilar y atormentar a los prisioneros, sus compañeros.
Es a los “destinos” más desalmados a los que se les encarga el cuidado de las celdas de castigo, y a menudo martirizan sádicamente a esos pobres hombres que como ratas pasan días, semanas, meses entre cuatro paredes.
Los “destinos” más fuertes son los que dan las palizas a los que intentan fugarse; palizas que concluyen con heridas o deformaciones.
Cuántos presos he conocido que durante seis meses (algunos durante un año) han permanecido día y noche encerrados en las celdas subterráneas de castigo:
sin poder
ni leer
ni escribir
ni fumar
ni recibir visitas
ni hablar con nadie.
Durante estos largos meses toda la vida de los enterrados en vida se desarrolla en un chiquero diminuto en el silencio y en la obscuridad sin saber cuándo es el día o la noche y con la única esperanza de encontrar una cucaracha con la que “susurrar”.
Estos hombres emergen de las celdas medio ciegos y medio locos hasta el punto de que al terminar el castigo no pueden reintegrarse a sus celdas ordinarias sino a una sección llamada Pista donde aprenden poco a poco a recobrar la vista y el equilibrio mental.
Le hablo de algo que sucede en estos momentos en todas las cárceles españolas.
¿Qué recurso en medio del silencio y del “amén”? Cuánto dolor se encierra en esas cárceles españolas, en Burgos, en Carabanchel, en el Peñón del Hacho. El solo hecho de escribir los nombres de estos penales me hace temblar.
A mi salida de prisión escribí en el periódico parisiense Le Monde una carta que nadie en España pudo publicar:
…“he conocido un cierto número de casos que no podría silenciar sin tener vergüenza de mí mismo:
”un obrero pulidor de 30 años fue condenado en 1966 a 13 años de cárcel por asociación y propagandas ilegales,
”otro de sus camaradas acusado de los mismos delitos fue condenado a 15 años,
”un tortillero fue condenado a seis años de cárcel por ‘injurias a la nación’ porque había dicho estando enfadado tras un accidente de coche ‘los españoles son unos cabrones’,
”tras 20 años de detención un obrero acaba de ser liberado: en 1947 había intentado fundar un sindicato,
”un estudiante progresista que llevaba nueve ejemplares de una revista izquierdista fue condenado a 3 años de cárcel,
”un intelectual madrileño fue condenado a 12 años de cárcel por haber escrito dos artículos en un diario extranjero,
”etc.”
Al final de la carta decía:
“No pertenezco ni a nada ni a nadie. Sólo deseo que reine la libertad y que la injusticia no machaque a los demás. Me gustaría poder creer que todo lo que acabo de exponer es falso,
”que me confundí,
”que lo que he visto y vivido este verano en España sólo es una pesadilla.”
Decía que me hubiera gustado confundirme.
Me quedaba una remota esperanza de que con datos en la mano se me demostrara que me habían engañado mis ojos y mis oídos.
Cuando supe que la embajada de España me respondía tuve una cierta satisfacción.
Cuál no sería mi decepción cuando al leer el texto, de un vago consejero de no sé qué,
se informaba a los lectores que, contrariamente a lo que se había dicho, tal o cual funcionario de Información no había tomado parte en mi encarcelamiento.
Pero de mis graves acusaciones, ¡NADA!
Eran ciertas, pues.

***
Y mi carta al diario parisiense era tenue.
Hubiera podido añadir el caso
de un poeta español de 17 años
detenido, repito, a los 17 años
y que pasó 24 (veinticuatro) años de su vida en prisión tras su arresto.
Al salir de la cárcel su vista acostumbrada a no mirar nunca al horizonte, sino los cuatro muros de su celda, sufrió un extraordinario traumatismo.
Este jovencísimo poeta de 17 años tuvo que esperar a los 42 años (tras 24 de cárcel) para amar a una mujer por vez primera.
Sus hombres enterraron con barro su corazón de varón y su sexo durante lustros.
Dígame ¿qué horribles crímenes cometió?
Por un delito de opinión
por amar una España diferente
por idealismo enardecido
un hombre, como tantos otros, pasó toda su juventud en la cárcel.
El obrero metalúrgico Melquisédez Rodríguez Chao ha escrito un testimonio lleno de esperanza en el que nunca asoma el rencor, un libro que le recomiendo.
El título es ya un grito:
24 años en la cárcel
(tenía 20 años al comenzar su cautiverio).
Escribe, por ejemplo:
“El Penal de Burgos es legendario. En él se han cometido crímenes horrendos… Todavía se observan los remiendos en las paredes que dan al patio de las Acacias por donde apuntaban las ametralladoras con las que se ejecutaba en masa a los antifranquistas. Miles de hombres han muerto en esta prisión o salieron de ella camino de la muerte… Son incontables los martirios que allí se han aplicado.”
***
Le voy a decir algo triste: su España de hoy
no solamente me quitó la salud, mi padre, mi lengua
sino que incluso me quita a menudo mis amigos.
Cuántos tras una campaña contra mí dejan de verme o de escribirme para no tener dificultades.
¿Quién les puede tirar la piedra?
Es su régimen el culpable.
Pero a veces me vienen misivas que vuelan del corazón.
Acabo de recibir la carta de un hombre español que no conozco y que me dice que quizás su padre estuvo con el mío en el Peñón del Hacho.
Me dice:
“Entre su caso y el mío hay diferencias.
”Mi padre fue fusilado sin ninguna forma de proceso
”pero tuvieron la delicadeza de notificárselo para que ‘se pusiera en regla con Dios’.
”Guardo aquí su carta de despedida que nos llegó clandestinamente.
”Mi madre murió consumida meses después, perdió 30 kg. de peso.
”Nuestro pudor ha sido tal que nunca hemos hablado del padre.
”Mi sentimiento a su respecto es complejo: es como si yo lo hubiera matado
”y arrastro su cadáver
”como un reo de la Guayana arrastraba su bola de hierro.”
Cuántos llevan bolas de acero como esta.
***
El país entero forzado a callar lo que les grita en el alma.
Todos son los enemigos de su régimen
todo amenaza su sistema:
desde una simple pieza de teatro a la reunión de tres obreros
desde una octavilla hasta una bandera.
¿Es posible?
Precipitado en su terror, encerrado en su palacio Vd. vive la pesadilla de España Negra y la impone al resto de los españoles.
¿Es posible que alguien deseara esta España?
¿Es posible que se me escape un motivo?
¿Una razón suprema?
Somos muchos los españoles que, como yo, quisiéramos que se nos explicara, que quisiéramos comprender.
Pero estamos convencidos que no hay nada que comprender.
Es hora de dar a todos los españoles la posibilidad de elegir el sistema de gestión del país que mejor deseen.
España debe acoger a todos,
tiene que terminar la discriminación que comenzó hace siglos.
Un ejemplo, microscópico, entre tantos:
mi hija fue rechazada por la embajada de París, donde quería inscribirla.
No tenía derecho a ser mi hija porque sus padres no se casaron con arreglo a sus dogmas religiosos. Yo, que llevo quince años de matrimonio, para su gobierno soy soltero; y mi hija, una bastarda.
¿Cuándo su España cesará de “poner esposas a las flores”?
***
¡Cuánto odio!
No quiero, ni queremos, saber nada de esa España de la que Vd. es el heredero y el representante. Una España en que los soberanos agonizaban rodeados de tarados y cubiertos de cigüeñas degolladas. Palacios y Cortes que desde hace siglos se complacen viviendo entre enanos, monstruos, idiotas y lameculos: sus “hombres de placer” (sic) para mejor tiranizar al pueblo. Cortes fúnebres donde todos los días un elefante subía la estrecha escalera del Escorial hasta el tercer piso para acompañar al hijo de Felipe II durante su desayuno.
Mientras que el pueblo explotaba en la fiesta clandestina del entierro de la sardina (los hombres vestidos de mujeres, las mujeres de hombres, los niños disfrazados de viejos y las viejas de gatas cachondas) jurando que acabaría con el orden religioso y sus Cuaresmas en medio de una fiesta dionisiaca.
Y los Inquisidores imponían una intolerancia, la tortura, el odio y la sangre como hoy. Sólo en España la prisión de Carabanchel o el quemadero de Sevilla, Torquemada o el asesinato de Grimau no son anacrónicos.
Su España apesta.
Esa España de “Viva la Muerte” que todo lo mancilla.
Qué horror pensar que Vd. todas las noches duerme junto al brazo incorrupto de Santa Teresa de Ávila, aquella fascinante mujer que tanto persiguió la Inquisición y que los suyos hubieran martirizado si hoy estuviera entre nosotros.
***
Le voy a copiar la carta clandestina de un hombre condenado a muerte por sus seguidores y que no tenía más ideas “subversivas” que una sencilla filantropía.
Su “justicia” no sólo le quitó la vida, sino que le impidió comunicarse con su mujer y sus hijos antes de morir.
Esta carta (tan inocente y por ello tan ejemplar) llegó a los suyos casi milagrosamente.
Dice:
“Querida Flora y queridos hijos:
”Deseo que la presente os encuentre bien, yo por ahora bien.
”En estos momentos se me lleva de la cárcel para un fin trágico para mí y al propio tiempo para ti y para mis queridos hijos. Bien sabéis todo lo bueno que he querido ser siempre para todos en general. Deseo que terminéis la vida con más suerte que la mía y que practiquéis los buenos sentimientos, no os importe el mal pago. Por mi parte, yo hasta el último momento me sostendré en mi sentimiento de justicia y de equidad humanas.
”Para mis hijos sólo quiero que sean tan buenos como son, seguid bien y con valor, que no tomen ningún rencor a nadie ni venguen mi muerte. Sed buenos, hijos míos, para vuestra madre y para la sociedad procurad ser lo más útiles posible. Vosotros viviréis tal vez una sociedad mejor y de mejores sentimientos humanos, ayudad a perfeccionarla. Cultivad y controlad siempre vuestra conciencia, que siempre seréis dichosos aunque tengáis mala suerte, haced conciencia que nadie torcerá vuestro buen proceder.
”Hijos míos, vuestro padre morirá dentro de unas horas. Veo venir la muerte y creedme, estoy tranquilo. Yo os quiero tanto a todos que me marcho dándoos un beso que me sale del fondo de mi corazón.
”Y a ti, querida Flora, mi inseparable abrazo. Llevo grabada tu imagen en mi corazón y nadie me la arrancará. Puedes tener por seguro que cuando la mano dispare sobre mí, estaré dándote el último beso. Puedes estar tranquila, que tu Macario sabrá morir como vivió.
”Para todos os mando el último beso desde mi último suspiro.
”Firma: Macario.”
Al margen de esta carta un codetenido ha escrito:
“Cuando Macario oyó pronunciar su nombre por el verdugo me mordió fuertemente en el brazo…”
***
¿Hasta cuándo España tendrá que morder el brazo amigo para sufrir en silencio?
Sin rencor. Sinceramente.
Arrabal; París, 18 de marzo de 1971.
Epílogo
La censura española ha prohibido la publicación de las piezas de Arrabal en su propia lengua… Peor aún: una editora madrileña (TAURUS; colección PRIMER ACTO) bajo el título Teatro de Arrabal ha reunido tres breves piezas escritas hace catorce años tan cortadas que es imposible comprender lo que sucede; una de las piezas incluso figura con un título falso: Guernica se convierte en Ciugrena. Este librito está destinado a dar una imagen injuriosa del autor. Naturalmente Arrabal nada puede hacer por retirar este engendro de la circulación… tal es la colusión editor, justicia, autoridades en la España de hoy.
Christian Bourgois Editeur (de París) va a editar la obra completa de Arrabal en español. El primer volumen de su teatro (Teatro I) ya ha sido publicado. Cuando en 1969 la compañía de Nuria Espert intentó por vez primera y única dar una pieza del autor (Los dos verdugos… de veinte minutos de duración) el local fue ocupado por la policía armada, los carteles lacerados y los programas de mano destruidos.
La paradoja es pues que hoy que Arrabal está representado y editado en el mundo entero no puede ver ni sus libros ni sus piezas en su país. El primer dramaturgo español vivo… no existe para los españoles por orden gubernamental.
Arrabal ha dicho: “Tengo tanto derecho a escribir en español como un árbol tiene derecho a la tierra”. Este no es el parecer de las autoridades que rigen el país. El cofundador de la Falange en el periódico del partido oficial (y único) Arriba, ha declarado que habría que castrar a Arrabal “para que incapaz de ser padre no diera hijos que renegasen de la Patria”.
Francisco González Viera

***
Fernando Arrabal es un escritor, cineasta y dramaturgo español que fundó junto a Alejandro Jodorowsky el llamado Teatro Pánico. Polígrafo, a pesar de entregar decenas de obras teatrales, novelas y poemas a la conversación literaria hispano y francoparlante, su trayectoria bibliográfica fragmentada lo vuelve un autor de relativo difícil acceso a la curiosidad. Altura desprendida recuperó por ello este libro mediante transcripción del ejemplar que alberga la biblioteca de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en la Ciudad de México.
Referencia: Fernando Arrabal, Carta al general Franco, Granica editor: Buenos Aires. 1973, 61 páginas.
Versión española de Lettre au general Franco, Union Générale d’Éditions, París, 1972.
Imagen de portada: Fragmento de un cartel de la película Viva la muerte, de 1971, en que Arrabal recrea su infancia en la España franquista.
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