Laura Baeza y los fantasmas que arden entre la niebla

por Ulises Granados

Comprendo que mi tristeza
no frenará la hierba.

Wislawa Szymborska

La realidad se hace evidente
cuando dejamos de comparar.

Bruce Lee

He dejado pasar un tiempo desde que leí Niebla ardiente, primera novela de Laura Baeza, para comenzar a escribir. Un tiempo prudente: lo suficiente para no redactar una palabra sin reflexión de por medio, pero no tanto como para olvidarme por completo de mis primeras impresiones. Y ahora, después de algunos meses, todavía tengo la sensación de haber leído una novela poblada por fantasmas, repleta de presencias lejanas y distancias insalvables, una novela donde ni las cosas ni las personas pueden ser del todo lo que vemos, porque ya no están, en cambio, han sido, han estado. Y, pese a lo dicho, esta novela está inscrita en un género completamente distinto que no sabría nombrar de manera precisa. Se trata, por un lado, de una novela de formación —como afirma Lola Ancira en esta reseña minuciosa donde desglosa y ordena sus componentes cabalmente—, pero al mismo tiempo, posee elementos propios de la novela negra (o de investigación si se prefiere), pues “la novela avanza del misterio a su solución” como asevera Karla Sánchez. Dicho misterio se presenta al final del primer capítulo: “A lo más que llegó fue a suponer que los cinco años fuera de su país le estaban pasando factura, que una alucinación así en esa fecha cualquiera podría tenerla./ Aunque podía asegurar que acababa de ver a Irene. Esa era su hermana desaparecida, su hermana muerta”. Y a lo largo de la investigación que provoca tal descubrimiento, como suele suceder, vemos que una cosa mueve otra, un acto resuena en otro sitio, un recuerdo está conectado a otro y un lugar remite a un sitio en la memoria. Así se desencadena una serie de revelaciones sobre la relación de Esther con quienes la rodean y con quienes la han rodeado.

Tuve que indagar más a fondo en esta idea, quizá para encontrar argumentos que sostuvieran aquella primera impresión, pero también para contemplar la novela a lo lejos, para permitir que se difuminara y mezclara con otros recuerdos, con otras experiencias y lecturas. Supuse, además, que probablemente un texto leído más tarde arrojaría algo de luz sobre un punto que no hubiera pensado siquiera; quizá alguna canción me devolvería la imagen de una escena o me revelaría una conexión que antes me resultaba invisible; tal vez una película o una conversación descubriría algo oculto a mis ojos durante mi lectura. Lo cierto es que hoy retengo apenas un panorama general de la historia, un par de aspectos importantes de la narración, de los sitios donde se narra, pequeños detalles de los personajes, una lista incompleta de las temáticas que se mencionan a lo largo del texto y una serie de reseñas publicadas en diversos medios donde puedo consultar y corroborar información al respecto.

La narradora oriunda de Campeche ganó el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri por Ensayo de orquesta (FETA, 2017) y el Premio Nacional de Narrativa Gerardo Cornejo por Época de cerezos (Paraíso Perdido, 2019). Foto tomada del sitio Hablemos, escritoras.

Pero quería preguntarme sobre qué se ha quedado conmigo irremediablemente ahora, a pesar del tiempo, de lo inevitable del olvido y de lo selectiva que suele ser la memoria. En otras palabras: ¿qué aspectos de la novela vuelven insistentemente a mí? ¿Por qué no permito que se vayan?  Me he tomado la libertad de asumir que todos cargamos con recuerdos inamovibles, sensaciones perfectamente claras, aromas, sonidos, rostros, etcétera, en nuestro fuero interior: a todos nos cargó entre sus brazos alguien a quien hemos decidido no olvidar, también tenemos un recuerdo que ha consolidado cierta cualidad o cierto defecto de nuestra personalidad, un motivo por el que adquirimos algunos hábitos. Pero un día, con el paso del tiempo, esta persona desaparece, aquellos espacios no están sino en la memoria y los objetos con los que convivimos durante tanto tiempo se esfuman junto con sus aromas y, finalmente, después de un tiempo, no queda rastro alguno del origen de nuestros hábitos en el presente. Wislawa Szymborska retrata esta sensación en su poema “Un gato en un piso vacío”: “Hay algo aquí que no empieza/ a la hora de siempre./ Hay algo que no ocurre/ como debería./ Aquí había alguien que estaba y estaba,/ que de repente se fue/ e insistentemente no está”. Esto, a esta presencia me refiero cuando menciono a los fantasmas, a la insistente presencia de una ausencia inevitable. Algo falta —volviendo a la novela que nos reúne aquí, en este espacio— y falta siempre, con insistencia: un padre, una hermana, una casa, una familia, una ciudad, un país entero, la infancia. Incluso la fantasía de un futuro mejor y más tranquilo, en el que se hubieran resuelto los problemas de la vida diaria y las complicaciones propias de la esquizofrenia infantil de Irene o un futuro en el que se hubiera aprendido a vivir con ellas. Y, para el momento en que por fin podemos atravesar estos fantasmas y deshacernos de estas ideas para contemplar la situación delante de nosotros (delante de Esther, quiero decir), nos encontramos con algo completamente distinto de lo que esperábamos. Y repentinamente todo cae en su sitio. Entonces, y sólo entonces, justo al final de la narración, pareciera que aquel epígrafe de la novela, aquel fragmento de “Black” de Pearl Jam, más que un punto de partida para iniciar la lectura, nos sugiriera el destino: I know someday you’ll have a beautiful life/ I know you’ll be a star.

Por supuesto, la interpretación depende de quien lea. En el texto hay tantos elementos y temas como el lector esté dispuesto a buscar. Por poner algunos ejemplos: están las complicaciones que la diagnosis de esquizofrenia infantil de Irene y su tratamiento provocan al interior de una familia que cuenta ya con otros problemas, como la separación de los padres y la mudanza a la Ciudad de México; están, por otro lado, en una perspectiva más amplia, la preponderancia de la violencia en el país, representada con la desaparición forzada y el posterior feminicidio de varias mujeres jóvenes y la consecuente corrupción y negligencia de las autoridades alrededor del caso. En torno a esto último, se vislumbra también lo riesgoso del oficio del periodismo. No obstante, también hay espacio y tiempo para abordar el amor de pareja, el amor filial, la culpa, la nostalgia. De cierto modo es cierto lo que se dice en las solapas del libro y en la cuarta de forros: es una novela “sobre la pérdida, el duelo, el amor” (cuarta de forros), consigue “mover de sitio al lector, hacerlo voltear a donde nunca imaginó” (Guillermo Arriaga), trata sobre “la ausencia, la pérdida y lo que significa ‘hogar’” (Kevin Gerry Dunn), está “cargada de nostalgia y ternura acerca de los lazos familiares que nos enredan más de lo que somos capaces de aceptar” (Ave Barrera), y “nos sumerge en un universo de lo femenino donde los propios sentimientos y las convenciones sociales son cuestionados, donde el océano Atlántico funge como una barrera entre un doloroso pasado y un presente en apariencia en calma, pero en el que la tragedia se abre espacio” (Lola Ancira). A esta lista agregaría que trata también sobre la necesidad de saber, de disipar dudas, de lo insostenible que es vivir en una tensión constante y de lo necesaria que se vuelve la respuesta, a pesar de lo dolorosa que pudiera ser.

En la novela de Laura Baeza publicada en 2022 por Alfaguara se aborda la violencia feminicida, las desapariciones forzadas, la impunidad, la pérdida y las enfermedades mentales.

Una precisión: los lazos familiares que menciona Barrera, eso que nos cuesta trabajo aceptar, se muestran con mayor claridad, a mi parecer, en los prejuicios con que se observa el amor entre Irene e Ignacio, a quien vemos sólo a la distancia. Pero seguramente se me escapan otros momentos, otras circunstancias.

Para empezar a construir una conclusión: una novela no puede decirnos más de lo que alcanzamos a ver en ella. Es decir, toda revelación es una interpretación. En este sentido, cada texto es una invitación a saber más de los temas que trata, a imaginar más aspectos del mundo, a criticar lo leído, pero también lo visto fuera, en nuestra vida cotidiana. En el día a día, tal vez sea injusto hacer esta pregunta mientras nos duele todavía alguna pérdida, mientras buscamos darle sentido a lo sucedido y, sin embargo, la duda se cuela gradualmente en nuestra cotidianidad (aunque pudiera adoptar otra forma), del mismo modo en que puede aparecer durante la lectura de Niebla ardiente: ¿cómo es esta nueva realidad? Ahora que no está Irene, ¿qué falta aquí?

***
Ulises Granados (Distrito Federal, 1984)
Escritor, músico y repostero amateur. Ha publicado cuento, ensayo, poesía, minificción y reseña en revistas como Punto en líneaMarabunta, F.I.L.M.E.Deletéreo y Liberoamérica. Administra el blog literario Antología sin poesía (www.antologiasinpoesia.blogspot.com).
Instagram: @gran_uli

Imagen de portada: Double vision, de Martin Addison. Tomada de la Wellcome Collection.

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