El humorista homosexual estadounidense Allen Ginsberg tenía un amigo en Sudamérica: un chileno, Nicanor Parra.
Nicanor Parra tenía algunos enemigos líricos en su país. Por lo menos dos: Vicente Huidobro y Pablo Neruda. Del primero ridiculizó uno de sus decires más potentes: “Los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte”, escribió el autor del paracaidístico Altazor. Y Parra se burlaba:
Los cuatro grandes poetas de Chile son tres: Alonso de Ercilla y Rubén Darío.
Profesor universitario, físico, matemático, provocador profesional, antecedente directo de los balbuceos psicomágicos de Alejandro Jodorowsky, hermano de la Violeta Parra —enciclopedia del folclor chileno y referente obligado de las voces de nuestra América—, don Nica hizo una especie de evangelio de las oscuridades en el Valle del Elqui, tierra adentro en la región de Coquimbo y ruta de las gargantas de la Cordillera de los Andes, donde creció otra maestra: la Gabriela Mistral. El atrevimiento poemático se titula Sermones y prédicas del Cristo de Elqui.

Editado en 1977 por la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, Parra publicó esta suerte de evangelio moderno en su estilo deshilvanado, irreverente e iconoclasta, donde sin embargo se reflexiona en torno a las mismas interrogantes que el Jesús de Lucas y Juan, tal vez.
Altura desprendida dispone el poemario para libre descarga aquí en una edición albergada por el sitio Memoria Chilena, iniciativa de digitalización y archivo de la Biblioteca Nacional de Chile.
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Imagen de portada: trabajo de sombras y papel picado, tomado de la Wellcome Collection.