Nunca caminarás solo

por Paul Antoine Matos

Camino solo hacia un pub inglés en busca de un lugar para ver la final de la Champions League. Juega el Liverpool contra el Tottenham, es el 2019, y lo veré en donde nunca creí ver un partido de futbol tan importante: Washington D. C., Estados Unidos.

Tenía que encontrar alguna excusa para justificar que veré la final aquí. Se me ocurre una, la más básica: este país alguna vez fue colonia inglesa.

(Lo cierto es que Estados Unidos tenía casi un siglo de fundado cuando el futbol se separó del rugby en una noche húmeda y llena de pintas de cerveza en la Freemason’s Tavern de Londres.)

A mi derecha pasa un joven en una bicicleta, me rebasa. Viste una camisa roja y en la espalda trae el dorsal 11 con el apellido Salah. Un mexicano ve pasar a un gringo con una playera de un equipo inglés y el dorsal de un jugador egipcio, seguramente hecha en alguna maquiladora de un país del sudeste asiático. El mundo conectado por el futbol.

Lo persigo.

—¡Hey! —le grito— ¡Hey!
Se detiene.
—Are you going to see the match, right?
—Yeah, man, I think I’ll try to go to The Queen Vic pub —me responde. Me da indicaciones de cómo llegar a ese bar en la calle H con 12 y 13.

Lo dice bien el lema del Liverpool: nunca caminarás solo. Aunque él continúa pedaleando, siento que lo acompaño hacia la calle H para reencontrarnos en algún bar y ver la final.

Las casas detrás del Capitolio se parecen tanto a las de Inglaterra, que he visto en fotografías. Son esas construcciones tradicionales de dos pisos, con ladrillos y de una sobriedad de bosque.

Es un suburbio tranquilo y pienso que aquí deben vivir muchos de los congresistas que trabajan a unas cuadras y los funcionarios federales que viven en la capital. Casi no pasan autos ni peatones; ¿qué hará un sábado al mediodía el washingtoniano?

Algunos de los autos estacionados traen una calcomanía que dice No taxation without representation, un lema que surge desde poco antes de que estallara la guerra de independencia y que ahora se utiliza como una sutil forma de protestar contra los impuestos a los que los washingtonianos son sometidos pero sin contar con representantes en el Capitolio. No les basta con ser la sede del poder, también deben tenerlo.

Playeras y bufandas rojas están adentro de The Queen Vic y en el bar ya no hay más espacio, me dice el portero. Toda la calle H de Washington tiene bares donde se verá la final de la Champions: Nomad, Smith Commons, Sticky Rice son algunos de los lugares en los que pienso probar suerte, pero el ambiente se parece más a un partido de golf que al juego más importante de la temporada.

Termino en The Pug, en la misma cuadra que de The Queen Vic. Es un lugar que le hace honor a su nombre, se parece a uno de esos perritos de raza china que han sido sometidos a la más artificial de la selecciones naturales para deformarlos y crear un monstruo de equipos ingleses. La pared está enmarcada por decenas de banderines: Manchester United, Leicester, Everton, hasta el Hull City. El DC United local también tiene un lugar especial en este bar, y la deformación es mayor cuando veo que también tienen stickers de los equipos locales de otros deportes, los Wizards de la NBA y los Nationals de la MLB. Hasta el barman tiene cara de pug en el cuerpo de un motociclista.

Falta una hora y apenas ha llegado gente, pero se nota que tendrá más ambiente que los otros.

Tarde de juego en un bar de Washington. Fotografía del autor.

No llevo ni un día aquí y me cuesta trabajo entender cuando la gente me habla en inglés. Puedo tener una conversación, pero mis sentidos no se adaptan a que otro idioma sea el que se hable aquí y tengo que esforzarme para comprender, incluso tengo que pedir que me repitan las cosas.

El barman me había pedido mi tarjeta de débito cuando abrí una cuenta, al pedir una cerveza Guinness. Dudo de él. En México, entregar tu tarjeta a un mesero o un barman es entregarte a una clonación segura. Aquí, tal parece, es algo común: abres una cuenta, entregas tu tarjeta y te van anotando tu consumo.

—Your card, so we can open you a tab —repite el barman con un ligero tono de molestia. Confío en el gringo y en que el único proceso genético que ocurra aquí dentro sea el nombre del bar.

Poco a poco se llena el Pug. A mi lado se sientan tres personas, rondan los 24 o 25 años y a uno le pregunto sobre su equipo favorito. Le va al Manchester United, máximo rival del Liverpool, por lo que hoy apoya al Tottenham.

Yo, en este partido, le voy al Liverpool. Soy del Real Madrid, pero le tengo un cariño especial a este equipo inglés desde aquella final de Estambul en la que, al regresar de la escuela, el Milán de Shevchenko, Kaká y Maldini (otro equipo que me causó grandes alegrías de niño, sobre todo en el FIFA) goleaba 3-0 al medio tiempo. La final parecía finiquitada: se necesitaba un milagro para remontar.

Los ostentosos triunfos del Real Madrid presumidos en el Santiago Bernabéu. Fotografía del autor.

Y ocurrió. El Liverpool empató en menos de diez minutos y el partido llegó a los penales. Un portero casi desconocido, Jerzy Dudek, se convirtió en el héroe, al tiempo que Sheva fallaba su tiro.

Lo que más me emocionó de aquel partido, además de la gesta épica, fueron los aficionados del Liverpool: cuando el mundo se les venía encima, y no veían la luz ante la goleada del Milán, se pusieron a cantar.

Walk on, walk on,
with hope in your heart
            And you’ll never walk alone

Todos en un coro unísono en Turquía. Sus voces se escuchaban a través de la transmisión de tele y los comentaristas callaban por momentos para que sonara. La piel todavía se me enchina al recordar el Milagro de Estambul.

Descubro que éste que le va al Tottenham trabaja para Deloitte, una de las mayores firmas de finanzas y consultoría del mundo. Su padre migró de la India pero él nació y creció aquí en Estados Unidos.

El barman con cara de pug no termina de destapar la primera Carlsberg de la tarde y en Madrid el árbitro ha pitado penal. El partido tiene menos de un minuto y el Liverpool acaba de ganar una oportunidad inmejorable para ponerse adelante del Tottenham. Es Mo Salah, el egipcio, quien toma el balón y dispara hacia la portería. Recuerdo al ciclista que vi en la calle, y que a unos metros, en otro bar, debe estar preparándose para celebrar, mostrando con orgullo el nombre que porta en la espalda.

Los goles de madruguete son los más difíciles de gritar, sobre todo cuando son de penal. El bar está a medias cuando el Liverpool canta su camino hacia su sexta Orejona.

Los siguientes 80 minutos son aburridos. El partido es ríspido, cerrado y con muchos errores por ambas partes. El amigo financiero me platica que vive en Alexandria, una ciudad en las afueras de DC y que es parte del área metropolitana pero mucho más barata que ubicarse dentro de la capital del país. Conversamos y vemos el partido tomando un par de Carlsberg más, el histórico patrocinador del Liverpool tiene una promoción y durante la final ha dejado sus cervezas a cinco dólares.

Viene con tres amigos más y ellos son aficionados al soccer. A uno le empezó a gustar jugando al FIFA en su Xbox, de manera autodidacta. Es posible que los videojuegos tengan más éxito en Estados Unidos que todos los torneos europeos para que el futbol gane adeptos en el país.

El partido está por terminar y me urge ir al baño. Escucho el alboroto afuera. Salgo a ver qué acaba de ocurrir en Madrid. El Liverpool metió el segundo gol, será campeón de la Champions.

Veo a cualquier persona y me abrazo con ella.

Imaginé que en este lugar cantarían con toda el alma You’ll Never Walk Alone, pero no. Cuando el partido termina, los demás sólo se felicitan y vuelven a su vida; nada de canciones, nada de celebraciones, ni alegría. Me la quedo tarareando, con la expectativa de que alguien más se anime.

En The Queen Vic, cuando paso para regresar a mi hotel, sí están cantando y celebrando la sexta Orejona del Liverpool. Afuera del bar, tres aficionados cantan y bailan, ondeando sus bufandas:

We’ve conquered all of Europe,
We’re never gonna stop,
From Paris on to Turkey (and now Madrid),
we’ve win the fucking lot

Allez! Allez! Allez!

Borracho por la calle H voy hacia el hotel. Sigo el rumbo a dos personas que salen de otro bar, también con su camisa del Liverpool. Durante dos cuadras sus cánticos son lo único que se escucha en esta ciudad capital de los Estados Unidos, pero se desvanecen. La emoción de la victoria se ha quedado atrás.

Retrato del autor, testigo del accidente de la victoria.

***
Paul Antoine Matos

Periodista del sur de México. Verificador. Miembro de la quinta generación de la Red Latam Distintas Latitudes. Cofundador del Festival Periodismo del Caribe. Le apasiona el periodismo narrativo: crónica, perfiles, viajes.
A primera vista parece serio, pero es ocurrente.
Twitter: @antoine8matos

Imagen de portada: el protagonista del Liverpool, Mohamed Salah. Fotografía tomada de su Twitter oficial.

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