En 1959, el escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini recorrió las costas de Italia desde la frontera con Francia hasta el extremo contrario, en contacto con Yugoslavia, a bordo de un Fiat 1100 para elaborar un reportaje en tres partes que se publicó en Successo.
Poeta, novelista, observador, el texto compone páginas de delicia visual y reflexiva y dialoga con los turistas alemanes de las costas italianas y con Federico Fellini, con actrices y panaderos, y con los bandidos de Calabria: en su paso por Cutro aseguró que “es ciertamente el pueblo de los bandidos”, valoración que produjo protestas en la prensa local.
Inconforme, iconoclasta, crítico, en una carta escrita al director del diario Paese Sera, Pasolini no sólo rechazó su linchamiento mediático sino que localizó los fundamentos de su afirmación mientras acusaba una hipocresía distractora en la molestia periodística y política desplegada en su contra.
El reportaje y la carta fueron publicados como libro en español por la editorial española Gallo Nero con el título La larga carretera de arena y traducción de David Paradela López.
En ánimo de reiterar el elogio de la desobediencia y de reconstruir la historia de la disidencia lúcida, Altura desprendida reproduce íntegra la carta del director de Las mil y una noches.

Imagen tomada de un artículo promocional elaborado por el Ministerio de Cultura de Argentina.
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Estimado director:
Aunque quizá con algo de retraso, quisiera explicarme y desahogarme en las columnas de su diario. Tengo aquí, ante mis ojos, unos periódicos procedentes de Calabria sobre los que ya me habían llegado ciertas alarmas: y en los que me veo convertido en blanco de una profunda indignación. En su momento, hice como el avestruz: no quise saber nada al respecto. Pero ahora esos periódicos han llegado físicamente a mis manos: y he tenido que sacudirme la arena de encima de la cabeza. Nada grave: en peores bretes me he visto en esta añada literaria. Una vez más, he sido declarado enemigo de la patria: en esta ocasión por haber llamado «bandidos» a los calabreses.
Las cosas han sucedido del modo siguiente: este verano realicé un viaje por las playas italianas, desde Ventimiglia a Trieste, por encargo de la revista Successo, donde publiqué mis impresiones en tres entregas. Un breve Reisebilder1 estenografiado: en el que no fui más allá de lo superficial. Entre otras playas, visité las de Calabria: formidables en el litoral tirreno, sobre todo hasta Maratea (y así lo dejé escrito: formidables); mágicas en la parte occidental del Jónico (y también esto lo dejé escrito); tremendas en la zona de Cutro. Tremendas no en cuanto que playas, sino en cuanto que lugares pertenecientes a una de las más deprimidas de las zonas deprimidas de Italia. En las páginas de Successo no me era posible abordar el asunto en términos sociológicos, y ni siquiera en términos estrictamente literarios: de aquí que decidiera bromear, lingüísticamente, como hice durante el resto del reportaje.
Al decir que la zona de Cutro fue la que más me impresionó en todo el viaje, dije la verdad: al describirla como zona de «bandidos», usé la palabra: 1) según su étimo; 2) con el significado que esta tiene en los westerns, es decir, en un sentido puramente colorista; 3) con profunda simpatía. Desde niño, siempre he preferido los bandidos a los policías; y, cómo no, también en este caso.

Imagen tomada de sus redes sociales.
Ahora, por desgracia, algunas personas fingen haberse ofendido por mis inocentes palabras: por qué lo fingen, lo ignoro: por razones de estrategia electoral, supongo. En unos tiempos en que los rusos viajan a la Luna, habrán sentido la necesidad de aurolearse con la luz de los defensores de la patria y la tradición. El primero en levantar el estandarte de la sagrada indignación ha sido un honorable democristiano (un La Russa): a continuación, otras personas, quizás con buena fe, se han indignado con él.
Es así como se crean los pretextos, las especulaciones políticas, los rencores teológicos, y es así, quizá, como se arman las manos, además de las bocas. Una ola de indignación contra mí ha recorrido la prensa de actualidad calabresa. En primera plana, a tres columnas, quizás columnitas, las vestales del lugar han lanzado insultos neoclásicos contra mi neorrealista persona. Arremeten contra mi adjetivación: por ejemplo, contra la terna de adjetivos que en mi pensamiento acompaña al Jónico: «extranjero, enemigo, seductor». Admito que, estilísticamente, estos tres adjetivos no son gran cosa, que tienen un eco ron-ron-rondista (era el primer material lingüístico que tenía a mano para expresarme en el, para mí, insólito estilo periodístico): lo admito todo. Pero que, mutilándoles un cuerno («seductor») y reduciéndolos al muñón «enemigo, extranjero», me los arrojen encima acusándome de no sentir la grandeza de la Magna Grecia es demasiado.
Pero tratemos de ver qué hay detrás de todo esto. Con esta leve polémica, los dirigentes democristianos calabreses confirman todo lo malo que de ellos pueda decirse. Por varios motivos: 1) con una maldad digna del peor periodista de Lo Specchio, crean, mediante falsedades, un pretexto; 2) fingen sentir verdadero ardor e indignación a propósito de este falso problema, que no es más que un acto de frío tacticismo político; 3) adoptan como más eficaz argumento retórico la apelación a la tradición, a una tradición muerta y enterrada, puramente arqueológica, exactamente igual que hacían los fascistas con la antigua Roma (quisiera añadir a este respecto que estos días he empezado mi traducción de la Orestíada que Gassman recitará en los teatros griegos del Sur: y tengo en marcha desde hace tiempo una traducción de la Eneida: que vengan a decirme a mí que no amo lo clásico…); 4) eluden los verdaderos problemas, desviando el interés público hacia nimiedades folclóricas y explotando de forma hipócrita la ingenua pasión de los calabreses más sencillos; 5) no están dispuestos a admitir que, en realidad, en Calabria hay «bandidos». Precisemos esta afirmación acerca de los «bandidos».

Primero de todo, en Cutro, digámoslo claro antes de cualquier otra consideración, el cuarenta por ciento de la población carece del derecho de sufragio porque tiene condenas por hurto: dichos hurtos consisten en haber recogido leña en los bosques de la finca del barón Luigi Barracco. Quisiera, pues, saber qué son esta pobre gente sino «bandidos» de la sociedad italiana, que está de parte del barón y sus siervos políticos.
Cierto, el punto de vista histórico de los católicos resulta descorazonador: ven las cosas sub specie aeternitatis, está claro que la Magna Grecia y el Gobierno de Segni pertenecen más o menos a la misma época. Cualquier abuso de la historia es posible ante la metahistoria. No sé si nuestro La Russa se ha percatado al menos de este pequeño problema de método. En cualquier caso, lo cierto es que, además de piedad cristiana, nuestro hombre carece totalmente del sentido histórico sin el cual es imposible vivir como hombres civilizados. Si lo tuviera, sabría que la historia de su Calabria implica necesariamente el bandidaje: por eso desde hace dos milenios esa es una tierra dominada, infragobernada y deprimida. ¿Qué podían producir el paternalismo y la tiranía, desde los bizantinos a los españoles, desde los Borbones a los fascistas, sino una población cuyo carácter social es una mezcla de doloroso atraso y orgulloso espíritu de revuelta? Precisamente por eso es imposible no amarla, no estar de su parte, no oponerse con toda la fuerza del corazón y de la razón a quienes desean perpetuar este estado de cosas, ignorándolas, silenciándolas, mistificándolas.
Justamente estos días se celebra el aniversario —el décimo— de los hechos de Melissa: obra del pueblo.2
Ahí estaba el germen del renacimiento de Calabria y del Sur: los La Russa contribuyeron, servilmente, a una acción, por fortuna vana, destinada a desecarlo. Y ahora se indignan cuando alguien dice la verdad: en Calabria hay miseria, dolor, rabia: se vive en otro nivel cultural: lo he escrito y lo repito. Y todo ello por culpa de las clases dominantes que han ido sucediéndose como torturadores de esta pobre tierra: y a las que hay que añadir la nueva burguesía democristiana, conformista e hipócrita.

Tomada de las redes sociales de la editorial.
En cuanto a mí, de todo puede acusárseme menos de no formar parte del pueblo: mi primera novela, inédita, de 1949, trata de los jornaleros friulanos y del decreto De Gasperi:3 desde entonces sólo he escrito sobre los problemas que atañen a las clases pobres, proletarias y subproletarias. Si tuviera que decir cuál es el poema que más estimo de mi libro Las cenizas de Gramsci, además del que da título al volumen, elegiría sin vacilar «La tierra de trabajo», que trata justamente del Sur y sus míseras y abandonadas poblaciones.
Aparte de eso, ya en 1949, en una colección de poemas incompletos e inéditos que debían titularse Los cantares de Germani Bruno (un joven promotor friulano del diario L’Unitá), escribí, precisamente a propósito de Melissa, los siguientes versos (que no considero buenos, pero sí significativos por cuanto respecta a mis opiniones y mi postura política). A costa de parecer presuntuoso, estimado director, quisiera añadirlos aquí a renglón seguido:
Hay una poesía, en esta Unitá,
tantas palabras en línea como hebras en una gleba,
muchachos, aquel poeta debía de ser tan feliz
cuando lloraba
por los jornaleros calabreses.
Como nosotros en el cazadero de aves,
tranquilos a la espera de los pajaritos
para después, riendo, aplastarles la cabeza,
aquel poeta debía de estar muy tranquilo,
un joven tranquilo como un anciano,
que hablaba como si hablara con espíritus bondadosos,
con muchachos y ancianos medio adormecidos,
que hablaba como si tuviese una boca en el cielo
y una boca en esta tierra,
sus palabras decían…
que el campesino «¡había depositado
la rabia en el fondo del mar!», que
«su sonrisa era como un paisaje
que se escurría en los labios fangosos»…
Pobres muertos de Calabria, ah, maldito
sea quien os ha masacrado,
¿por qué nosotros, muchachos del Véneto,
no poseemos también, quizá, «miembros de diamante»
y «melancolía salvaje»? ¿No estamos
«hendidos por los rayos e impregnados de azul»?
Les dices «Descansa», «Duerme», porque
¡ah, qué dolor, compañeros!, porque
esos muertos vagan por los campos llenos de sol,
dentro del porvenir,
hacia el alba que ya no sabe tocar el Ave…
Les dices, poeta, que tú no quieres
esconderte tras los ojos cerrados,
mira, mira bien,
nosotros somos los muertos todavía vivos
cuando tenían quince años
y la miseria nos impele también a nosotros, a nuestro
canto, como el de esos pobres mudos, allá abajo…

Notas
1. Reisebilder: Imágenes de viaje, en alemán.
2. La masacre de Melissa (1949) fue una revuelta con la que los campesinos calabreses exigieron el reparto de las tierras incultas de los grandes latifundistas. Tres de los manifestantes murieron por disparos de la policía. (N. del T.)
3. En 1946, el presidente del Consejo de Ministros Alcide De Gasperi presentó una proposición de ley destinada a que los grandes terratenientes compensaran a los campesinos por los daños sufridos durante la Segunda Guerra Mundial (N. del T.)
La imagen de portada fue tomada del sitio de promoción turística Calabria Straordinaria.