La lingüística mexicana a 500 años de la caída de Tenochtitlán

por Mauro Mendoza

A primera vista los elementos que se relacionan en el título de este texto deberían motivar la desconfianza. ¿Qué relación puede haber entre una disciplina fundada a principios del siglo XX en Europa y la toma de la ciudad de México-Tenochtitlán por parte de los ejércitos indígenas y sus aliados españoles? Un clickbait seguro, pensarán algunos, y nada más. Me parece, sin embargo, que, bien pensado, existe un vínculo entre el estatus de la lingüística mexicana el día de hoy y, por lo menos, el tratamiento que se le ha dado a la narración canónica sobre la llamada ‘conquista de México’, un evento que en realidad describe la derrota de los mexicas, uno de muchos grupos nahuas asentados en el centro del valle de México y que sin duda es un parteaguas para las campañas de conquista del resto del actual territorio mexicano.1

Esta narración, elaborada en la época del criollismo a finales del siglo XVIII, asumida por el Estado mexicano desde la independencia y oficializada en los programas de estudio de educación básica por el Estado postrevolucionario, sitúa en ese momento el nacimiento del Geist nacional: cualquier cosa que signifique ser mexicano fue insuflada en la carne de indígenas y españoles por el demiurgo de la historia para la elaboración de una “cultura híbrida” justo en el momento en que tlaxcaltecas, tetzcocas, españoles y otros grupos pusieron el pie en la ciudad derrotada el 13 de agosto de 1521. Además, esta narración privilegia el punto de vista castellano de los hechos: pienso así que, por ejemplo, la ciudad conquistada se nos describe siempre desde los ojos asombrados de los europeos que, como dicta el lugar común, la comparaban con las maravillas de los libros de caballerías que habrían escuchado en su terruño. Así, aunque se reconoce una veta americana de ese Geist, el punto de partida es el español, y el punto de arribo es lo que de españoles nos queda en nuestra identidad, moldeada poco a poco por la interacción con comunidades pertenecientes a otra tradición cultural que son reducidas a donantes de algunas curiosidades americanas. A ello hay que añadir que para que esta narración funcione se necesita de una serie de mitos que le dan orden a la misma.2

Malinche interpreta para los españoles cuando Montezuma se encuentra con Cortés. Pigmento / tinta sobre papel ca. 1570-1585. Libro 12, Cap. 18 del Códice Florentino, Historia general de las cosas de Nueva España, Bernardino de Sahagún et al. Cortesía de la Colección Latinoamericana de Nettie Lee Benson, Bibliotecas de la Universidad de Texas, Universidad de Texas, Austin.

Esta idea proviene de la propuesta que desarrolla Matthew Restall en su reciente obra, Cuando Moctezuma conoció a Cortés. Me parece que podemos establecer un parangón entre esta narración y la propia disciplina lingüística, pues, así como la primera está plagada de estos mitos incuestionables que guían el entendimiento del hecho histórico, la lingüística (por lo menos en su vertiente hispanista) ha establecido también una serie de mitos que acomodan su propia explicación de la realidad. En ambos casos la visión es siempre colonial, pues se encarga de dar sustento a la dinámica de sometimiento que se originó tras este conflicto histórico. Es también colonial porque elimina buena parte de la agencia de las comunidades no europeas.

Así, para poner un ejemplo de estos mitos históricos, podemos recordar que es bastante conocida la supuesta rendición del tla’tōani Motecuzoma ante la aparente divinidad de Cortés y su diminuta fuerza de ocupación. En esta perspectiva, los motivos del tla’tōani se comprenden sólo desde la visión castellana, lo que ensombrece desde las características retóricas de su supuesto discurso de rendición (elaborado en pilla’tōlli, una variedad del náhuatl central empleada por los nobles y caracterizada por su ceremoniosidad) hasta el de sus intereses y praxis política, que a los ojos de los europeos debió ser absolutamente incomprensible.

Un grupo de mitos similares parece rodear la disciplina lingüística. Quizás el más evidente se encuentra en una idea que se lee por aquí y por allá sobre cómo la lengua española dio unidad lingüística a la entonces caótica Babel americana. Por supuesto que este mito no soporta el más mínimo análisis lingüístico, pues sabemos que la norma en las comunidades humanas no es el monolingüismo. Esto es evidente en la misma Europa, pues en un espacio mucho más reducido que el actual territorio mexicano existe una gran diversidad de lenguas que pueden o no estar emparentadas entre sí y que nunca ha supuesto un problema para la intercomunicación. De esta forma, acaso los lingüistas españoles (y también alguno que otro mexicano) buscan limpiarse la posible culpa que ni siquiera les corresponde, porque la imposición del español —que ha sido un proceso largo acompañado de discriminación en contra de los hablantes de lenguas originarias— es consecuencia de las políticas del Estado mexicano. Creo que con la justificación lo único que demuestran es su desprecio a la diversidad lingüística.

El Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali) fue creado en 2003 con la misión de promover “el ejercicio pleno de los derechos lingüísticos [y] el desarrollo de las lenguas indígenas nacionales”.

En realidad, ese mito parece inocente como consecuencia de su simplicidad. Otros, sin embargo, son más peligrosos porque habitan en los espacios académicos, y se introducen en los planes de estudio que forman a las generaciones que en un futuro volverán a contar una y otra vez la misma historia. Pienso sobre todo en el mito de la impermeabilidad del español ante el contacto con lenguas originarias. Permítanme resumir: según los estudiosos más reconocidos, la influencia de las lenguas americanas en el español mexicano se encuentra reducida a un grupo de palabras y expresiones que dotan de un color particular a las variedades de español que se hablan en el país, pero la parte nuclear de la gramática (la morfología y la sintaxis del español) ha permanecido ajena a este proceso.3 Desconozco dónde se origina el tópico, pero podemos encontrarlo con sustento académico en la obra de Juan Miguel Lope Blanch, el fundador de la escuela de filología hispánica mexicana. Según el autor, la influencia de las lenguas indígenas en el español es reducida incluso en su léxico, lo que lo lleva a concluir que el español ha mantenido sus tendencias evolutivas propias al margen del contacto con lenguas como las nahuas, las zapotecas y un gran etcétera.4

Este mito opera en conjunto con su opuesto: las lenguas indígenas han incorporado a su sistema elementos estructurales del español. Así, por ejemplo, se reconoce sin ambages la presencia de preposiciones españolas en lenguas americanas, así como de otras categorías que son propias de la gramática del español. Este tópico se encuentra presente tanto en los estudios hispánicos como en los estudios de corte antropológico, y ciertamente se sustenta en un hecho innegable; es decir, la influencia del español se ha dejado sentir en la estructura de muchas lenguas originarias, siempre en diferentes formas y profundidades.5 Sin embargo, su papel como mito, sustentado en el trabajo académico serio, ayuda a sostener la idea de que mientras que las lenguas de los colonizados han sido incapaces de frenar el influjo asimilador de la lengua del conquistador, ésta ha mantenido su pureza, incluso cuando se permite el lujo de que sus hablantes doten de alguna característica regional a un sistema que, por otra parte, se piensa como general para Hispanoamérica, postura ad hoc con el propio programa de mantenimiento de unidad lingüística desarrollado por las academias de la lengua con fines económicos.6

No podemos culpar a Lope Blanch por las conclusiones a las que llegó en su momento. Éstas se encuentran sustentadas en su propio programa académico, en el que se interesaba por entender las particularidades lingüísticas de lo que llamó Habla culta de la Ciudad de México. Este constructo nos remite a una variedad urbana de grupos socioeconómicos que habían sido instruidos en la norma estándar del español mexicano, que considera como referencia a la propia norma castellana. Es claro que en esta variedad es difícil aprehender algún fenómeno de contacto. Sin embargo, a lo largo del tiempo, estas afirmaciones no han sido puestas en duda, y se han convertido en una verdad repetida en foros académicos que parten probablemente de la misma premisa: en el siglo XXI el español de la Ciudad de México no muestra ninguna influencia de alguna lengua originaria. Incluso ahora, cercanos como estamos al quincentenario de ese supuesto momento fundacional, conferencias en centros como el Colegio Nacional nos repiten que la influencia de las lenguas indígenas está limitada a estos niveles superficiales y reciclables de la lengua.

Lope Blanch (1927, Madrid-2002, Ciudad de México) utilizó el término de “prestigio lingüístico” para jerarquizar las lenguas de acuerdo con la autoridad y la fuerza expansiva de cualquier norma idiomática.

Creo, sin embargo, que así como nos cuestionamos la narración de ese proceso que ha sido llamado ‘conquista’, es necesario que nos preguntemos si es verdad que el español mexicano no tiene influencias más profundas de las lenguas junto a las que se ha hablado durante los últimos 500 años, y entre las cuales ha sido minoritaria la mayor parte del tiempo. Me parece que la respuesta tendría que ser positiva: a lo largo de la historia parecen haber existido variedades de español mucho más influenciadas por lenguas como el náhuatl. Las pruebas son documentales: acercarse al Archivo General de la Nación (y a archivos locales), por ejemplo, nos permite identificar una serie de documentos que muestran la influencia de estas lenguas en la morfología y sintaxis de esta variedad de español.7 Por desgracia, el trabajo de archivo no es caro a los lingüistas mexicanos (con honrosas excepciones). Sin duda esta variedad ha desaparecido de las zonas circundantes a la Ciudad, lo que no significa que históricamente no haya existido. Reconocerlo nos permitirá dar entrada a la influencia activa de las comunidades indígenas que, entre sus recursos lingüísticos, incluyeron la lengua de los españoles (seguramente con fines administrativos y comerciales). Rastrear su desaparición nos permitiría también clarificar ese proceso que románticamente ha sido llamado “patrimonialización” y que entraña una serie de relaciones políticas desiguales impuestas, sobre todo, por el Estado mexicano tras la independencia y profundizadas por el sistema de educación básica posterior a la revolución.

Además, la influencia de las lenguas indígenas se siente en nuestra interacción cotidiana tan normalizada que se nos ha escapado de las manos, o se ha mitificado para ensombrecerla. Pienso, por ejemplo, que se dice que el uso excesivo de los diminutivos del español mexicano es una calca del uso del afijo –tzin del náhuatl, empleado en ciertos contextos honoríficos.8 Me parece que este rasgo ha sido sobrevalorado, y es necesario un estudio que compare si es verdad que el español mexicano abusa de los diminutivos. Cabría preguntarse también si en náhuatl esta estrategia es la más usada para mostrar respeto a los interlocutores. Creo que la respuesta a esto tendría que ser negativa. En realidad, es en la morfología verbal y en la reelaboración de un mismo evento donde podemos encontrar las características más respetuosas de la lengua, cosa que es muy similar a nuestros grandes circunloquios que elaboramos al pedir un kilo de tortillas. Creo que, como han apuntado apenas algunos lingüistas, deberemos ir reconociendo las características discursivas del área lingüística mesoamericana; probablemente encontraremos que muchas de ellas son empleadas en nuestros discursos en español, una lengua con rasgos mesoamericanos no por haber sido influida por ellas, sino porque ha sido empleada por estas comunidades como otro recurso lingüístico más a su disposición.

Ante esto, me parece necesario cambiar nuestra perspectiva al acercarnos a esta cuestión. Por una parte, es necesario que quienes pretenden hacer un estudio respecto a la influencia de las lenguas amerindias en el español conozcan los sistemas que se encuentran en contacto para valorar la información desde ambas perspectivas;9 esto implica también abandonar como único criterio el español urbano de la Ciudad de México, que no puede ser representativo en esta situación. Implica también abandonar la idea de la influencia pasiva de las lenguas indígenas en el español local. En realidad, la dinámica del contacto implica el uso lingüístico, y la decisión de emplear una forma por sobre otra es consecuencia de las características de la interacción al interior de las comunidades. Nuestro foco, por lo tanto, debe ser la comunidad y no la lengua.

La diglosia, según Ferguson, es una situación lingüística de dos lenguas en contacto donde una de ellas está en desventaja frente a la otra. Se detecta de acuerdo
con ciertos elementos, como la función, el prestigio, la herencia literaria, la forma de adquisición, la estandarización y la estabilidad.
Ilustración de Brenda Araceli Romero Amaya para la publicación La Guerra de Castas y la Cruz Parlante, de María Guadalupe Flores Rodríguez, tomada del INPI.

De igual forma, es necesario que demos espacio en los programas de estudio a la historia del español en América. Por desgracia, el apenas revisado programa de la licenciatura en lengua y literaturas hispánicas de la UNAM (que actualmente no ha sido aprobado por la estructura burocrática de la universidad), de donde egresa la mayor parte de gente que se dedicará a reflexionar sobre este tema, ha dejado de lado el problema para centrarse en el estudio de la historia fonológica de la lengua hasta el Siglo de Oro, mientras que abandona a una posible optativa la reflexión histórica del desarrollo del español en nuestro continente. Ante la necesidad de repensar nuestra realidad lingüística, la academia ha respondido con una visión tradicional que no contribuye en nada a nuestro conocimiento. Además, sin la crítica a los mitos, estos se mantienen defendidos por los criterios de autoridad que siguen guiando al estudio filológico.

Así, a 500 años de la caída de Tenochtitlán, la lingüística mexicana tiene una deuda histórica para explicar el desarrollo de nuestra realidad lingüística contemporánea, así como con la mayoría de hablantes del país que tienen por lengua materna o una lengua originaria o una variedad no normativa del español. Esta deuda, además, es consecuencia de una academia centrada en la visión hispánica del proceso histórico de “mestizaje” o “patrimonialización”. Un cambio de perspectiva nos permitirá no sólo observar que la supuesta hibridación es consecuencia de una serie de relaciones sociales en constante conflicto en las que la lengua jugó un papel crucial dentro de estas comunidades no europeas, sino también que las relaciones e influencias entre los sistemas lingüísticos empleados en el país no son tan simples como se nos ha contado.

«Mazahuacholoskatopunk es una discusión social sobre cómo están entendiendo «lo indígena» las personas de los pueblos originarios, algo que definitivamente no está resuelto en los países que fueron colonizados y donde se callaron las voces de los nativos, como ocurrió en México». Federico Gama, 2018.

Notas:

1. La conquista del actual territorio mexicano nunca estuvo en realidad completa. La resistencia indígena ha sido calificada de “rebelión”, pero esto supone un control irreal del territorio por parte de los españoles. Puede revisarse la reciente obra de Enrique Semo La conquista. Catástrofe de los pueblos originarios.

2. Bibliografía especializada sobre este evento sobra. Recomendamos a los lectores interesados en ello la obra ¿Quién conquistó México?, de Federico Navarrete. Sobre la continuidad de la tradición mesoamericana posterior al 13 de agosto de 1521, puede revisarse la serie de ensayos reunidos en Cosmovisión mesoamericana. Reflexiones, polémicas y etnografías, coordinada por Alejandra Gámez y Alfredo López Austin.

3. En otras tradiciones lingüísticas, como la peruana o la paraguaya, ha sido reconocida la influencia de las lenguas andinas y amazónicas en la conformación de las variedades locales. Una revisión muy general al respecto se puede encontrar en el artículo “Español en contacto con otras lenguas: variación y cambio lingüístico”, de Azucena Palacios.

4. Justo es decir que, en el artículo “Sobre la influencia del maya en el español de Yucatán”, de 1982, el autor reconoce en el español yucateco la única variedad lingüística de español hablado en el territorio mexicano que ha sufrido una fuerte influencia de alguna lengua mesoamericana; también resume su postura en torno a la influencia de las lenguas mesoamericanas en el español mexicano.

5. La dinámica bilingüe en las comunidades que se reclaman originarias es bastante compleja y no puede simplificarse a la llana influencia del español en los otros sistemas empleados. Un análisis incomparable por su profundidad para entender esta dinámica lo elaboraron Jane Hill y Kenneth Hill en su clásico Hablando mexicano. Otro trabajo que se puede consultar es el de Flores Farfán, Cuatreros somos y toindioma hablamos, sobre las comunidades bilingües en la zona del Balsas en Guerrero.

6. José del Valle ha analizado con claridad las consecuencias ideológicas y políticas del programa lingüístico de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) y los miembros que la integran. Remitimos a su trabajo para profundizar al respecto.

7. Para más detalles, puede revisarse mi artículo “Voces indígenas en letras españolas”.

8. Desconozco también el origen de este tópico, pero se lo puede observar ya en el artículo “Posible influencia del náhuatl en el uso y abuso del diminutivo en el español de México”, de Ignacio Garibi, fechado en 1951. En general este rasgo ha sido aceptado como una posible influencia del náhuatl en el español mexicano.

9. Este programa ha sido ya enunciado recientemente por Alonso Guerrero y Marcela San Giacomo en su artículo “El llamado español indígena en el contexto del bilingüismo”.

***
Mauro Mendoza ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras en un lejano 2006 para estudiar letras hispánicas convencido de que tendría un papel en la literatura nacional, como todo adolescente. Cejó sus intentos gracias a su profesora del taller de redacción del primer semestre (quien lo regañó por su excesivo uso de oraciones relativas) y poco a poco abandonó las preocupaciones literarias que lo atribulaban para abrazar el ordenado mundo de la lingüística. Desde entonces se interesa por la historia del español, particularmente la del contacto entre ésta y las lenguas mesoamericanas, así como por la filología nahua y la sintaxis y semántica de esta lengua en su variante colonial. Contrario a su vocación antimonárquica, ha recibido junto a un grupo de investigadores el premio RAE 2015 por el rescate documental de textos para elaborar la historia del español en el país, mismo que presume cuando le es posible. Cada que la burocracia se lo ha permitido, ha impartido clases en la Facultad de Filosofía y Letras, donde se ha encargado de pasar a los alumnos rezagados de la materia de filología hispánica. Actualmente imparte la materia de náhuatl en la licenciatura en antropología de la Universidad Nacional y se pelea con una tesis doctoral en la que estudia un aspecto del náhuatl colonial. Cuando la termine, dice, abandonará la academia para vivir de pescar en Zipolite. Sobra decir que este deseo nació de su paso por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde cursó sin pena ni gloria la licenciatura en lingüística. Para revisar su sosegada vida, se le puede seguir en Instagram como @amauros87.

Imagen principal: detalle del Frontispicio del Códice Mendoza, Virreinato de Nueva España, c. 1541-1542, pigmento sobre papel. ©Bibliotecas Bodleian, Universidad de Oxford.

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