por Andrea P. Barrera Arrazola
En 1988, el establecimiento del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés) dio pie al reconocimiento del cambio climático antropogénico. Desde entonces, las condiciones ambientales, como la gran cantidad de residuos plásticos, la contaminación de ríos, aire y suelo, el fenómeno de isla de calor que afecta a las grandes ciudades, el número creciente de incendios, la extinción acelerada de especies, la pérdida de glaciares, entre otros fenómenos, han ido empeorando en el mundo, sin que aparentemente exista solución.
Durante 2021, en México, se han reportado sequías generalizadas, con una afectación de 87.5% del territorio, lo que se traduce en una disminución de capacidad en las presas. Por ejemplo, según la Comisión Nacional del Agua (Conagua), el caudal del Cutzamala se encuentra cerca de 30% por debajo de la media histórica del periodo entre 1996 y 2020. Eso hace que menos agua proveniente de una de sus principales fuentes de abastecimiento llegue a la capital mexicana.
Lo anterior provoca que los ciudadanos nos preguntemos qué podemos hacer: ¿habrá acciones o cambios en nuestra rutina o en nuestras decisiones de consumo que puedan mitigar lo que está pasando a nuestro alrededor?
Las soluciones inmediatas que hemos optado por realizar van desde usar un cilindro en lugar de comprar botellas de agua, bañarnos en cinco minutos y utilizar bolsas reusables para las compras hasta truequear nuestros objetos antiguos pero todavía útiles para darles una segunda vida.

No obstante lo anterior, muchas veces estas acciones no tienen el impacto que uno desearía para reparar o frenar el daño ambiental. De acuerdo con un informe de Carbon Disclosure Project, titulado The Carbon Majors Database, desde 1988 sólo 100 compañías productoras de combustibles fósiles alrededor del mundo son las responsables del 71% de las emisiones en el planeta de los llamados gases de efecto invernadero (GEI) —principalmente dióxido de carbono y metano—. Entre las empresas señaladas, se encuentra Petróleos Mexicanos (Pemex).
En el caso del uso del agua, la situación no dista mucho de lo que sucede con los GEI. En el estudio de Wilfrido Gómez y Andrea Moctezuma Los millonarios del agua: una aproximación al acaparamiento del agua en México, se muestra la realidad de las concesiones otorgadas por la Conagua. Tomando como marco de referencia la Ley nacional de aguas de 1992, con datos obtenidos del Registro Público de Derechos de Agua (Repda) y a través del análisis de información mediante la ciencia de datos, los estudiosos encontraron que 3 mil 304 millonarios del agua tienen concesionado un volumen de 13 mil 208 hm³/año del líquido, que equivalen al 22.3% de todo lo concesionado en el país.
Es decir que 1.1% de los usuarios explota más de una quinta parte del recurso hídrico nacional. El grupo comprende 966 empresas tanto de energía eléctrica como cerveceras, acereras, agroindustrias, mineras, papeleras, automotrices y embotelladoras, entre otros giros.
Todo esto deja ver que quienes realmente tienen que cambiar sus prácticas para disminuir el daño ambiental son las grandes industrias.

Ante la necesidad imperante que estas compañías encaran para limpiar su imagen, dadas las irrefutables pruebas de su responsabilidad frente a la crisis climática y ambiental, muchas recurren al llamado greenwashing.
En el libro Understanding and Preventing Greenwash: A Business Guide, se resalta que si una compañía aparenta que lleva a cabo más acciones en pro del ambiente de las que realmente está realizando, entonces incurre en greenwashing.
Además, Hallama, Montló, Rofas y Ciutat (2011) identifican como greenwashing el uso, desde un organismo, de una ampliación selectiva de la información medioambiental positiva, lo cual produce una imagen distorsionada y tendenciosa en favor de los aspectos “verdes” interpretados como positivos por los consumidores.

El diccionario de Oxford lo define como las actividades de una empresa u organización que tienen como objetivo que la gente piense que está preocupada por el medio ambiente, incluso si su negocio daña a este último. Asimismo, registra como usos indistintos las voces greenwash y greenwashing.
Esta manipulación informativa no sólo busca lavar la imagen de una empresa, sino que se aprovecha del creciente interés de los consumidores en comprar productos que, en su proceso de producción y obtención de materias primas, tengan menor impacto ambiental y que, además, sean socialmente responsables.
Según Robertson & Nicholson (1996), citados por Babinksi, si en sus informes de responsabilidad social corporativa las empresas sólo comparten sus visiones y objetivos corporativos sin datos significativos sobre medidas y acciones concretas, podríamos estar ante ejercicios de retórica general o greenwashing.

La dinámica consiste, pues, en seguir manufacturando y vendiendo productos u ofreciendo servicios que se etiquetan como verdes, amigables con el medio ambiente, orgánicos, reciclables, reusables, veganos y un sinfín de adjetivos que convenzan a los consumidores de que no tienen impacto ambiental o de que al menos es mucho menor que el de los convencionales.
También se trata de colgarse el eslogan de la responsabilidad social tanto con sus trabajadores como con las comunidades de los países donde las empresas operan. De tal suerte, el greenwashing engloba a las compañías que venden promesas verdes incumplidas a través de sus estrategias de publicidad y mercadotecnia.
Para el consumidor es difícil discernir entre esta manipulación diseñada y los esfuerzos reales de las organizaciones rumbo a una mayor sustentabilidad.

En este sentido, se recomienda no dejarse llevar por empaques verdes, palabras como eco, natural u orgánico; buscar si las certificaciones de las que presumen los productos son válidas; tomar en cuenta si la organización tiene un historial de desastres que atenta contra el ambiente o ejerce la injusticia laboral; prestar atención también a los procesos de producción y de obtención de materias primas de los productos; y, claro, acercarse siempre a ese amigx o conocidx ambientólogx que pueda sacar de dudas.
Finalmente, no se pretende desincentivar prácticas individuales en pro del ambiente; después de todo, la presión y la acción que éstas generan en el colectivo representan cambios en el paradigma actual.
Referencias:
Greenomics. (2015). Proven beyond doubt, APRIL continues to clear legally-established HCVF áreas.
Griffin, P. (2017). The carbon majors database.
Horiuchi, R. y Schuchard, R. (2009). Understanding and preventing Greenwash a business guide.

***
Andrea P. Barrera Arrazola
Estudió ciencias de la Tierra en la UNAM. Realiza divulgación de la ciencia y ha enfocado gran parte de su trabajo en proyectos donde se busca cambiar la relación que se tiene con el agua a través de la captación de agua de lluvia. Se formó como líder climática en el movimiento The Climate Reality Project. Disfruta recorrer la ciudad en bicicleta y observar las estrellas fuera de ella.
Instagram: @andreapam.arrazola
Imagen principal: vista satelital de la mina de oro más grande del mundo en Yanacocha, Perú. Las operaciones mineras en Yanacocha se han expandido continuamente desde 1993. En esta imagen Landsat en falso color se muestra la expansión de la minería a cielo abierto en diferentes tonos de rosa. El verde es la vegetación, y las áreas agrícolas cercanas a la ciudad de Cajamarca se muestran en tonos rosa brillante y púrpura. Tomada del United States Geology Service.