por Antonio Rubio Reyes
Érase una vez un joven actor que se llamaba Walter Mercado. El muchacho era carita, tenía buen verbo y sabía improvisar. Un día le dijeron a Walter: “Oye, pues aviéntate en cinco minutos un horóscopo”. Y Walter se aventó. Sabía que más que leer las estrellas debía improvisar a las estrellas. Así nació el adivino más famoso de la televisión. Así construyó su personaje y performance. Eso busca retratar Mucho mucho amor: la leyenda de Walter Mercado, documental dirigido por Cristina Costantini y Kareem Tabsch y estrenado en Netflix a finales del 2020.
Como él mismo menciona, Walter Mercado es Dorian Gray. Su persona envejece tras bambalinas, toma sus vitaminas, le da galletas a Runo, su perrito, enferma, sufre caídas. Pero, aun desde la cama, con una costilla fracturada, Walter Mercado representa su personaje, el que nunca envejece. Eso es compromiso. Un compromiso actoral profundo con la propia creación donde la frontera de la vida misma desaparece en favor del personaje. Al final de la película, esta creación explica la esencia misma de su performance: Walter Mercado no tiene principio ni final.
La narrativa de Mucho mucho amor está más orientada hacia las historias legendarias donde el decir de la gente es más poderoso que el acontecimiento biográfico. El compromiso performativo de Walter Mercado es una puesta en escena sobre una leyenda espiritual. En los primeros minutos del documental Walter inventa su infancia: una suerte de niño Fidencio que cumplía milagros y curaba a la gente y a los pájaros.
Esa experiencia “mística” expone una crisis de fe, una necesidad de creer en las personas, que Walter intenta compensar con esa mezcla extraña de varias religiones y discursos de superación personal que habitan su personaje. Como tal, es una experiencia que desestabiliza al espectador no por la verdad misma sino por lo efectivo de la puesta en escena: al personaje le acompañan escenarios astrales, vestimentas de una elegante extravagancia y una actuación como de recital lírico.

También la comunidad forma parte de este acto performativo. Walter Mercado fue un fenómeno mediático irrepetible y creo que esto se debe al compromiso actoral que hizo de este personaje el último místico de nuestra cultura popular. Por ello, la biografía se reduce a un papel secundario. Protagonizan más los elementos que construyen este performance: las palabras del místico, su posición mediática, sus escándalos. También creo que Mucho mucho amor rinde homenaje al actor que es Walter, ya que permite que él interprete por última vez a su personaje para las pantallas.
Hay una escena en el documental donde Walter habla de su pasado como actor: tantas historias, tantos aplausos. Es un momento precioso. El poderoso adivino de las estrellas recita unos famosos versos del “Romance de la luna luna”, de García Lorca: “Mueve la luna sus brazos/ y enseña, lúbrica y pura/ sus senos de duro estaño”. Walter Mercado aplaude mientras sus sobrinas le ayudan a caminar para abandonar el proscenio. Toda su vida ha sido esta representación y ese aplauso en un teatro vacío.
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Antonio Rubio Reyes (Ciudad Juárez, 1994). Maestro en estudios literarios por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ). Escribió el poemario Blu (Anverso, 2019). Junto con Amalia Rodríguez y Urani Montiel, recibió el premio de crítica literaria Guillermo Rousset Banda por Cartografía literaria de Ciudad Juárez (Eón, 2019).
Instagram: @árbol_derribado
Imágenes de portada e interiores: material promocional de la película Mucho mucho amor: La leyenda de Walter Mercado.