por César Albatros
En memoria de Rodolfo Huvy Cruz Juárez
Para Ricardo Salinas Pliego
Desde hace tiempo estaba en deuda con uno de los proyectos editoriales más arriesgados y necesarios del panorama literario mexicano, me refiero a la colección Archivo negro de la poesía mexicana de Malpaís Ediciones, cuya primera serie fue presentada en 2014, mientras que la segunda vio la luz en 2018. Los esfuerzos de esta maravillosa iniciativa se centran en retomar aquellas poéticas que fueron olvidadas, denostadas o abiertamente proscritas de la historia literaria nacional.
La aparición de este “canon de los raros”, como ha dado en llamarlo algún comentarista, ha supuesto una voz disidente frente a la tradición, un intento por descentralizar, enriquecer y ampliar la visión que hasta ahora hemos tenido de la poesía mexicana del siglo XX; no obstante, es muy alto el riesgo de que una propuesta así de intrépida vuelva a caer en el cajón de la desmemoria, sobre todo porque se encuentra afincada en una república de letras que tiende a la amnesia selectiva.
Por tales razones fue que, durante esta cuarentena, me he dedicado a leer y repasar dicha colección con no pocas sorpresas y más de un sobresalto debido al pasmo que me produjo no haber tenido en consideración a estos autores desde antes. Más aún, su lectura me llevó a pensar que nuevos comentarios, anotaciones y reflexiones debían surgir de ellos, so pena de incurrir en los mismos delitos de los lectores de poesía que nos precedieron, es decir, el mutismo, la omisión, el desconocimiento. Así que, decidido a comerme toda la vergüenza por ignorar a gran parte de estos poetas, me propuse hacer algunos comentarios de sus obras. En primer lugar, me surgió el deseo de hablar sobre Sangre roja: versos libertarios, de Carlos Gutiérrez Cruz.
No es de mi interés reseñar la obra (dado que otros ya lo han hecho), ni introducir críticamente en ella al lector (para tales fines, quien así lo desee puede remitirse a la excelente introducción de Malpaís), tampoco me corresponde hablar sobre las diversas polémicas en las que se vio envuelto Gutiérrez Cruz durante su corta vida (con los estridentistas, con Salvador Novo y hasta con el vanguardista ruso Mayakovski). Lo que sí me interesa es, primero, hacer un breve comentario en torno a la tan cuestionada calidad literaria del poeta jalisciense y, después, poner el ojo en el que quizás sea el aspecto más demonizado y censurado de su poesía: la llamada a la violencia revolucionaria. Abordo ambas dimensiones porque son las que más denuestos han merecido y sería necesario revisitarlas para que el lector actual compruebe su pertinencia o la falta de ella.

En relación con la valoración estética respecto de la poesía de Carlos Gutiérrez Cruz, afirmo desde ahora que comparto muchas de las aseveraciones dirigidas a su trabajo. Por ejemplo, que no se trata de una poesía virtuosa o que su autor es “un abandonado de las Musas”. Esto podría sonar drástico al hablar sobre alguien con quien se simpatiza y al cual uno espera ganarle adeptos. Sin embargo, sostengo tal juicio por dos cosas. Primero, porque es lo que el propio autor expresa de su quehacer poético:
No hay musas,
hay sentido musical,
sentido de justicia
y amor a la humanidad.
Y en segundo lugar lo digo porque, si bien esas palabras han sido lanzadas por sus detractores, creo que en ellas hallamos su credo poético; a saber, la diafanidad en la expresión, la sobriedad y sencillez que deja de lado la poetización divinizada para proferir:
Canciones más humanas,
más galanas
en verdad,
porque las canciones vanas
son pompas de jabón, bellas de ociosidad.
A Gutiérrez Cruz simplemente no le preocupaba crear poemas preciosistas ni engolarse con malabares poéticos, a los cuales consideraba propios de un estéril arte burgués que carece de utilidad:
verso fútil
musicado para divertir
y vivo con la única misión
de nacer y morir
sin el florecimiento de una realización.
En cambio, su objetivo consistía en llamar a la praxis revolucionaria a través de la poesía, así fuera completando versos por medio de rimas fáciles y pegadizas al alcance del populacho. Además, como bien ha mencionado el crítico e investigador Jorge Aguilera López en el prólogo a la edición de Malpaís, nos encontramos ante “un tipo de poesía que estima más relevante el mensaje que la forma”, pues el autor “entendió las necesidades prácticas que su orientación ideológica le marcaba, y escribió en consecuencia”. Juzgue el lector como buena o mala, como necesaria o desechable su poesía, pero lo que no puede ponerse en tela de juicio es la consecución escrituraria del autor con sus ideales.
Ahora bien, hay un aspecto de su trabajo poético, su abierto llamado a la sedición, que fue ampliamente vituperado y hasta proscrito. En primer lugar, mediante las invectivas del tipo: “No convenceréis al obrero de que sois buen poeta, ni al campesino, gritándole con asonantes que asesine al patrón o que siga el marxismo”, proferidas por Salvador Novo. Pero también, a través de la “prohibición” oficial de sus opiniones políticas trasvasadas a la poesía. Muestra de ello se puso de manifiesto cuando Diego Rivera incluyó una estrofa de Gutiérrez Cruz en uno de los murales de la Secretaría de Educación, frente a lo cual el titular de dicha dependencia, José Vasconcelos, presionó para que fuera retirada hasta que tal hecho ocurrió. Los malogrados versos del poema “Al minero” rezaban una arenga a todas luces subversiva:
Compañero minero,
doblado por el peso de la tierra, tu mano yerra
cuando saca metal para el dinero.
Haz puñales
con todos los metales,
y así,
verás que los metales
después son para ti.

En Sangre roja, publicado en 1924, amén de los versos dedicados “Al minero”, son múltiples los llamados al ajusticiamiento revolucionario; para decirlo sin ambages, incitan al asesinato y la violencia. Dentro del libro, el tópico de los ataques contra los amos, dueños y patrones aumenta gradualmente. Al inicio se da en un terreno puramente metafórico, cuando el poeta establece una suerte de preceptiva sobre la escritura revolucionaria en la que los versos y las ideas ahorcarán simbólicamente a los amos:
La canción tumultuaria y roja,
el verso acometivo como un toro
y la idea brillante y fuerte que despoja
ahorcando a los “señores” como una soga de oro.
Pero la voz poética no tardará en recrudecer sus imágenes por medio de una instigación más enérgica. En el poema “El hachón de oriente”, Gutiérrez Cruz poetiza a los “campesinos blancos” abrasados por el sol. De manera metafórica, sugiere que el elemento solar que emana su luz desde el oriente (la Revolución rusa) calcinará a los labriegos de cuño conservador que se hallen serviles a los designios del patrón:
El hachón portentoso del oriente
fulguró sobre el campo de labor;
los campesinos blancos ardieron de repente
y el maizal se quemó.
No obstante, el ambiente incendiario no se detendrá ahí. En las siguientes estrofas la voz poética le sugiere a los campesinos que sigan los pasos del astro subversivo, sólo a condición de lo cual podrán intercambiar papeles con sus verdugos. En el momento en que sean “consonantes”, “armonicen” y “lleven el espíritu del sol”, el patrón y su residencia se volverán objetos endebles, susceptibles de ser vulnerados; e incluso el pasaje bíblico de Caín y Abel podrá trocarse, hasta el punto de que la víctima histórica ajusticiará a su asesino:
El día que lleves el espíritu como el sol,
el día que armonices con él,
serán el patrón cual un muñeco de cartón
y su casa cual una casa de papel.
Campesinos, sed consonantes con el sol
y veréis que Caín muere a manos de Abel.
Éste es el punto de máxima furia poética, en donde el llamado a ajustar cuentas lleva al explícito derramamiento de sangre. Cabe destacar que el exhorto a asaltar la casa del terrateniente no se da sólo en los versos anteriores, sino que más adelante incurre en la misma instigación:
mas si es pobre tu fuerza para vencer su encono,
prende fuego a la casa del patrono
y ya verás que entonces se ilumina el potrero,
y verás que las llamas son el mejor abono,
compañero.
Prender la casa del amo, atentar contra su propiedad (sea con él adentro o no) es un acto de violencia simbólica que supone atacarlo en su comodidad, en su placentera forma de vida; asimismo, la llanura pasada por fuego implica la renovación del ciclo agrícola, la fertilización de los pastos para una futura cosecha: el nacimiento de una nueva vida después del incendio.

Para finalizar esta exposición sobre los rasgos violentos en el poemario Sangre roja, quisiera hacer notar que este mundo poético contiene más aspectos agrarios que industriales: montañas, matorrales, sembradíos, jacales, campesinos, maizales y jornaleros completan su paisaje. Incluso las formas de ajusticiar a los patrones son características del mundo rural: quemándolos y colgándolos, como han hecho históricamente las revueltas campesinas; con sogas y puñales, que son elementos propios del trabajo de campo. Eso se debe, por supuesto, a la fecha de aparición del libro (1924), sólo unos años después de que la Revolución mexicana, con todas sus frustradas demandas campesinas, concluyera su periodo bélico más intenso.
Hasta aquí me he centrado puntualmente en las incitaciones sediciosas del poemario de Carlos Gutiérrez Cruz. Esto lo hice porque, en medio de la pandemia que azota al mundo en la actualidad, nos han llegado las terribles historias de los obreros en las maquilas del norte (contagiados de coronavirus porque sus patrones no los “soltaron”); o porque hemos escuchado las aberrantes declaraciones que, directamente o a través de sus esbirros, hizo Ricardo Salinas Pliego (con las consecuencias mortales que eso tuvo). Entonces me pareció que algo necesario e imperioso tenían que decir los versos del autor jalisciense, algo relacionado al ajuste de cuentas con los patrones en pleno siglo XXI.
Recién en estos días nos llegó una noticia sobre la muerte de un estudiante universitario, trabajador subcontratado al servicio del segundo millonario más rico de este país, quien aún hoy obliga a sus empleados a no parar durante la contingencia sanitaria. El joven se infectó en las instalaciones de trabajo a las que el patrón, de forma negligente, lo obligaba a asistir. En razón de ello, la poesía se ha vuelto a manchar con la sangre de un trabajador, quizás no de un peón de hacienda del México posrevolucionario, sino de un asalariado de call center en el siglo XXI. No importa. La injusticia sigue y la poesía se mancha igual. Si los versos de Gutiérrez Cruz sirvieran para algo, como él quería, sería para decir:
Ojalá que esa sangre derramada
[…]
fuera la sangre del patrón.
***
César Albatros (ex Distrito Federal, 1990). Es desempleado, pero a veces logra ser subempleado. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Sus intereses se centran en la poesía, el cine, los movimientos revolucionarios y, sobre todo, en no morirse de hambre. Dice que era una de las jóvenes promesas de la literatura, pero se chingó la rodilla.
Twitter: @CsarAlv5
Imagen de portada: Ricardo Salinas Pliego, presidente de Grupo Salinas, tomada de su cuenta de Facebook
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