por Moisés Castañeda
Tuve un sueño en el que mi madre era robada por las hormigas. Pedazo a pedazo se la iban llevando. Llegaban con el filo negro de sus mandíbulas y retiraban una parte diminuta. Y luego otra, y otra. Y así iban saqueando su cuerpo. Sus labios, su sangre, sus huesos. La humedad amarga de sus vísceras. El brillo plateado de sus cabellos. La gruesa palidez de sus uñas. El agua de su mirada desvanecida. Era una invasión que la saturaba por dentro. Como si mi madre fuera su futura colonia y la estuvieran mudando bajo la cuota terrible del miligramo. Y yo podía escuchar los pasos de cada una de ellas. Su esfuerzo que se abría camino para desembocar en abandono. La mayor de mis pérdidas.
Desperté de esa furia devoradora y fui apresurado hacia ella. Estaba en su cuarto, sobre la cama, boca arriba, con el cuerpo suelto y la cabeza inclinada hacia el lado del corazón. Imposible saber a simple vista si seguía viva. Tembloroso, me acerqué. Respiraba aún. Pero su aliento era de una ligereza que me confundía. Más un estertor reblandecido que una certeza de vida. Sentí algo semejante al alivio, pero estaba seguro de que ellas venían en camino. No me quedaba de otra que contemplar o combatir.
Mi madre peleaba con las hormigas. La llenaba de ira que invadieran sus plantas o devoraran su fruta. Las aplastaba con saña o las quemaba vivas. Decía que esa plaga la había perseguido desde siempre. Que las hormigas eran las únicas que no la habían abandonado. Su odio hacia ellas soltaba un calor que me ayudaba a vivir.
He decidido mirarlas. Fluyen como un ejército azabache con actitud de hervidero. El brillo que baila sobre sus cuerpos me habla de rutas alucinantes. Entran por sus oídos y por su boca entreabierta. Algunas, las más fuertes y ágiles, optan por la vía de los párpados y regresan cargadas de esferas cristalinas. El rocío de la mirada. Si uno se acerca y se fija bien en lo que aquellas esferas contienen, puede observarse el pasado de mi madre. El abandono en que la echó su propia madre. Su infancia en los basureros. Su juventud vejada y destruida. Su fuerza para volver a confiar. Mi nacimiento en un día soleado. Nuestro amor repleto de ignorancia mutua y resentimiento. Y es entonces que vuelven a mí algunas palabras suyas: te quiero a mi manera, me esfuerzo por inventar lo que nunca recibí, aquello que no entiendo.
Las hormigas siguen su marcha implacables y no termino de contemplar las imágenes. Es admirable cómo van a reconstruir a mi madre en las profundidades. Cada fibra de su cerebro, cada ligamento de sus ojos. Tantas memorias, tanta tristeza, tanto dolor. La naturaleza es hermosa porque conoce la raíz de sus designios. Lo nuestro es ensueño, vanidad, embriaguez, delirio.

El sueño de las hormigas es mi propio sueño. Ese sueño que se repite en su sonambulismo de obsidiana. Apenas ahora lo entiendo. Voy yo también en cada uno de sus pasos. En esas gotas de sangre coagulada que llevan a cuestas. En ese marfil triturado que encierra secretos marchitos. A veces una hormiga se detiene y presta atención a las voces que escurren de los fragmentos: estoy sola, así nací y así moriré, nadie me necesita, nadie sonríe cuando me ve, nadie se fija en esta cáscara de sombras que tengo por corazón.
Pero yo siempre te vi, madre, mis ojos estuvieron sobre ti en todo momento. Y aunque cerraba mi voz cuando me hablabas, te miraba obsesionado mientras dormías.
Mi madre ha empezado a unirse de nuevo, sólo que ahora es una especie de árbol subterráneo. Cuánto daría por habitar en esos recovecos profundos, por que mi voz resonara en medio de tanta oscuridad. Ahora mi madre es un árbol de músculos y nervios. Sus ramas y deseos cruzan la tierra con un impulso sarmentoso. Toda ella resuena y se conecta gracias a la voluntad de las hormigas. Se trata de paisajes intestinos. Nubes de sangre que llueven sobre bosques de carne. Vísceras y huesos que engendran las nuevas canciones del hormiguero.
En la casa de mi madre sólo he quedado yo. Estoy acostado en su cama, sobre la mancha púrpura y amarillenta que dejó su cuerpo. Quiero caer en el mismo sueño que ella. Ojalá que las hormigas sueñen con mi vida y la vuelvan realidad.

***
Moisés Castañeda (Ciudad de México, 1987) es tallerista y narrador; licenciado en lengua y literaturas hispánicas por la UNAM; fundó y editó la revista digital Altura desprendida y ha colaborado en Revista Literaria Monolito, Playboy México, Marabunta, Metrópoli Ficción, Pliego 16, Larvaria, La Izquierda Diario, Food & Wine en español y la Revista Digital Biblioteca de México.
Las imágenes que acompañan este texto fueron tomadas del sitio Wellcome Collection. La que funge como portada muestra siete animales y fue producida en Japón, de autor anónimo.
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