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Lo que fue y no fue el Bandemia 2025

Testimonio del gran fiasco de agosto 2025 en la escena independiente.

por Mariano Yberry

Estamos a unos escasos metros de la entrada principal de la Sala Urbana, en Naucalpan, Estado de México. Después de casi dos horas de espera en la fila parece ser inminente la posibilidad de entrar al festival Bandemia. Desde afuera se escucha animar a la gente a Macario Martínez —ese joven artista que hasta hace unos meses era uno más de los cientos de artistas emergentes que se esmeran por sobresalir en una industria cruel.

La lluvia empieza a caer, sin ser chubasco. Los fresipunks de enfrente descuelgan un cartel de un poste y se cubren en bolita para evitar que se les corra el rímel. Uno de ellos se adelanta a la entrada y regresa con una propuesta: «vamos al frente porque están organizando un portazo». Sus amigos prefieren esperar.

Mientras tanto, en redes sociales Bandemia sigue presumiendo el gran éxito de convocatoria, una sala llena de energía. Algunas de las bandas más destacadas de la escena independiente mexicana se dieron cita a lo que prometía ser el primer gran festival fuera del mainstream, sin patrocinios excesivos y con una oferta que va desde bandas que apenas comienzan a rodar en los escenarios hasta aquellas que se han ido forjando un nombre en la escena nacional e internacional con puro jale a la antigua: tocar, tocar y tocar.

La fila avanza y agarra un ritmo más veloz. La lluvia cede. Nuevamente la propuesta de ir hacia adelante a abrir, por segunda vez, las puertas a la fuerza. Nuevamente la negativa. Hasta ese momento, nadie del staff salió a advertir que desde hace horas Protección Civil había negado el ingreso. Afuera, la gente no dejaba de llegar. La única vez que se manifestó alguien del Bandemia fue para buscar a quienes habían adquirido boletos a 100 pesos, en una promoción lanzada mucho antes de que se anunciaran las primeras bandas (pura fe ciega). Ellos no tenían boleto, estaban en una lista de invitados que, después nos enteramos, tampoco fue respetada.

Mexicazo: sobreexperimentado en fracasos y cábula.

Poco antes de las 20:00 horas, por primera vez la música paró en la Sala Urbana. Macario Matínez ya no cantaba y el entusiasta del portazo regresó por tercera vez con una advertencia: «ya vámonos a la verga porque ya empezaron a gasear».

Ser una banda independiente en México es un reto complejo. Hay que lidiar con la indiferencia del mainstream y la nostalgia del nicho rockero que parece a veces imponerse ante la vanguardia. En el presente, están surgiendo discos con una identidad propia, como el Llamas llamas llamas de Belafonte Sensacional o el homónimo de Grito Exclamación, con potencial para volverse clásicos.

También hay que enfrentar el hecho de que la música en vivo requiere dinero y entre más se busque llevar los conciertos a más públicos, más recursos se necesitan.

Pero en la escena local hay un factor que desde hace años entendieron bien proyectos como Bahama Records o Fuzzada, y bandas como Cortés Mx y Bad Duck: la autogestión es la respuesta. Es un desmadre montar un show de tres o cuatro bandas y más si se piensa en un festival. Hay que calcular el equipo, las chelas y los protocolos de seguridad de convocar a decenas de personas borrachas o drogadas para pasar un buen rato. Estos proyectos en la cotidianidad, muy seguido, ignorados por los medios especializados, existen y resisten. A veces dan espacio a bandas que, con las jugadas correctas, empiezan un ascenso rápido, quizá no tan meteórico como la viralidad del éxito de Macario Martínez, pero sí la oportunidad de ver cómo su proyecto y su visión se concreta: el sueño de que tu música circule por oídos de todo el mundo.

El arte inquietante del último álbum de la Belafonte. Sensacional.

De estos espacios donde apenas y se juntan 30 personas salió el Ruido Inmersivo de los Sueños, un proyecto de psicodelia al estilo Slowdive que ganó un espacio en el Bandemia a través de una convocatoria para bandas emergentes. Fueron los primeros en tocar, a mediodía. Contrario a lo que podría pensarse, tuvieron buena audiencia en un foro que, dos horas después del inicio, se veía lleno. Entre esa gente quizá alguien se lleva una gran percepción de ellos y se convierta en fan pese a que tal vez iba a ver a alguien más.

La promesa del Bandemia era eso, congregar a bandas que ya van aceleradas, como los Mengers o el Unperroandaluz, con aquellas que apenas van agarrando velocidad. Ese fue su primer intento en mayo del 2024, cuando, mismamente, las autoridades suspendieron el evento, organizado en la colonia Obrera, por límite de cupo. En ese entonces la apuesta no era tan grande: apenas un par de bandas. Para este segundo intento la ambición subió a 28 artistas, con 30 minutos de show cada uno. Desde las 12:00 hasta las 02:00, música continúa, de todo un poco. El punk garage de los Sgt. Pappers y la experimentación auditiva de la gran Mabbe Fratti. El pop emergente de Macario Martínez y el avant garde de Diles que no me maten. La fuerza electropop de Valgur y el cierre del polémico y ya casi mítico Juan Cirerol.

Se sentía el esfuerzo por derrocar al imperio vivelatinoocesa, aunque los señalamientos contra los organizadores por amiguismo y ser los mismos de siempre no faltó. Era una esperanza de algo distinto y auténtico, nacido de un círculo de artistas que se han cansado de esperar a que el mainstream les abra las puertas que y decidieron crear las propias para demostrar que la música, cuando conecta con alguien, no necesita de grandes consorcios para hacerse masiva, sino de una suma de voluntades.

Pero entre más grande se sueña, mayor es el compromiso. Si convocas a 2 mil 500 personas y a cada una le vendes un boleto (de un peso, 100 o casi 800 varos, como fue el precio general), ten por seguro que esas 2 mil 500 personas van a querer entrar a disfrutar por lo que pagaron, sea como sea y sin importar cuánto quieran ser empáticos para apoyar al talento local e independiente.

No fue tan sorpresivo ver que la situación explotara como explotó. Los miembros del staff, desesperados ante la ola de gente enojada que amenazaba con entrar, usaron los extintores para dispersarla, lo que sólo provocó más rabia. La confrontación duró pocos minutos, aunque personas recibieron el gas del extintor directo en la cara. Se aventaron cosas y, hasta donde se sabe, nadie resultó herido de gravedad. La escena era caótica. Decenas de jóvenes comenzaron a dispersarse como hormiguitas mientras la bocina de la policía ponía una grabación en la que pedía desalojar la zona. A lo lejos, dos patrullas más de la policía de Naucalpan se acercaban mientras los agresores se reían porque, muy poderosos ellos, demostraron su hombría frente a un grupo de jóvenes que tenían las de perder con tanta tira alrededor. Si los organizadores no tuvieron ni la misericordia de avisar a los cientos que estábamos esperando entrar, en vano, mucho menos les iba a preocupar que los puercos del Estado de México nos pusieran una madriza.

Macario, enséñanos a amar alv.

Bandemia quedó en silencio unos momentos mientras que, montado únicamente con su guitarra acústica, Macario Martínez decidió seguir, sin saber qué pasaba afuera. Terminó su participación entre luces de celulares porque el show debe continuar.

Fue hasta ese momento cuando en sus redes sociales los organizadores dejaron de postear en sus historias a las bandas en el escenario y confirmaron el rumor que se especulaba desde hacía horas: los que entraron, entraron, y los que no, pues… comprensión, ¿no? Después de horas de fingir que todo estaba en orden. Una vez que el evento se volvió noticia, se deslindaron de cualquier responsabilidad. Según su versión, la Sala Urbana tenía capacidad para 2 mil 500 personas, pero cuando el aforo llegó a las mil 700 Protección Civil les pidió ya no dar acceso a nadie más. Es decir, fuimos 800 personas las que teníamos un boleto que ya no servía para nada y no lo supimos hasta que el personal del foro usó los extintores en nuestra contra.

Un día después, la Sala Urbana responsabilizó a los asistentes: eran un «grupo inusual» de personas sin boleto. Fue tanto el cinismo que celebraron la agresión.

Pese a todo, el show continuó, así como siguió el Festival Ceremonia, en marzo de este año, luego de la muerte de Bere y Miguel a consecuencia de la negligencia y la indiferencia de los organizadores. Aquí no hubo muertos ni heridos, pero sí la misma actitud de fingir que no pasa nada porque la convocatoria se hizo para disfrutar y no para ponernos woke.

Pero los organizadores subestimaron al público al que convocaron. Personas que han visto a esas mismas bandas a escasos centímetros, que se encuentran a sus integrantes en el baño y con quienes generan un vínculo que traspasa cualquier tipo de negocio, ya sea de un caimán o del cerrado círculo de jóvenes acomodados y emprendedores que quieren rescatar la música, aunque no sepan ni afinar una guitarra. Es un público que sin haber pisado nunca el Tutti Frutti tiene la misma pasión por la música en vivo, y si hace falta cruzar tres líneas de metro y dos camiones, ahí se está; si es necesario tomar chela caliente y culera o de plano llevar tu six a escondidas, se arma. Lo que importa es que, por unos minutos, todos vamos a estar en trance cantando mientras el mundo de afuera se cae a pedazos por la amenaza de una guerra nuclear.

Esa solidaridad se manifestó de inmediato. Los organizadores subieron a Mint Field a tocar, para calmar las aguas. Pero el dúo no pudo completar su show. La cantante Estrella Sánchez se dio cuenta de que algo en su público no estaba bien y comenzó a confrontarlos. En minutos entendió la molestia de quienes, aun cuando estaban adentro, sentían impotencia por la agresión de los de afuera. Al enterarse de esto la banda fue contundente: no vamos a tocar. Se retiraron del escenario con aplausos, mientras ya en redes circulaba la versión de que otras bandas también se estaban negando a subirse al escenario tras la confrontación con el staff. Pasaron varios minutos antes de que Axel Novoa, uno de los encargados de Bandemia, anunciara su cancelación.

Para cuando ocurrió el aviso, ya viajaba yo derrotado en un camión junto a una señora que se sentía mal porque valió madres la presentación de Macario Martínez. Nos reconocimos porque ambos estuvimos en esa larga fila para entrar a la Sala Urbana. Me dijo que quería ver a los Mengers, pero no alcanzó a llegar. Me confesó que tenía la sospecha de que algo pasaría; no se sentía tan mal porque dijo que los Mengers tocarán la próxima semana.

Un perro andaluz sudando la chuleta.

Es ese tipo de encuentros que ocurren en un festival, una oportunidad para conocer diferentes mundos musicales y saludar a personas desconocidas con las que tienes muchas cosas en común, entre ellas una pasión inquebrantable por la música y un miedo a la policía del Estado de México.

La cancelación del Bandemia revivió viejas heridas, como la de las muertes de Bere y Miguel, que han dejado al descubierto el desinterés que existe por la audiencia que ha hecho que la música sea un negocio muy lucrativo. Pero la raíz del problema no son los festivales; es, como siempre, el capital. La ambición desmedida hoy romantizada en cualquier canción pop. El problema es que se ha descartado la experiencia de encuentro por la del lucro, y por supuesto que debe haberlo: pagarles dignamente a las personas que hacen todo posible es una necesidad innegociable (o así debería serlo), desde los artistas, ingenieros, vendedores y equipo de comunicación.

Pero convertir un festival en una pasarela de marcas y precios triplemente excesivos ha llegado a un punto insostenible, al menos desde el punto de vista moral, cuando ocurren muertes sin responsables por meses.

Se reconoce la buena voluntad de dar impulso a una escena que, admirada y denostada, pone la vida en hacer una mejor industria, a contracorriente. Pero también habría que reconocer el influyentismo, la falta de autocrítica; sobre todo, admitir que armar eventos así requiere de una logística muy precisa porque puede pasar algo más grave que un mal show.

Es cierto que también la industria es un monstruo que no deja de alimentarse de la pasión musical. Se convirtió ya en un monstruo al que cada vez se asiste más por estatus que por amor a la música. Pese a ello, algunos de los mejores recuerdos de mi vida están directamente relacionados con la experiencia corporativa. Vibrar entre miles con una canción de Kendrick Lamar, chiquitito a la distancia, pero engrandecido en su talento, y, de la misma forma, tener la oportunidad de ver a Brittany Howard a escasos metros porque los 200 que la estamos escuchando no alcanzaron a llenar el aforo del escenario que le tocó.

Así también, recuerdo con mucho amor la oportunidad de ver a bandas independientes tan cerca que hasta te puede caer el sudor de Jason Joshua mientras canta en el Hilvana o colarte a un festival de psicodelia sin conocer a nadie y descubrir con sorpresa que Miles Davis sigue vivo.

La experiencia musical no es el problema, sino en lo que se ha convertido. Pero en esa posibilidad de no ser lo que debería ser, también coexiste la oportunidad de convertirla en algo distinto. Es evidente que el reto es enorme.

Y eso era lo que representaba el festival Bandemia, al menos por el tipo de artistas que se involucraron y por el tipo de comunidad que convocaron, la misma que se siente muy desilusionada por la forma en la que todo evolucionó a un desastre.

Quizá todo fue un discurso o un sueño muy grande.

Quizá algún día llegue el festival perfecto, aquel que no nos ponga en encrucijadas éticas ni en riesgo por un contrato publicitario. Quizá es mucho. Y quizá lo único que tengamos que hacer es seguir el consejo de Macario Martínez: soñar lindo.

Bandemia 2025 descripción gráfica, según Twitter.

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Mariano Yberry
. Bluesero errante entre la música y el periodismo.
Instagram: @yberry

Salvo los memes, todas las imágenes que aparecen en esta entrada pertenecen a las redes sociales de su respectiva banda. La fotografía que funciona como portada fue tomada del instagram de Grito Exclamación.

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