En 2012 jugábamos varios juegos, como el de seguir a Dios en Facebook y tratar de impedir el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la residencia oficial de Los Pinos, entonces sede del ejecutivo federal.
Eran los meses del movimiento Yo Soy 132, que hoy es vilipendiado con facilidad, pero que en su momento configuró un espacio de ternura y desahogo, de aprendizaje político sobre la insuficiencia de ciertas maneras de la movilización, de intercambio, en la víspera del sexenio de Ayotzinapa, la casa blanca de Enrique Peña Nieto, la defenestración del gobernador veracruzano Javier Duarte y tantas escenas del desafiante envilecimiento mexicano.
El 10 de abril de ese año fatídico, aquel Dios anunció que Paredes había dejado físicamente este mundo. «Su vida ha cesado y ha regresado al todo».
Un mensaje que la divinidad acompañó del poema que Altura desprendida reproduce a continuación.

No me llamo como me dicen,
ni tampoco soy lo que escribo,
ni mucho menos ando atropellando
monjitas hediondas
bajo el sol veraniego.
Al contrario,
les chiflo.
Soy tan aburrido como un rosario,
tan simple como el hidrógeno,
obvio como un bikini,
borrachito cansado
de levantarse con resaca
y no tener en las manos
otra cosa que dedos.
Haragán, eso sí.
Desengañado, por supuesto.
Cofrade de alacranes idealistas
guardándose el veneno.
Pero, la verdad,
tampoco estoy ahí.
El más íntimo de mis yoes
prefiere las costumbres del hogar,
los días sin gente
y los clásicos de la Pantera Rosa.
Prefiere no tener nada que decir
antes de abrir la boca.
La imaginación se pone en huelga
y tengo que dar vueltas sobre lo mismo
cada vez que me siento
a ver qué ocurre.
Y no ocurre nada.
Me gustan las películas,
pero no voy al cine.
Me gusta la música,
pero nunca me paro en un concierto.
Me gusta la pintura,
pero pregúntenme cuándo fue la última vez que entré a un museo.
Me gustan los tacos al pastor,
pero nunca traigo dinero.
Amo al dinero porque no lo tengo.
Y hay palabras con las que tengo
citas pospuestas una y otra vez.
«Fe» es la que más insiste
en marcar mi número de cerebro.
No sé,
algún día atenderé su llamada.
Creo.
No creo en nada
y ya no me está gustando
eso de ser nomás esto que nunca soy,
de no ir con ese que traigo dentro,
que voltea a los planetas y exclama:
¡Puta madre!,
qué culero ser tan pequeño.
¿Dios?
Me parece tan inútil
negarlo como afirmarlo.
Dios, para mí, es eso:
todo lo que ignoramos.
Yo crecí con Dios,
comí con Dios,
Dios me daba las buenas noches
y regaba las plantas del jardín.
Por aquí sigue.
Es sólo que ya no le hago caso.
No sé conducir
y viajo todos los días
sentado tras la ventana.
No sé mentir
y engaño sin cesar
a quien me pregunta:
¿qué haces con la vida?
Me río y pienso:
nada se hace con la vida.
La vida nos deshace.
Preferiría no pensar
y ser un buen marido.

***
Fernando Paredes (1977-2012) fue un cuentista y poeta mexicano. Integrante del consejo editorial de Disculpe las molestias ediciones. Coautor de El cuerpo remendado y Al diablo adentro. Firmante del libro Matamoscas.
Todas las imágenes que acompañan esta entrada forman parte de la serie televisiva El show de la Pantera Rosa, originalmente emitida entre 1969 y 1970. Fueron tomadas de la Internet Movie Database.
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