por Marco Campos
I remember you
I remember you
Remembrance, Ray Bradbury
Es mediodía. Salí de casa sin bañarme, con bermudas y sin paraguas. Me ofrecieron un plato de comida, B y D, pero lo rechacé. Me preguntaban si estaba seguro, como si fuese a lanzarme contra el tren de la estación Santo André. Por que não fica aqui com nós? Lá fora está a menos de 20. Días atrás había comenzado la desconfianza: un tipo quedó atrapado en medio de las puertas del metro y las de contención peatonal. Carne, hueso, rieles. Cuando ocurre, niegan al muerto y lo califican de problema técnico, como si hablar del cuerpo fuera a antojar un bocado de la muerte al resto. B y D tenían miedo. Una sensación térmica de 16 grados, el cielo estaba llorando. No me refiero a la metáfora triste de la lluvia, realmente parecía enlutado, silencioso, con la sombra de algún hematoma. Acho que é melhor, ainda se não tenho vontade.
Es mediodía, domingo, 11 de mayo. Rechacé el plato, pero tenía hambre. Tuve que rechazarlo, pese al poco dinero. Apenas tengo cuatro días en mi trabajo, ahí me presentan como do Peru, que sería como decir que soy de la pinga. Que si de ahí son los incas o los mayas, si conozco al papa. Me iba en otros pensamientos. No podía aceptar el plato, alguien estaba llegando y me rehusaba al encuentro. Não esqueça seus cartões! ¿Qué tarjetas? Ah. Había dicho que iba a una feria del libro en Barra Funda, por ver si conseguía conocer a algún editor. Encontrar algún empleo mejor; no podía comprar un libro mayor a siete reales, menos de cinco soles. Me estaba olvidando mi tarjeta de presentación, con el correo y el número todavía de chip peruano. Esse não é o ponto de sair? Supongo. Sí. Eso dije. Pero me estoy escondiendo, como César. Trato de no delatarme: estoy deshecho.

Ya fuera del predio, la brisa me golpea la cara reclamando su cosecha de cenizas. Arremete con remordimiento el tiempo. Pienso en César, desordenado. Ahora yo me escondo. No doy contigo. Me acuerdo que nos hacíamos llorar. Después te ocultas tú. Espero que tú no des conmigo. Nos hacíamos llorar. Nos hacíamos llorar. Me acuerdo. Ahora te ocultas tú. Después me oculto yo. No das conmigo. Espero no dar contigo. Nos hacían llorar. Me olvido. Era mediodía adentro. Era mediodía afuera. En mí era diferente. Un reloj de dos días: 18 de mayo, 4 de junio. Un calendario de dos horas: las 4 y las 18. O estás naciendo o estás muriendo, y así mido el tiempo, no antes o después de Cristo; para mí, la historia universal se traza contigo. De eso huía, no quería presenciar el acto milagroso de la comunión: el abrazo y el beso de una madre a su hijo.
Tomo un desayuno cerca del trabajo, en un lugar que vende salgados por tres reales. Pido bolovo, que es lo mismo que una papa rellena. El lugar tiene varias mesas, toda la clase obrera viene, no hay forma más económica de alimentarse. Pienso en la jornada que va a empezar, que con este sábado es mi cuarto día, que mañana es 11 de mayo, en cuánto falta para final de mes, en lo solitario que es migrar, sin familia ni amigos. Me metí a Grindr pensando que podía hacer amigos ahí —así estoy. Me llevé las manos a la cara. Escucho el chirrido de una silla arrastrada por una mano patética. Frente a mí, una viejita. En la misma mesa, rodeada de tantas otras. No me dice nada, toma la salsa de ají de mi mano. Ella también está desayunando. Concentrada en su bolinho, no descifro si vive en la calle o ya no puede lavar su ropa como antes. Pienso: ¿dónde están sus hijos? La mala costumbre de la orfandad es darnos la ilusión de poder ser más apreciativos de una mamá. Sin la muerte no dejamos de ser ingratos. Pienso que me gustaría pagarle la cuenta. Pensar que eres tú. Tomando un desayuno en São Paulo conmigo, sin saber pedir las cosas en portugués. Rogando que traduzca tus deseos para el resto. Aunque no se parece, tendrías 64. Tan joven. Mirándola bien, no parece disfrutar la compañía. Y las otras mesas no tienen ají.
Como tú existes, la lluvia está explicada, decía Luis.
Pero ahora que ya no estás, no necesita explicarse más.

Disocio. Todo lo que pasa entre la salida del predio, la feria del libro y los viajes en tren pasa inadvertido, trato de evadir el dolor. Veo que me compré dos libros, no sé con qué plata, pero tengo los recibos. El megáfono anuncia que ya regresé a Santo André, sin impregnarme a algún riel. Fuera de la estación está lloviendo, adentro también, no hay techo. Siento que me miro de arriba. B pregunta dónde estoy, que cuándo pienso regresar. Yo le pregunto si la mamá sigue en casa y dice que no. Entonces ya. No sé por qué escribo esto, es lunes, 3:22 de la mañana, desde mi último texto en Altura desprendida ya no volví a tocar el asunto de mi mamá. Me debo despertar a las siete, eso es una hora más que Perú y dos que México. Sentía que debía hacerlo, pero también me queda claro que es peor que el texto anterior. Así como en la muerte no hay ninguna dignidad, en extrañar a la gente que perdimos tampoco. Realmente hay dignidad en muy pocas cosas. En fin. Afuera de la estación está lloviendo y yo regreso con dos libros en mis brazos. No me cabe duda: no tengo para la cena y ningún plato tuyo volverá a recibirme.
Las 3:22 de la mañana son lo mismo que las 4. Ahorita ya te estás muriendo de nuevo.

***
Marco Campos (Lima, 1999). Graduando la carrera de lingüística y literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal, es director de la revista de traducción y literatura brasileña Lengua imperfecta. Como editor, ha trabajado con la Fundación BBVA y la editorial Pesopluma; colaboró en la investigación por el centenario de la Semana de Arte Moderno (2022) con la embajada de Brasil; como traductor ha publicado a autores como Augusto de Campos e Hilda Hilst. Incursionó en la traducción de videojuegos con el galardonado He fucked the girl out of me, de Taylor McCue. Ganador de los II Juegos Florales Latinoamericanos de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en la categoría de poesía con el libro Língua. Actualmente traduce a las poetas Uljana Wolf y Noor Hindi-
Instagram: @marcodepapel
Todas las fotografías que acompañan este texto son cortesía del autor y exhiben andanzas cotidianas en el Brasil.
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