Cuaderno de Guatemala: poemas de Miguel Torreblanca

Las interrogantes de un recorrido emocional por Centroamérica.

La Merced, Plaza de La Soledad

Tú me jalabas o yo a ti?
Íbamos rumbo a la plaza
a romper la soledad y a regocijarnos
diseminando sus pedazos.
Antes la tarde colocaba su escudo
frente a nosotros. Antes la ciudad daba
su último abrazo asomando los dientes.
La Merced con los ojos de una perra
entre las manos. La Merced y sus cuencas
donde la muerte puta se columpia. Plástico
y enjambres en el corazón.
Antes
el temor de cruzar la piel de México, piel de tuna,
de muerte de colores. Era la primera vez
que salías del país.

Tú me jalabas o yo a ti?
O los dos empujamos entre el dolor
espeso de un vientre y el dolor espeso
del aire. Alguien me dijo que para sentir los pasos
había que pararlos. Alguien me dijo que una abeja
zumba en más flores que un pobre.
Alguien murió ese día en el trayecto,
sin digresión, de su casa al trabajo.

Ahí estábamos rumbo a Guatemala
con esa emoción de quien abre una puerta
hacia una casa desconocida y aún no encuentra las luces.

Tú me jalabas entre las vetas del neón y los ambulantes,
con su bullicio esculpían la despedida. Adiós, decía yo,
al país del que me aferro,
clavo al rojo vivo en el canal de la noche.

Tú estabas ahí tirando de mi mano:
hambre continental, sed de árbol,
ansia de lo nuevo.
Tú tirabas de mi mano,
la primera persona que amo sin dolor.

San Juan Chamula

En el aire levantaron una cruz verde
como quien levanta un pino de una semilla
con las manos de la montaña.
Subimos por el calvario
a ver la cruz
y la cruz habló,
pronunció una sola palabra
como un puño
lleno de granos de maíz.

Luego la iglesia de cal
en el pecho del cielo;
no había dolor
ni un Jesús crucificado,
sólo la oscuridad herida
por la lengua de las velas.
Las agujas de los pinos
en el suelo
haciendo una cama
para proteger las rodillas.
Las familias chamulas
hablando con ternura a los santos
como si fueran niños
y los globos
porque ese día Dios estaba de fiesta.

Las velas se derretían por el piso,
sus colores mezclados en
ocasos de cera.
En la tarde las gallinas dejaron
de respirar.

Tomamos pox y cerveza
y yo me sentí también de fiesta
como siempre que estoy a tu lado.

Nuestra iglesia también tiene globos,
nadie sangra en ella,
respira en el pecho del cielo.

Como los chamulas
enciendo una vela
que rasga la oscuridad
por cada día que compartimos.

Las calideces de las regiones cósmicas. La creación y ocupación de los animales.

Oventik

Oventik vino por nosotros en una alba sin fisuras.
Vimos que era escuela en una piedra roja,
un pueblo de madera con niebla en el rostro.
Y en realidad no había cosas por ver.
Oventik era un candado cerrado sin una puerta, un caracol
hundiendo su cuerpo en su concha. Un puño apretando
vocales negras.

Sin heridas en Oventik, sin grietas o cuchillos de oro
en el cuero de la noche. Pocos lugares hay que no abran
las entrañas y se fragmenten cuando suenan monedas.

Oventik, un solo cuerpo, lugar sin cicatriz.
Paseo por la realidad de la garrapata. Sin una llave
más allá de la sonrisa.

Ciudad de Guatemala

Adentro de una botella de oscuro vidrio
construyeron una ciudad de cerveza amarga,
el hollín fue la bandera
de aquella mancha urbana
rodeada de ríos y selva.
La ciudad se enconchó
como un armadillo con las uñas
cansadas de escarbar.

Como en toda ciudad
las aves fueron fantasmas
y sólo el grito humano
se escuchó en su cielo.

Ciudad de Guatemala,
sólo una parte tuya vimos,
tan pequeña como una araña
de humo en la uña
y eso nos bastó para untarnos
de noche el corazón;
para ver que de aquí nace
a duras penas la caricia
y un río de sucia angustia
sube por las escaleras e inunda
los hoteles.

Nosotros
acostumbrados a los lugares maltrechos,
a las paredes carcomidas,
a los perros con una marimba en el costado,
sabemos abrazarte,
olfatear tus calles rojas,
detenernos
y dar la media vuelta.
Sabemos que en estos lugares
hay que confiar más en el ceño arrugado
que en los halagos y las risas.
Ciudad de trampas y amarillas desilusiones,
de nocturnas panaderías
y cafés de dos quetzales.

Poco tiempo pasamos en tu panza,
oliendo a sangre espesa y a cabellos con sebo.
Centro del águila, nido de la CIA,
pronto te dejamos sedienta
en tu cama destendida.
Nos fuimos al Petén
y al voltear aún tenías
puesta al cuello
la irrompible cadena.

Guatemala 1981-1983

en la punta de las montañas
sobre techos
con huellas escurriendo
Está lloviendo
casi agua casi sangre
de la herida en medio del cielo
Está lloviendo
huele a junio
a trapos huecos
Está lloviendo
sin mojarnos
los labios secos
la piel cuarteada
Está lloviendo
en muros de lava
en la copa de árboles
en las casas
que se incendian
Está lloviendo
el color de la ausencia
con aroma del crimen
en el tacto de un cactus
Está lloviendo
sin marejadas
sin tempestades
sin sonido
Está lloviendo
sin ojos
sin lengua
sin piel
Está lloviendo

Hacia los rumbos de la ternura. Dos personajes.

Tikal

Antes de los colores,
del verde de la selva
moviendo sus pies de fieltro,
antes de que la tierra
lanzara al aire sus moscas y diamantes,
ya existía Tikal
custodiada por pizotes y tucanes.
Ya latía en el centro del mundo
húmeda de jade.

Pero no se levantó
hasta que cientos de manos
con callos y sangre
hicieron filas de hormigas entre la hiedra
y pusieron
trozo por trozo
los bloques de la piel
para saber cómo miraban los dioses.

Ahí estuvimos tú y yo
en su red de aire,
en la cama verde donde cielo y viento
enroscan el amor.
Miramos los despojos
de lo humano
entre la luna larga de la selva.

Sólo piedras y polvo
quedan de Tikal,
sólo el pasto y las monedas de las hojas.
Debajo de la piedra
la ceniza de cráneos
y el tiempo detenido.
Un puño de tierra
donde juegan los niños
a ser dioses.

Aun así
ni una sombra en Tikal
ni en nosotros
descubro
cuando nos miro
en la punta del Gran Jaguar.
La moneda no tiene águila,
sólo sol.
Tikal encendida
desde tus ojos,
en tu nombre.

Antigua

Tú eres la ciudad de Antigua
con tu volcán de fuego y agua,
con tus manos
abriendo sus palmas.
Pequeña joya infinita de recorrer,
virgen de madera bajo el arco de oro,
ámbar envuelto en textil, fiesta perpetua
de la espuma, centro de leche y sangre.

Desde el momento en que pisamos
aquel laberinto de edificios coloniales
la ciudad
se te pegó en los poros,
dulce y salobre cambió tu sudor.
El café de sus calles
respiraba en tus pulmones,
el agua de sus piedras chorreaba
de tus pechos.

Desde el momento en que llegaste
la ciudad de Antigua
llamó a cada habitante por su nombre
y en cada rincón puntiagudo de su sonrisa
jugó un albur.

Celebro esa ciudad
que vive con un volcán siempre a punto del estallido
humeando su canto de madre roja.
Celebro esa ciudad
que tarda en despertar, siempre
pierde un arete
y no hay día que no halle,
cielo tibio con goterones,
la paz que viene
después de una carcajada.

Acompañarse. Desnudo.

***
Miguel Torreblanca (1988, Iztapalapa, Ciudad de México)
. Poeta, luchador social y promotor cultural. Autor del libro Sanatorio (2022), edición de autor. Poeta clandestino, sin laureles, en estrecho vínculo con la gente de clase trabajadora y con los pueblos y barrios de la zona lacustre de la capital mexicana.
Instagram: @albor_sedano

Todas las obras pictóricas que acompañan estos versos las compuso el guatemalteco Carlos Mérida. Las imágenes fueron tomadas del Museo Blaisten. La que funciona como portada es un fragmento y se titula Pareja.

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Respuesta a “Cuaderno de Guatemala: poemas de Miguel Torreblanca”

  1. El arte de hacer fuego desde cero – Altura desprendida

    […] vez que visito un caracol, la primera fue hace dos años en el de Oventik, con Ale pasamos por él en nuestro viaje rumbo a Guatemala. En esa primera ocasión el caracol no salió de su concha, vimos sólo su caparazón pintado con […]

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