por Mariano Yberry
En este festival no hay marcas ni stands que promuevan un márketing frívolo. Tampoco decenas de celulares grabando cada segundo de las presentaciones. Aquí la gente baila, matea, fuma y bebe caguamas (a veces calientes) para desinhibirse por un rato, en escenas que se creen agotadas en el presente.
“Chíngate esta pa que no se caliente”, se escucha entre el tumulto que se congrega en la terraza del Capitán Gallo, lugar del Centro de la Ciudad de México en que se lleva a cabo una nueva edición de la Fuzzada, un esfuerzo autogestivo que convoca a diversas bandas independientes en busca de escenarios donde compartir su música, a veces para cinco o diez personas, en otras, como hoy, para más de cincuenta, que escucharon una decena de propuestas repartidas en dos escenarios simultáneos y pudieron armarse un tatuaje, ropa de paca “jipiteca” (que en paz descanse José Agustín) y edibles veganos.
Miss Sappy se apropia de la terraza. La fuerza vocal de @crisruptiva rebota entre murales y armoniza con riffs de escalas menores que por ratos recuerdan al stoner primigenio y en otros al grunge más pegajoso, mientras una batería fulminante hipnotiza hasta al más tieso y amargado. Aquí la audiencia no se desvive por grabar cada segundo: baila, matea, grita y se emociona con una propuesta que muy probablemente no conocía hace unas horas. Aquí no es necesario un pase VIP para encontrarte a los músicos en el baño o compartir un trago o gallo con ellos. Los muros burgueses que se erigen en la industria del entretenimiento y endiosan al artista para distinguirlo de la audiencia no son posibles, ni requeridos, en este espacio donde conviven botas negras, flores en la cabeza, peinados estrafalarios, cuero, camisas a cuadros y playeras de modas de los 90.

Fotografía tomada del Twitter de la catalana.
La pose del “rock” (ese concepto tan rancio y mamador) aquí no cabe. Y si cabe, lo disimula muy bien, porque aquí la cosa es el gozo, apropiarse de un espacio y escuchar algo que no sea Caifanes o La Planta. Con Miss Sappy de fondo, ¿a quién verga le importa Saúl Hernández? ¿A quién verga le importa Rockotitlán cuando tienes la Fuzzada, una de las tantas propuestas autogestivas que germinan a lo largo del país? ¿Cómo le hacen los rockeritos para escuchar las mismas 20 canciones durante 30 años y gritar indignados que el rock está muerto, mientras aquí, tan sólo esta noche de mayo, hay una decena de bandas “rockeando” ? ¿Cómo le hacen para vivir de las memorias del pasado cuando los hoyos fonky están en sus narices, a tan sólo unas cuadras del bar al que siempre van a escuchar los mismos tributos de las mismas bandas de siempre? En parte no es su culpa. Nos educaron Televisa y La Jornada y les dimos la autoridad de diseñar nuestros gustos y pasiones. Será hasta dentro de 30 años, cuando la Contracultura (con mayúscula y copyright) se vea obligada a reseñar el aniversario de una trayectoria artística que nunca siguió por necedad y falta de ganas de vivir el ahora, cuando, quizá, se den la oportunidad de conocer más música (nuevamente siguiendo órdenes de “los que saben”, de “los maestros”, porque el argot mamador rockero es inagotable). La hueva de apostar a la nostalgia barata y al mainstream, porque lo emergente no convence a los inversionistas o porque no te permite presumir en redes sociales. La ironía de despreciar sonidos nuevos que evocan el pasado por ahogarse en la memoria.
“Nosotros somos U2…; no, ojalá no existieran”, dice el vocalista de Flores Muertas tras la prueba de sonido. Para entonces el calor ya cala, pero la cerveza no deja de fluir. La banda de Tlatelolco apuesta por ritmos frescos, melodías coquetas y cambios de tempo que se volvieron parte elemental de lo que hoy conocemos como rock clásico. Algo tranquilo, cursilón, como la propia banda reconoce, pero muy ad hoc con la mota que cada vez se hace más presente. La banda cierra con “Sativa”, una poderosa canción que inicia de forma calma, suave, se extiende por el cuarto de a poco, hasta rematar con una explosión de energía, como chingarse un bongazo con café en la mañana. Con ese mismo placer tocan las Flores Muertas, cotorrean con la audiencia, se ríen entre ellos en esa bonita complicidad que surge de mentes artísticas que logran coordinarse para un único propósito: crear.

La Fuzzada es tan sólo uno de los tantos intentos que decenas de músicos independientes impulsan para existir y mantener viva una escena psicodélica cuya oferta musical es vasta, pero ignorada por quienes dicen amar la música de a de veras. Otros esfuerzos, como el Festival Fuzz Sur, han logrado llevar a bandas de diferentes partes del país a tocar durante una semana a Chiapas. Audiencias pequeñas para ambiciones muy grandes. Trabajo complejo para resultados sencillos. En formas más corporativas y comerciales, el Festival Hipnosis ha sido clave para el impulso de estas escenas; ya con un par de ediciones, se ha posicionado como uno de los festivales alternativos (nuevamente una palabra de señoro para darle caché a este texto) más populares, con carteles que incluyen nombres poco conocidos entre la “rockeriza” mexicana, obsesionada con poner en loop el agotadísimo “Re” de los tacvbos. Bandas como Uncle Acid, Allah Las, King Gizzard & The Lizzard Wizzard (la Meca de la autogestión para muchos), Kikagaku Moyo, y hasta bandas ya muy consolidadas (“leyendas”, para no perder el argot del mamador rockero), como Primus, The Flaming Lips y Fu manchu, han sido parte de este esfuerzo impulsado por Cynthia Flores. La clave en todo estos ejemplos, con sus marcados contrastes, es la autogestión, elemento que da una libertad creativa absoluta, lo que en papel suena bien, pero en la práctica requiere un trabajo enorme de logística.
Estos esfuerzos (una ínfima muestra de la escena independiente) tienen ejes muy marcados: la música, el degenere, la libertad performática que da bailar con desconocidos música para andar en ácido. El arte por el arte (se insiste en el argot mamador), o digamos el “rock” en estado puro, la búsqueda de trascender de lo abstracto a lo material, de lo digital a lo vivo. O sencillamente es una elucubración de un rockero mamador de clóset que encuentra en estos circuitos las cenizas de un género que, parece, vuelve a incendiar conciencias y le da el pretexto de ponerse hasta el ano escuchando música chida, música viva y que resiste a la indiferencia de los amantes del rock y los poderes fácticos del mercado en la era del streaming.

Imagen tomada de su Instagram.
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Mariano Yberry. Bluesero errante entre la música y el periodismo.
Instagram: @yberry
La imagen de portada, tomada de su Instagram, muestra a Crisruptiva al borde de la sublimación en clave de fa.
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