¿Qué tiene de bueno vivir tanto?
30 años son suficientes.
Jia Zhangke, Placeres desconocidos
por Jorge Isaac Aróstegui
Grande y dilatado mar que cubre la mayor parte de la superficie terrestre. Implica distancia entre bordes. Colosal parecido entre el golpe y el abrazo de una madre. Vương Quốc Vinh es un perro pequeño que cubre su lomo con noche, espíritus y deleite fugaz.
Y el cielo era un bol vacío.
Ocean Vuong nació en una granja de arroz en 1988, trece años después de la caída de Saigón (que cambió de nombre, como él). Cruza países, refugios. Termina con su madre y su abuela en Hartford, Connecticut. No es su hogar. Cuando uno migra, no deja señales para el camino de retorno. El exilio también es cualidad.
Cielo nocturno con heridas de fuego (2016)
(…)
No sabía que el precio
de entrar en una canción era perder
el camino de regreso
Antología, recuento de chapbooks. También el desgarro de una bóveda inmensa, de ella sangran versos llenos de rabia, ternura, guerra heredada, arroz cocido con esencia de jazmín. Un padre ausente que vuelve, la paranoia de los sobrevivientes al desgarro, llámale conflicto, llámale calamidad, pero también llámale deliciosa ternura de los cuerpos calientes por la ira, tibios, luego fríos.

Apunta Barthes: “Un escritor es alguien que juega con el cuerpo de su madre”, dice tras la muerte de su propia madre, “a fin de embellecerlo, de glorificarlo”. El joven poeta rescata ausencias. “Como todo buen hijo, saco a mi padre/ Porque la ciudad más allá de la costa ya no está / donde la dejamos. Porque la catedral / bombardeada es ahora una catedral / de árboles (…) ¿Sabes quién soy, Ba?”, como la poesía, la respuesta nunca llega o llega en forma de bala. Vuong es el Telémaco que mira la orilla del pasado, un pasado no vivido pero presente en su río interior.
Fragmentos de un cuaderno. Él anota. Se observa en un espejo, nieve y viento helado, también miseria, “recuerda / incluso la soledad es tiempo que pasas con el mundo”
“Cuando los guardias de la cárcel quemaron sus manuscritos, Nguyễn Chí Thiện no
podía
dejar de reír: los 283 poemas ya estaban dentro de él”
Siempre es extraña la relación con el pasado: nostalgia, trauma, recuerdo, olvido. El cuerpo que descubre su propia sombra, su vitalidad y la canción que se le ha sido asignada, la canción sin nombre. La impotencia de no poder narrar el color rojo. Eso es su poesía.
En la tierra somos fugazmente grandiosos (2019)
También la poesía es cínica, ambivalente. Certezas y dudas. ¿Qué es un hecho y qué lo diferencia de un sueño? En realidad, nunca lo sabremos.

Una carta a una madre analfabeta. Una madre desnudada por la locura y la memoria. Duele. “Tenías suerte si podías comer ratas”. Vender su cuerpo a los estadounidenses para vivir un día más. Prostituirse con un niño en el vientre. Un niño que narrará eso treinta años después.
Crecer en Hartford, quitar la “nieve capilar” de su abuela y amansar un corazón a la altura de su inocencia. Ocean Vuong es ciervo, mamífero, reino animal. Es proclive a ser disparado por mil razones que no sean la poesía. El amor violento, el perfume de la guerra, el olor a salón de manicura. Saberse de una excepcional entereza a la sensibilidad, el poder del detalle. Ver luz y acariciarla donde los demás vemos geometría o formas negras.
Trevor. El olor de Trevor. El placer desconocido se revela, se antepone a la muerte de un hermano —un fantasma que acompaña a su madre— mientras acaricia mariposas y fuma cigarros de marihuana “nevados”: esa extravagancia de relajar el estímulo o estimular el relajo. El temor a un coito real que ate eternamente al personaje a la conjunción carnal, un remolque y plantaciones de tabaco. Sentirse extranjero también en su propio cuerpo. Descargas corporales que arden como napalm, con las cicatrices de la consecuencia: etéreas, espirituales.

El poeta busca siempre su destierro: un exilio fuera de un paraíso, para entrar a otro y descubrir que también duele. El poeta encuentra en Nueva York algunas luces. Busca difuminar el blur, como al limpiar las ventanas empapadas de vapor en un duro invierno. Ver las luces cuando realmente sea necesario. Pienso en Ibsen: “el hombre más fuerte es aquel que está completamente solo”. Ocean quizás sea eso, un venado intentando cruzar líneas peatonales, temeroso ante el tráfico y el murmullo de las bulliciosas ciudades.
“Ocean, no tengas miedo.
El final del camino está tan adelante
que ya lo dejamos atrás”.
Tú también, Ocean, tropezarás con una gacela tortuosa como tu inocencia, como tu inmensidad.
Algún día.
***
Jorge Isaac Aróstegui (Abancay, Perú) estudió la licenciatura en dirección cinematográfica en la Fundación Universidad del Cine. Cursa actualmente la maestría en escritura creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Argentina, a cargo de la escritora María Negroni. Escribe guiones cinematográficos y ficción. Estudia y admira a José María Arguedas.
Instagram: @jorgeisaacarostegui
Imagen de portada: Pintura de Huynh Van Gam tomada de las redes sociales del Museo Nacional de Bellas Artes vietnamita.
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